El dirigente peronista mendocino Eduardo Bauzá murió este domingo a los 79 años, según informó su hijo a través de Twitter. Desde muy joven arrastraba una hepatitis C que nunca pudo curar y empeoraba ante situaciones de estrés, aunque en los últimos años se fue alejando de la actividad política y social por un persistente mal de parkinson. Siempre estuvo rodeado de sus cinco hijos.
Bauzá fue clave en el ascenso de Carlos Saúl Menem a la presidencia de la Nación, a quien conoció en 1973 cuando era gobernador de La Rioja y del que solo se distanció en los años de la dictadura por la cárcel que ambos padecieron. El abogado mendocino fue considerado un elemento de izquierda por los militares debido a la recuperación de tierras desérticas para la entrega a campesinos riojanos y pasó un año tras las rejas.
De regreso a Mendoza, trabajó en la empresa de fideos familiar -Bauzá y hermanos-, una importante compañía de la zona de cuyo. Y apenas regresada la democracia se abocó a fundar Federalismo y Liberación en su provincia, la agrupación original menemista. En 1987 alcanzó una diputación nacional.
Bauzá fue uno de los pocos que integró el primer comando de campaña presidencial de Menem, quien le tenía plena confianza para la ejecución de sus decisiones políticas. «Él hacia lo que Carlos le pedía y después recogía los heridos y los conformaba con otra cosa, porque su trabajo era no dejar a nadie afuera del proyecto menemista», dijo a Infobae un hombre que lo acompañó en la gestión.
Menem le pidió que se hiciera cargo del Ministerio de Bienestar Social en momentos de emergencia, su paso más polémico por sonadas denuncias de corrupción. Su momento más destacado, por el contrario, fueron los años en que ejerció la Jefatura de Gabinete de Ministros, después de la reforma de la Constitución, cuando encaró la campaña por la reelección y mostró sus dotes de articulador político en la complejidad del peronismo y ante los principales partidos de la oposición, sobre todo con el radicalismo y su líder, Raúl Alfonsín.
Con un presidente exhibicionista, Bauzá hacía gala de austeridad. Prohibió que en la residencia de Olivos se ingresara en 4×4 e instruyó a funcionarios y legisladores a que evitaran viajar a Punta del Este de vacaciones si no eran habitués del balneario.
Y atendía a todos lo que llamaban en alguno de sus diez teléfonos celulares. «Al que atendemos hoy nos va a atender a nosotros cuando no estemos más acá», solía decir a su equipo.
En 1997 tuvo que dejar la Jefatura de Gabinete porque sus médicos aseguraban que peligraba su vida si continuaba con esa responsabilidad y fue a ocupar una banca en el Senado de la Nación por su provincia, Mendoza. Allí estuvo hasta el 2001, cuando se alejó de la política, refugiándose en la vida familiar.
Fue testigo y protagonista de una etapa crucial de la Argentina, cuando el país se abrió al mundo y las inversiones llegaban para comprar las joyas de la abuela, tiempos en que creímos que un peso valía un dólar y la corrupción y la pobreza empezaron a instalarse en forma estructural. Murió sin dejar sus memorias, posibilidad que evaluó antes de perder sus habilidades cognitivas.