Néstor y Cristina: una pareja volcánica, con «peleas memorables»

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Apenas seis meses de novios, más de treinta y cinco años de casados; dos personas fogosas, que estallaban en discusiones y peleas que podían asustar a quienes ocasionalmente las presenciaban —»nuestras peleas eran memorables», recuerda la propia Cristina—, pero que, durante todo ese tiempo, hasta la muerte de Néstor Kirchner, mantuvieron una unidad política indestructible, donde él era el jefe y ella, su persona de mayor confianza.

Ocurrió durante la campaña presidencial de 1999, cuando el bonaerense Eduardo Duhalde era el candidato peronista y Néstor Kirchner se había convertido en uno de los pocos gobernadores oficialistas que seguía apoyándolo; no eran muchos porque los sondeos favorecían al radical Fernando de la Rúa. Duhalde visitó Río Gallegos junto con su jefe de campaña, el cordobés Julio César Chiche Aráoz. Primero, fue el acto y luego, una cena en la residencia del gobernador, donde también participó Cristina Kirchner.

Lo que sigue fue contado por Aráoz y confirmado por Duhalde a varios de sus amigos: «Néstor hablaba muy animadamente con Duhalde y le prometía todo su apoyo, obviamente pensando que Eduardo podía ser presidente. Pero, Cristina, lejos de estar en la misma tónica, interrumpía la charla con críticas hacia Duhalde, desde una postura progresista. Por ejemplo, sobre la Policía Bonaerense».

«En un momento —agrega Aráoz—, Néstor le pidió: ´Cristina, por favor, pará porque estamos charlando de otro tema´. Pero ella siguió hostigando a Duhalde. La segunda vez, Néstor la frenó con un ‘¡Pará un poco!´, pero Cristina tampoco le hizo caso y siguió con sus dardos.»

—¡Te dije que te callaras! —la volvió a retar Kirchner, y tomó un pan de la mesa y se lo arrojó con tanta mala suerte que le dio en un ojo —siempre según Aráoz.
—¡Vos siempre el mismo animal! —gritó Cristina levantándose de la otra punta de la mesa.
—Bueno… —intentó suavizar Duhalde.
—¡Todos los hombres son iguales! —lo interrumpió Cristina antes de retirarse del comedor dando un portazo.
—Bueno, Néstor… —dijo Duhalde tratando de encontrar las palabras justas.
—No, quédate tranquilo. Todos los días tengo que hacer esto porque, si no, esta loca me raya. Sigamos charlando; ahora que no está, vamos a estar más tranquilos.»

Aráoz recuerda que, luego de la cena, «nos fuimos compungidos al hotel y quedamos en no contar nunca este episodio a la prensa. Pero, lo que más nos impacto fue que al otro día, cuando llegamos al aeropuerto, a las seis de la mañana, ya estaban ellos dos esperándonos para despedirse de nosotros. ¡Y estaban abrazados, los dos muy sonrientes! Como si no hubiera pasado nada. ´Estos dos están locos´, me dijo Duhalde».

También Eduardo Arnold, que acompañó a Kirchner como vicegobernador durante dos mandatos pero luego se distanció, recuerda una fuerte pelea «durante un viaje en el avión sanitario de la provincia. Habrá sido en 1994. Él tenía muchas mañas; una era que le trajeran bien temprano todos los diarios de Buenos Aires, se los metía bajo el brazo, los leía y luego los iba pasando. Nadie podía tocar los diarios antes de que él los leyera».

«Kirchner —explica— estaba leyendo Crónica, la sección «La Pavada», sobre chismes en general. El avión tenía las butacas enfrentadas; Cristina venía al lado mío, y él estaba sentado en la butaca de enfrente. De pronto, veo que él se acerca un poco, le pega un cachetazo infernal con el diario y le dice: ´¡Te dije que no te pongas esa porquería! ¿Cuántas veces te lo dije?’. Ella se para a los gritos y hay una discusión terrible. Cuando pasó el griterío, me fijo en Crónica: decía que Cristina había ido a un ágape y se había puesto una gargantilla de 50 mil dólares».

Arnold agrega que «no era que él le había regalado esa gargantilla. Él no regalaba nada; se compraba ella las joyas. Y el Rolex de oro con rubíes que usaba ya en esa época. Es más: las únicas cosas de oro que yo tengo, me las regaló Cristina para fin de año, para mi cumpleaños; para ese tipo de ocasiones. Lo que ocurría era que él no quería que ella ni nadie de su entorno hicieran ostentaciones. Hasta el Rolex permitía: él usaba uno, de oro, que se lo había regalado Cristina».

Eran dos temperamentos volcánicos que, sin embargo, nunca permitieron que las discusiones y peleas afectaran el intenso vínculo político que los unía aún a la distancia, en los años en que ella era diputada y senadora y vivía en la Capital Federal durante los días de semana.

El ex vicegobernador Arnold señala que «se llamaban por teléfono todos los días, todo el día, a toda hora. A veces, él me preguntaba algo, yo le contestaba y me decía: ´Vamos a preguntarle a Cristina´, y le ordenaba a un asistente que la llamara a Buenos Aires».

Hacia afuera, Néstor y Cristina funcionaban como una aplanadora que utilizaba todos los medios a su alcance, incluida esa pasión volcánica que los caracterizaba.

Para el ex canciller y ex diputado Rafael Bielsa, «entre Cristina y Néstor había amor. Es una apreciación subjetiva, claro está. Yo lo he visto a él, en el parque de la residencia de Olivos, sentado en un banco acariciándole el pelo mientras ella estaba acostada con su cabeza en el muslo de él. Eso no se puede fingir si no hay amor; son cosas que no se fingen para la parroquia. Pero, tenían sus agarradas».

«Néstor —agrega Bielsa— tenía una esposa a la que él veía hermosa. Muy hermosa. Él estaba orgulloso de Cristina». Y cuenta una anécdota que también muestra que «Néstor era una persona que no le daba la menor importancia a la ropa y a los accesorios de la moda».

—¿Viste que ahora están rompiendo las bolas con esas carteras Votan, Vuitan…? —le comentó Kirchner, afirma Bielsa.
—Vuitton, Louis Vuitton.
—¡Eso! Rompen las bolas porque Cristina usa esas carteras. Pero, Cristina es divina, siempre fue hermosa. Rafael: ¡a Cristina la miran por ella, no por las carteras ésas que le echan en cara!

La ex funcionaria Miriam Quiroga tiene una mirada distinta: para ella, que reconoce haber mantenido una relación clandestina con él durante once años, no había amor entre Cristina y Néstor sino sólo política. «Era —asegura— una sociedad política muy fuerte. La elección de ella como su sucesora por parte de Néstor estaba cantada. Era una proyección de ellos: estar veinte años en el poder».

«Ella —agrega— era de máxima confianza para él; además de inteligente, hablaba muy bien. Era muy conocida a nivel nacional y tenía buena imagen en los medios. Además, él sabía que podría manejarla una vez en el gobierno. Igual, tenían sus agarradas y discutían fuerte».

Y cuenta que, «al principio, yo le hice varios planteos sobre nuestra relación, pero él me decía: ´Está todo bien, Cristina sabe´. No podíamos ser vistos en público, pero prometía que todo sería distinto en el futuro y eso me mantenía enganchada. Había una fuerte atracción entre nosotros; mucha piel».

El ex diputado porteño Julio Bárbaro integraba el grupo original del kirchnerismo a nivel nacional. Luego, en 2003, fue nombrado por Kirchner al frente del Comité Federal de Radiodifusión (Comfer) hasta 2007, cuando «yo ya no le servía porque pasó a la etapa de la agresión para la construcción del poder absoluto. La etapa de la guerra».

«Néstor y Cristina eran dos que no se querían —opina Bárbaro—, una pareja política de dos ambiciosos; una relación competitiva entre dos de fuerte carácter, que al final se arreglaba siempre igual: él mandaba. Había gritos, pero ella era una mujer fácilmente dominable. Una rebelde sumisa. La verdad es que él encabezaba una monarquía, una casa real: él; la esposa; la hermana; el hijo, que guardaba la plata…».

Bárbaro agrega que, si bien es cierto que Cristina lo reconocía como el jefe del grupo, ella se reservaba el rol de ser la más intelectual, moderna, cosmopolita y articulada de los dos, y también la más «progresista», con críticas permanentes a los gobernadores e intendentes peronistas que su marido recibía habitualmente en Olivos.

Por su lado, el periodista Francisco Muñoz, de la agencia OPI Santa Cruz, es nacido y criado en Río Gallegos; un «NyC», y los conoce a todos al punto que era amigo de Máximo Kirchner y fue al colegio con uno de los hijos del diputado y ex ministro Julio De Vido. Vio de cerca el carácter volcánico de los Kirchner, aunque siempre limitado a las cuestiones políticas.

«Cuando éramos chicos —recuerda—, nos juntábamos en el colegio e íbamos a la casa de alguno de nosotros. No íbamos tanto a la casa de ellos porque se vivían puteando. Se peleaban por política, pero de pronto se calmaban. Parecía que se iban a tirar con algo por la cabeza, pero no: volvía todo a la normalidad».

«Fueron un magnífico animal bicéfalo. La frase no es mía sino de Lawrence Durrell, en su libro Justine», afirma Bielsa. «Él —agrega— era el jefe de ella, pero era una pareja que se complementaba, si bien eran diferentes, como se vio después de la muerte de Néstor».

En una entrevista con Jorge Rial, transmitida por América el 29 de septiembre de 2013, la entonces Presidenta admitió que «nuestras peleas eran memorables. Mi hermana, por ejemplo, se acuerda de algunas peleas cuando recién estábamos casados, en nuestra casa de City Bell». Lo hizo también en el reportaje con Chiche Gelblung, por Crónica, en la reciente campaña electoral.

En ambos casos negó que alguna vez se hayan tirado platos u otros elementos o que hayan estado separados, como todavía señalan rumores de pago chico en Río Gallegos.

Varios sitios en Internet, así como distintos usuarios de las redes sociales, sostienen que una fuerte pelea entre ellos estuvo en el origen de la muerte de Kirchner. Sin embargo, esas versiones o trascendidos no ofrecen ninguna prueba o, al menos, un indicio comprobable. Más aún: las fuentes consultadas para este libro desmienten esos rumores en forma categórica.

«Son infamias», le dijo Cristina a Chiche Gelblung.

De acuerdo a las fuentes consultadas para «Salvo que me muera antes», Kirchner era un paciente cardíaco de riesgo, no se cuidaba y en su residencia en El Calafate no tenían nada de nada —ni siquiera un simple desfibrilador— para sacarlo de un paro, como el que lo fulminó en la mañana del miércoles 27 de octubre de 2010.

A la hora de la verdad, todo el poder y el dinero acumulados con tanto esmero no le sirvieron de mucho a Néstor Kirchner.

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