«No los dejaré huérfanos: volveré a ustedes»

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Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan (14,15-21)

Jesús dijo a sus discípulos: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce.

Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. ”No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él.”

Palabra del Señor

Comentario

Hermanos y hermanas: ¡feliz domingo para todos! Que el Dios de la esperanza llene nuestros corazones con su paz, y que la Virgen María nos lleve de la mano hacia el
Cielo. ¡Amén! ¡Aleluya!

Hoy, estamos celebrando el sexto domingo del tiempo de Pascua. Y en esta oportunidad, el fragmento del Evangelio que meditamos está ambientado en la última Cena: forma parte del íntimo discurso de despedida que Jesús hace a sus amigos, los discípulos. Y, como suele suceder en las despedidas de los amigos, prometen escribirse, llamarse por teléfono, rezar por el otro… y volver a verse cuanto antes. A pesar de algunas malas experiencias, estas promesas siempre nos llenan de esperanza: nos hacen, justamente, esperar a que estas cosas se cumplan.

Jesús nos ha dejado dos promesas muy grandes en este Evangelio, que ya las ha cumplido en su tiempo, pero que también las cumple hoy, todos los días, a cada uno de los corazones que lo buscan con honestidad.

“Rogaré al Padre y les dará otro Paráclito”

La primera promesa que nos hace Jesús en este Evangelio es la venida de otro “Paráclito”. Esta es una palabra griega muy antigua, que sirve para denominar al abogado, al que sale en defensa, al que trae consuelo frente a la tristeza y seguridad ante la incertidumbre. Este “abogado” no será un profesional ni alguien que aparezca solamente en el momento de los juicios, sino que está siempre con nosotros, como Jesús mismo lo afirma. El Paráclito es el Espíritu Santo, que viene desde el Padre y del Hijo, y que se derrama sobre toda la Iglesia para que pueda dar testimonio de Cristo con valentía, fuerza, sabiduría y paz.

El Espíritu Santo es el Abogado que nos defiende frente a la mentira, a las acusaciones de los hermanos; es el que da fortaleza y luz a la Iglesia, a cada uno de nosotros; Él nos guía en medio de las dificultades para nunca perdamos de vista a Cristo, y nos ayuda a formar nuestro corazón para que podamos vivir una vida cristiana en medio de las tentaciones del mundo. Él es el descanso de nuestras almas, el fuego que enciende nuestro amor por el mundo, por la Iglesia y por Dios; es quien quema nuestras miserias y nos regala el oro de las virtudes.

Esta promesa se cumplió cincuenta días después de la resurrección, cuando el Espíritu vino sobre la primera comunidad cristiana, y la movió a predicar el Evangelio a los judíos y paganos. Y se cumplirá de nuevo dentro de dos domingos: la solemnidad de Pentecostés.

“Volveré a ustedes”

El Señor volverá a nosotros: esta es la segunda promesa. En el Evangelio, Jesús consuela a sus amigos, diciéndoles que su muerte sólo será un paso, que no lo verán por unas horas, pero volverá.

Podemos también hablar de su Ascensión. Jesús, que ha compartido cincuenta días más con sus discípulos, ahora le toca desaparecer de su vista hasta el día final: subirá al Cielo, se sentará en su trono a la derecha del Padre, y reinará para siempre. Una vez más, en su corazón debió haber resonado esa promesa del Señor: “volveré a ustedes”.

Los cristianos de hoy también tenemos que tener presente esta promesa. A veces, olvidamos que tenemos a Jesús en el Cielo. Si así no hubiera sucedido, el Espíritu no habría llegado a nosotros: faltaría esa mirada silenciosa, de reencuentro y amor, entre el Padre y el Hijo: un amor tan perfecto, un amor que es Persona Divina, un amor que se derrama en nuestros corazones con el Espíritu Santo.

Y si Él no hubiese subido al Cielo, a encontrarse con el Padre, nuestrahumanidad seguiría desconectada de la vida divina: Jesús, perfecto Dios y perfecto Hombre, es quien ha llevado nuestra débil naturaleza al encuentro de Dios: lo hizo en su Encarnación, lo hizo en su Ascensión, y lo hará cuando regrese.

Pero esta promesa no solamente se cumplió en su Encarnación ni solamente se cumplirá en su segunda venida, gloriosa, para juzgar a vivos y muertos. San Bernardo nos explica que esta promesa se cumple todos los días en venidas intermedias: “En la primera venida, el Señor vino revestido de la debilidad de la carne, en esta venida intermedia viene espiritualmente, manifestando la fuerza de su gracia; en la última vendrá en el esplendor de su gloria. Esta venida intermedia es como un camino que conduce de la primera a la última. En la primera Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta venida intermedia es nuestro descanso y nuestro consuelo.”

Hoy

Los cristianos de hoy debemos más que nunca guardar la esperanza. La fe que hemos abrazado y que predicamos, nos ha enseñado que Dios es el bien más grande que tenemos; y la esperanza nos enseña a esperarlo, a no desalentarnos en nuestro camino
cristiano, en nuestra vida que a veces puede ser bastante agotadora.

Pidamos hoy al Señor que nos regale esta virtud de la esperanza, para que nunca perdamos de vista todo el bien que Jesús nos ha prometido (y que no se cansa de
cumplir). Que ante las dificultades de la vida cotidiana, sepamos que el Espíritu Santo,
nuestro consuelo, está siempre a nuestro lado; y que Jesús no nos dejará huérfanos
nunca.

¡Feliz domingo para todos!

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