Las causas suelen definir a los hombres. Hubo tiempos donde ser marxista era un estado de pureza intelectual, luego vino Stalin y de a poco se fueron aclarando las miradas; era difícil llevar la ortodoxia hasta la mano asesina de Ramón Mercader. El marxismo eligió la defensa de «no hacerle el juego al enemigo» y fue exitosa, no le hizo el juego, lo convirtió en vencedor. Y el capitalismo se quedó con la libertad mientras los marxistas inventaban sus justificaciones. Algo de eso se refleja a la distancia en nuestra decadente realidad.
El «Che» Guevara fue el héroe trágico que entregó su vida en Bolivia, tierra donde no encontró eco ya que esperaba que surja su propio jefe, el Evo Morales que hoy los gobierna. Milagro Sala es un caso complejo, una militante social que el Estado convierte en responsable de la recuperación de sus seguidores, un Estado que teniendo un gobernador propio decide apostar a dejar la reinserción de los marginados en manos de ellos mismos. Es un Estado absurdo: funcionarios que renuncian a su responsabilidad y la trasladan a aquellos a los que deberían conducir.
No invierten en recuperar a los caídos, les entregan a ellos la responsabilidad de hacerlo. Era obvio que aquellos necesitados no estaban en condiciones de manejar los recursos que el Estado les cedía para que se reintegren bajo su propia responsabilidad. Era lógico que impusieran las normas de su propia carencia sobre las que la sociedad les debería aportar.
Frente al caído el Estado debe utilizar sus estructuras para reincorporarlo, no entregarle los medios económicos para que ellos construyan un Estado paralelo. ¿Cuál sería el lugar del gobernador de Jujuy frente a la estructura de ese grupo político? Y lo peor, es que se elige para apoyar con sumas económicas desmesuradas a aquel grupo de necesitados que adhiera al gobierno de turno y comparte sus supuestas ideas. Estaba el histórico «Perro» Santillán, ese no quería ser oficialista, era revolucionario en serio, entonces lo dejaban a merced del poder de los caídos dispuestos a obedecer. Como en todo estalinismo que se precie, el enemigo es el disidente.
Complejo de entender, parecerían mezclarse una idea que impone la justicia con otra que convoca a la complicidad.
Hay momentos en que uno imagina que de esa mezcla de ingredientes que amontonaron los Kirchner para construir su poder, el desorden de las ideas se intentaba trasladar al caos de la realidad. Conocer a Lázaro y Cristóbal tiene mucho de revelador; el Gobierno no proponía el socialismo sino tan solo instalar su propia burguesía. El elemento ideológico más importante era la obediencia, luego cada quien podía pensar y actuar acorde a sus propios principios.
Hoy la muchedumbre de desertores deja al desnudo que el oportunismo es siempre la columna vertebral del autoritarismo. Muchos, demasiados, se acercan al nuevo Gobierno. Y Milagro Sala pareciera ser -para los pocos que permanecen- un elemento que convoca a definiciones políticas.
De la Presidencia de la Nación a una cárcel de Jujuy, una caída un poco brusca y una política demasiado errática. La imagen de Milagro Sala no goza del afecto de los sectores medios ni de los trabajadores sindicalizados. En alguna medida implica una apuesta al pensamiento y al voto de la misma marginalidad a la que ella pertenece. Poco o nada que ver con el peronismo, que les guste o no fue siempre un movimiento amante del orden. En rigor, uno no entiende de qué vertiente anarquista surge semejante pasión por el caos. La muletilla imaginada como un dogma que profetiza «no criminalizar la protesta» resulta un absurdo cuestionamiento del orden. Como si en Cuba o en Moscú -antes y ahora- la libertad permitiera el corte de calles y la protesta ilimitada. Néstor tenía una concepción pragmática del poder, jamás se ocupó de los Derechos Humanos en los tiempos en que hacerlo implicaba un compromiso. Se me ocurre que ni se le hubiera pasado por la cabeza convertir a Milagro Sala en una bandera de lucha.
Cristina le otorgó una enorme cuota de poder a sectores universitarios que jamás hubieran llegado a ese espacio por sus propios medios. Apenas perdido el Gobierno parecen retornar a los lugares que habitan las minorías, a aquellos donde estaban acostumbrados a trabajar. No entiendo cómo procesan su derrota, parece que no logran asimilar la diferencia infinita entre ser gobierno y ser oposición. Y eligen una causa que difícilmente puedan compartir con otros sectores políticos. Es cierto que el Gobierno es de centro-derecha, también es cierto que ellos no logran ni imaginan cómo ocupar el espacio del centro izquierda.
Perón solía insistir en que sólo se conduce desde el centro. El kirchnerismo nunca lo entendió y ni siquiera lo respetó. Y en consecuencia se disparan a la confrontación y la marginalidad como recurso simple de abrazar pero difícil y casi imposible de expandir. Los Derechos Humanos y Milagro Sala podrían ser los condimentos de una concepción política importante, nunca el centro desde el cual convocar a los sectores cuyos votos necesitan para volver al poder.
Para mi humilde mirada, todo lo que gira en torno a Milagro Sala es un error político de un grupo que se creía dueño del peronismo y del progresismo y, en este momento, sin el poder en sus manos, sólo pueden luchar por el espacio de conducción de la marginalidad. Uno más entre los grupos universitarios que compiten por conducir a los caídos del sistema. Los peronistas militábamos en los barrios y las izquierdas en las villas, una historia que de tanto negar ni siquiera llegaron a conocer.
Hacer política no es cortar las calles sino proponer la forma de superar esa expresión del conflicto. Milagro Sala es el peor ejemplo de los errores que cometió el kirchnerismo. Defenderla es tan sólo asumir la impotencia de cambiar de rumbo. Ingresar a un callejón sin salida. Hace tiempo que no logran ocupar otro lugar. Personalmente festejo que el futuro los deje a un costado. Es imprescindible para reconstruir la democracia.