Mauricio Macri dio por terminada la etapa del «está todo bien, no pasa nada»

Cambios

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Un conocido empresario de medios estuvo reunido con Mauricio Macri hace una semana y cuando le preguntó si se venía el recorte de ministerios, el Presidente se levantó malhumorado del escritorio y fue a buscar un papel con la cantidad de ministerios que tienen los países de occidente más exitosos. Claramente, le molesta el asunto. Alrededor de él hay cantidad de personas que le vienen pidiendo que tome esa decisión que él no considera necesaria y resiste. Anoche, ante una pregunta al respecto, volvió a insistir: Dante Sica y Javier Iguacel, los funcionarios que reemplazarán a Francisco Cabrera y Juan José Aranguren, «serán ministros como los que se fueron».

El cambio no le debe haber resultado nada fácil. Considera a Cabrera un amigo y tiene admiración especial por Aranguren. Pero, finalmente, llegó al convencimiento de que su gabinete necesita recuperar la credibilidad que tuvo cuando arrancó la gestión, y dio un paso que hubiera preferido evitar, creyendo que las cosas podrían mejorarse un poco más adelante.

¿Vendrán más cambios? Durante todo el día corrieron los más variados rumores. En el chat de ministros circuló la información de que siete ministerios serían transformados en secretarías. Uno de ellos le confirmó a Infobae que estaba bien informado cuando se comunicó para consultarlo. Sin embargo, ese funcionario zafó ayer de la guadaña porque el Presidente prefirió anunciar los cambios a escala ministerial. Nadie desmintió, todavía, que Turismo, Cultura, Ambiente, Agricultura y Ciencia y Tecnología. Producción y Energía, que estaban incluidos en ese chat, finalmente quedaron en la misma escala.

Como sucede en situaciones similares, ayer los rumores crujían. Hasta se hablaba de cambios en los más altos niveles de la gestión, aunque nada hace creíble que alcance a Marcos Peña. Por el contrario, el Jefe de Gabinete propició esos cambios y facilitó la incorporación de voces políticas más cerca del Presidente en las últimas semanas, desde el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, hasta Ernesto Sanz, uno de los fundadores de Cambiemos. Pero está claro que los cambios continuarán.

Así es que empieza a darse por terminada la etapa del «todo está bien, no pasa nada». El Presidente tomó nota de que los parches no alcanzaban y empezó a tejer un esquema de renovación en los cuadros de la gestión, propiciando experiencia por calidad académica o, incluso amistad, con un detalle que no debería pasarse por alto: Dante Sica hizo toda su carrera en gabinetes peronistas, acompañando a Alieto Guadagni, con quien aún mantiene un vínculo personal y político.

A fines de abril, en cambio, cuando un día antes de la entrada en vigor del impuesto a la renta financiera se inició la corrida cambiaria, el ministro de Hacienda Nicolás Dujovne decía «no es nada, el Gobierno tiene herramientas para soportar estos vaivenes». El 25 de abril se había movido de 20,4 a 20,9 en un solo día, pero empezó a asustar. La volatilidad financiera presionó fuerte sobre el mercado local y mayo arrancó complicado.

El viernes 4, Dujovne y Luis Caputo se presentaron juntos a dar una conferencia de prensa para anunciar el recorte de 20 mil millones pesos en la obra pública, como gesto para reducir el déficit. El dólar pasaba los 22. Y ya estaba instalada la incomprensión en el mundo financiero acerca del curioso sistema de gestión por equipo, sin jefe, con decisión compartida, sin responsable a quien ir a golpearle la puerta para resolver algún asunto, con licuación absoluta del poder.

El relato oficial cuenta que en algún momento del lunes 7 Caputo lo convenció a Macri que no cabía otra que acudir al FMI, y allí mismo comenzó a armarse el anuncio que el Presidente daría al otro día. Desde el despacho presidencial se convocó a otros funcionarios: Dujovne, Aranguren, Federico Sturzenegger. A la noche, los reporteros gráficos tomaron fotos de la salida de los funcionarios de Casa Rosada.  El martes 8, luego de hablar con Christine Largarde, Macri grabó un mensaje que fue transmitido minutos después por los parámetros oficiales. El dólar rozaba los 23.

Días después, la foto que abre esta nota fue resignificada. Un contenedor Sturzenegger daba ánimos a Caputo como diciéndole «qué vamos a hacer, no tuvimos otra alternativa». Sin embargo, no fue así.

Un vocero principal del Gobierno aseguró a Infobae que cuando se tomó esa foto, Caputo y Sturzenegger estaban discutiendo, y fuertemente. Lo habían hecho delante del Presidente y continuaron en la explanada. Sturzenegger estaba enojado porque Macri tomó la decisión de acudir al Fondo sin consultarlo antes y le espetó al por entonces ministro de Finanzas su diagnóstico catastrofista del panorama cambiario. Los contactos ya estaban hechos, la decisión estaba tomada, así que nada pudo cambiar.

Salieron discutiendo del despacho, bajaron de igual modo, y continuaron al salir de la Casa Rosada hasta que se despidieron en la explanada, y cada uno entró a su auto. ¿Cuál era la diferencia que tenían? La caracterización de lo que estaba pasando y las medidas para resolverlo. Los bancos le pedían al Gobierno, a través de Caputo, que se reduzca la exposición a Lebacs, que bajen las tasas y que el Banco Central muestre exactamente hacia dónde iba. Sturzenegger no veía ningún problema que no fuera posible de manejarse como hasta ese momento.

Esa discusión selló el fin de Sturzenegger. El Presidente hizo el anuncio y conversó con Caputo para saber si estaba dispuesto a reemplazarlo y dejar su cartera en manos de Dujovne. Todos dijeron que sí, incluido el propio afectado, Sturzenegger. Era el anuncio que se venía. Pero, por alguna razón, Macri fue demorando esa decisión, los mercados se fueron calmando, la atención sobre las críticas se fue relajando y el acuerdo con el FMI se iba concretando. ¿Para qué cambiar si así nos está yendo bien?, debe haber pensado el Presidente.

Un mes después, cuando todo parecía volver a cero, el Presidente desempolvó el plan que su optimismo a prueba de malas noticias había mandado al archivo y,  con el dólar a 28, mandó a implementarlo. Nadie en el Gobierno se dio por sorprendido, tampoco en el mercado, que había dado por enterrado a Sturzenegger hacía un mes, y ahí seguía todavía. Todos están esperando que Macri de señales comprensibles, algo que evidentemente le cuesta.

¿Era necesario llegar a esto?

El viernes el Presidente tuvo varias reuniones en Olivos, pero no le adelantó a nadie las decisiones que ya había tomado. Incluso evitó reunirse con Caputo, quien, por otra parte, se concentró -primero- en acompañar personalmente el manejo de la mesa del Banco Central y después en pensar una estrategia para implementar a partir de mañana.

A todos los que Macri se encontró les mostró convicción de que «Toto va a arreglar la cosas, desde la semana próxima todo va a empezar a normalizarse».  A alguno, incluso, le contó que Caputo tuvo mucho que ver, desde la presidencia del Deustche, en la salida que implementó el Banco Central entre 2002 y 2004, ayudando desde afuera a la gestión de Alfonso Prat Gay, «la última vez que bajó la inflación fuertemente en la Argentina».

Es extraño que Macri se haya empecinado hasta la desestabilización de sí mismo por sostener una visión de las cosas y de las personas que lo rodean. Como sea, nuevos ministros oxigenarán desde mañana el Gobierno y empezará la era «Toto» en la política cambiaria. Como todos los domingos, el nuevo presidente del Banco Central asistirá a la misa de la tarde en la Parroquia San Martín de Tours. Que en las intenciones, el padre Agustino pida un rezo por el éxito de su gestión, columna estructural de los desafíos que vienen.

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