Uno de los hechos más atípicos de la historia política argentina es que Mauricio Macri ocupe el sillón de Rivadavia. Es un hecho inédito en cien años que el presidente no sea peronista ni radical ni militar. Pero la novedad tiene que ver no solo con lo que Macri no es, sino con lo que Macri sí es. El tipo de liderazgo político de Macri se ha transformado en uno de los temas más controvertidos de la discusión política, y es la punta de un iceberg político que conlleva una cantidad de transformaciones que todavía no terminamos de entender del todo.
Mezcla rara de Museta y de Mimí, el presidente Macri tiene mucho de líder posmoderno y bastante de político tradicional. Pero antes de concentrarnos en el caso, veamos el contexto. La aparición de partidos políticos nuevos y de liderazgos heterodoxos es un fenómeno frecuente en el mundo de hoy. Son producto, entre otras cosas, de los veloces cambios económicos y sociales −incluida la circulación de la información−, de los crecientes escándalos de corrupción, pero sobre todo, de falta de eficacia para conseguir los resultados que las ciudadanías esperan de sus dirigencias políticas. El resultado de todo ello es una crisis global de los partidos políticos como vehículos capaces de representar, generando legitimidad y respeto, unos intereses sociales y unas preferencias políticas cada vez más volátiles. El ascenso de figuras tan distintas como Macron en Francia, Berlusconi o Grillo en Italia, Chávez en Venezuela, Piñera en Chile y hasta Trump en Estados Unidos, tiene cierto parentesco con el de Macri en nuestro país: líderes y/o partidos que son en gran parte una señal de protesta contra una tradición política en baja a nivel global.
En segundo lugar, y entrando en el caso específico, es muy poco común en nuestro país la forma en la que Macri ha llegado al poder. Lo ha hecho a través de un partido que él mismo creó, con dirigentes y militantes que se han ido acercando y creyendo en su propio liderazgo, que ha tenido una paciente estrategia de construcción política, y que ha provocado transformaciones muy pocas veces vistas en la democracia argentina, entre las que podría considerarse una potencial reconfiguración de la competencia política del país. Para bien o para mal, llegó al poder con más densidad política que Néstor y Cristina Kirchner: el primero debió su candidatura presidencial al ungimiento del presidente saliente, y la segunda al de su propio esposo.
Tercero, en cuanto a sus actitudes generales, el perfil new age del actual presidente es disonante con la tradición política argentina. Sus dotes de mando no son las tradicionales que hemos conocido, y contrastan muchísimo con el estereotipo de las formas antiguas representado por Cristina Kirchner, por ejemplo. Así, Macri no traza antinomias fundamentales de intereses irreconciliables sino que promete unir a los argentinos. No pontifica sobre lo verdadero de sus postulados frente a la falsedad intencional de sus contrincantes sino que insiste en el diálogo como herramienta para la solución de las diferencias. No fomenta un tipo particular de estética o de consumos culturales que se definan como contrapuestos a otros sino que no toma definiciones totalizadoras. Para bien o para mal, Macri no grita en los actos ni se sube a un palco ante una multitud que lo mira desde abajo −cuando lo ha intentado, le ha salido esperablemente mal−. Más bien, prefiere escenas reducidas en las que se pueda caminar, mezclarse, girar 360 grados. En cuanto a sus actitudes, algunas son parte ya del folclore nacional (la defensa de funcionarios indefendibles) y otras, en cambio, verdaderamente novedosas (el impulso a la agenda de género o de la alimentación, por ejemplo).
Finalmente, también hay en Macri un político con experiencia y un presidente sagaz. Lo hemos visto, por ejemplo, utilizando los recursos fiscales de la presidencia para lograr consensos —en otra época se hubiese dicho “disciplinar”— en el frente sindical y en el frente de las provincias. Y también ha tenido decisiones firmes con quienes han intentado desafiar su liderazgo interno.
En síntesis, tan lejos de quienes siguen creyendo que no ejerce plenamente el poder como de quienes lo consideran un dictador, el caso del presidente Macri representa un desafío tanto para muchos de los actores de la política nacional como para los analistas que pretendemos clasificarlo y especular sobre cuáles serán sus próximas decisiones.
Fuente: http://www.diagonales.com