Ni un sindicalismo dócil ni tampoco uno confrontativo. En el nuevo esquema de poder que empezó a gestar Mauricio Macri, envalentonado con el resultado electoral de las PASO, el Gobierno proyecta un movimiento gremial a futuro que sea «colaborativo y moderno».
El Presidente está convencido de que la batalla con los «gremios arcaicos», como le llaman los allegados al ministro de Trabajo, Jorge Triaca, recién comienza. La marcha de la CGT en la Plaza de Mayo y las respuestas de la Casa Rosada, con pedidos de renuncias incluido, es apenas el inicio de lo que Macri considera una larga batalla.
«Aquí hay un cambio de época y cultural en el entramado social que alcanza también a los gremios y aquellos que no comprendan esto deberán aggiornarse o directamente optar por ponerse en la vereda de enfrente», expresó a Infobae un encumbrado funcionario de la Casa Rosada.
La salida del viceministro de Trabajo, Ezequiel Sabor, cercano al moyanismo, y del Superintendente de Servicios de Salud, Luis Scervino, un dirigente alineado con José Luis Lingieri (Obras Sanitarias), es un pequeño gesto de lo que prepara el Ejecutivo para aquellos gremios que no se ajusten a la retórica de Cambiemos. Este viernes se agregó otra señal de rebeldía de Macri hacia los ortodoxos: el Ministerio de Desarrollo Social suspendió una reunión que tenía prevista desde hace 15 días con las organizaciones sociales (Barrios de Pie, CCC, Movimiento Evita) en torno al pedido de Emergencia Alimentaria. Casualmente estos sectores sociales estuvieron en la marcha de la Plaza de Mayo con la CGT. Camioneros, movimientos sociales y kirchnerismo vuelven a estar extrañamente juntos. «No nos une el amor sino el espanto», falta que parafraseen a Jorge Luis Borges.
En este contexto, el Gobierno no negociará con estos sectores que denomina «intransigentes». Es el mismo esquema que a principios de año ensayó con cierto éxito la gobernadora María Eugenia Vidal en su enfrentamiento con el gremialista docente Roberto Baradel, otro de los que estuvo en el palco de la CGT. Para la Casa Rosada, el modelo de confrontación de Baradel se ubica en la misma línea que la de Moyano sintetizados en un concepto político: sentido común versus anacronismo.
Se toman, en este sentido, algunos de los lineamientos que plantea el sociólogo e investigador del peronismo Ricardo Sidicaro cuando dice que el mundo cambió y el sindicalismo peronista no supo aún adaptarse al obrero de hoy que ya no tiene overol, es más exigente y utiliza celular al igual que un empleado bancario. Bajo esta línea argumentativa, Triaca cree que hace falta un recambio generacional en el sindicalismo argentino. La mayoría de los jefes gremiales llevan no menos de 20 años al mando de sus respectivos sindicatos. Algunos funcionarios le agregan a esta lista acusadora del gremialismo ortodoxto otro dato: «Son ricos y nadie sabe cómo hicieron su riqueza». ¿Se viene un aluvión de pedidos de declaraciones juradas patrimoniales de los jefes de la CGT por parte de las filas de Cambiemos? Nadie responde.
Macri está convencido de que hay un modelo gremial a seguir y en la Casa Rosada ponen como ejemplo de ese dirigente sindical ideal al jefe de los petroleros, Guillermo Pereyra. Este gremialista del sur finalizó la negociación paritaria en sintonía con las expectativas del gobierno nacional: cerró un aumento salarial de 20% en dos cuotas e incluyó una cláusula gatillo que permita recomponer el salario, en caso de que el porcentaje quede por debajo de la inflación anual. No solo esto. También recomendó a sus afiliados a no adherir al paro nacional del 6 de abril pasado convocado por la CGT.
«Pereyra sabe negociar y al mismo tiempo logra rédito para su provincia y para los sectores sociales que rodean su actividad», explicó a Infobae un funcionario del Gobierno que sigue de cerca la tensión entre la CGT y Macri. Para Cambiemos, este modelo «colaborativo y moderno» de Pereyra se aplicó en el desarrollo de inversiones que se lleva a cabo en el yacimiento de Vaca Muerta.
Claro que Pereyra no es el único gremialista «modelo». En la Casa Rosada rescatan la «voluntad de diálogo» de gremios como la UOM, UOCRA y SMATA. Muchos de estos no estuvieron en la Plaza de Mayo el martes pasado. En este contexto, al Gobierno no le preocupa la posibilidad de que la CGT convoque a un paro nacional antes de las elecciones de octubre. Esto se resolverá el 25 de septiembre en el Confederal Gremial, convocado por Carlos Schmid. La apuesta de la Casa Rosada es la de una central obrera fracturada.
La eyección de Sabor y Scervino fue una clara señal de venganza por haber participado veladamente del acto en la Plaza de Mayo. «No se puede estar en la misa y en la procesión», repiten como latiguillo en los pasillos. Pero esta señal de poder que mostró Macri con esos despidos podría esconder otra jugada de alto voltaje hacia los gremios.
¿Una eventual reforma en el esquema de reparto de fondos de las obras sociales? ¿Una reforma laboral? Sobre la primera pregunta nadie se anima a responder. La segunda inquietud tiene hasta ahora una respuesta más PRO: dicen que «no hay reforma laboral en carpeta». Y es cierto. No la habrá con el modelo de reforma laboral que quisieron imponer Raúl Alfonsín o Fernando de la Rúa. Nada de ello. Se avanzará con cambios de flexibilización laboral más prolijos y por sector.Después de todo, el Presidente también debe adaptarse a los nuevos tiempos que corren.