Por Facundo Gallego, especial para LA BANDA DIARIO
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres.
Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Cuando tú des limosna, que tu mano
izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu
Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Palabra del Señor
1. Iniciamos un camino…
Hermanos, hoy comenzamos un nuevo tiempo litúrgico de la Iglesia: la cuaresma. Un tiempo que nos invita a redescubrir que somos hijos de un Padre misericordioso, unidos a Jesús que nos ha liberado del pecado y la muerte, y llenos del Espíritu Santo que nos consuela y nos llena de vida y frutos.
Iniciamos un verdadero camino espiritual, un “retiro” de cuarenta días que hace toda la Iglesia, cuya meta es la Pascua, el paso de la muerte a la vida, de la derrota a la victoria: un camino que nos lleva a la Resurrección. Pero no es un “puente” que hay que cruzar, sino un camino que hay que recorrer, conocer, atender…
Este camino tiene un punto de partida: el miércoles de ceniza. Lo conocemos porque celebramos un rito especial dentro de la Misa: el sacerdote o un ministro nos invita con las palabras de Jesús a convertir nuestro corazón, e impone cenizas en nuestra frente como un signo de verdadero arrepentimiento de nuestros pecados y las ganas de alejarnos de ellos para acercarnos a Dios. “Convertirnos” significa eso, precisamente.
Un giro de ciento ochenta grados para dar la espalda a nuestros pecados y mirar cara a
cara a ese Dios que nos ama tanto.
Por eso, es conveniente que iniciemos este camino de la mejor manera: con la confesión sacramental, la ceniza y, por supuesto, la comunión eucarística.
2. …Que tiene sus pasos…
La cuaresma nos propone cuarenta días de caminar constante, en el que a cada paso redescubrimos la necesidad de reparar nuestras relaciones más vitales: con nosotros mismos, con los hermanos y con el Señor.
El pecado ataca concretamente a estas relaciones, destruyendo su base de amor, fidelidad, confianza y cuidado. Nos alienta a volvernos egocéntricos y egoístas, mezquinos de nuestro tiempo y nuestras cosas; nos centra en nuestras propias preocupaciones y cierra la puerta al clamor de ayuda de los demás. Nos desanima en nuestra oración, nos aleja de nuestra fe, nos limita la confianza y nos quita los sacramentos y la vida de gracia. Nos hace descuidar nuestro cuerpo y nuestra alma con vicios, gulas, excesos y soberbias.
Por eso, cada paso que demos en estos días, aunque sea pequeño, merece ser celebrado: es una victoria de Dios en nuestra vida.
3. … Y sus “bastones”.
Pero, ¿cómo dar pasos en medio de este camino? Cuando el terreno se pone peligroso, es necesario valerse de apoyos o bastones que nos ayuden a mantenernos en pie. Decíamos que la comunión y la confesión frecuentes son los pilares indispensables en nuestra vida, y ni hablar de la enorme ayuda maternal de la Virgen María.
El Evangelio de hoy nos propone tres obras de piedad: la limosna, la oración y el
ayuno. Ellas son las tres herramientas que nos ayudarán a reparar nuestras relaciones
caídas por el pecado. La limosna nos saca de nuestra cerrazón y nos abre a las necesidades de los hermanos; la oración nos quita del centro para ubicar allí a Dios, a quien le pertenece ese lugar vital; el ayuno relativiza las “necesidades inventadas” para orientarnos en lo que verdaderamente es necesario para nuestra vida.
Por eso, en estos cuarenta días que inician, tratemos de ejercitar estas obras de piedad, abriendo la mano al hermano que me pide en la calle o que precisa de mi ayuda; abriendo el corazón a ese Dios que quiere volver a habitar en nuestra vida; abriendo el oído y el alma para reconocer nuestro interior y sanarlo con la gracia de Dios.