No se puede servir a Dios y al dinero

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Por Facundo Gallego, para LA BANDA DIARIO

«Decía Jesús a los discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: ¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto. El administrador pensó entonces: ¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!».

Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: «¿Cuánto
debes a mi señor?». «Veinte barriles de aceite», le respondió. El administrador le dijo:
«Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez». Después preguntó a otro: «Y tú,
¿cuánto debes?». «Cuatrocientos quintales de trigo», le respondió. El administrador le
dijo: «Toma tu recibo y anota trescientos». Y el señor alabó a este administrador
deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más
astutos en sus trato con lo demás que los hijos de la luz.

Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día
en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco,
también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto
en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el
verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece
a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará
al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No puede servir
a Dios y al Dinero. Palabra del Señor

Comentario

Hermanos y hermanas: ¡Feliz domingo! Que el gozo y la paz de la fe en el Cristo
Resucitado nos acompañe hoy y siempre; y que el amor maternal de la Virgen María
nos lleve de la mano hacia el cielo. ¡Amén!

Hoy celebramos el vigésimo quinto domingo del tiempo ordinario. En esta oportunidad la Iglesia nos propone la lectura del capítulo dieciséis del Evangelio según San Lucas. Hoy solamente leemos la primera mitad, pero todo el capítulo es una invitación (excepto por algunos pasajes) a replantearnos el lugar que ocupa el dinero en nuestras vidas.

El administrador infiel

Nos explican algunos estudiosos de la Biblia que en la época de Jesús, el gran
administrador de una casa tenía el derecho de arreglar los préstamos de su amo. Era
como una especie de contador y arrendador a quien se le confiaba todo lo que se poseía
como bienes. Como este mayordomo no percibía un salario, podía incrementar los
intereses del préstamo para quedarse con una parte. Una maniobra de usura
monumental, claro está.

Según el Evangelio, alguien le lleva al hombre rico algunos chismes sobre su administrador: parece que este mayordomo cobrara intereses demasiado altos, cometiendo una injusticia aún más grave que la usura de la que vivía. Ya con el “telegrama de despido” en la mano, visiblemente arrinconado, sin escapatoria de una situación muy desfavorable, el administrador saca a relucir su ingenio y creatividad.

Llama a los deudores y, sin decirles nada sobre su inminente despido, hace que firmen un recibo con el préstamo sin ningún interés. Seguramente habrán dicho los deudores: “¡qué buen tipo, hasta nos condona la deuda!”. El administrador logra así su cometido: “ya sé lo que voy a hacer para cuando sea destituido del cargo, me reciban en sus casas” (v. 4).

Esta parábola es bastante llamativa: pareciera que Jesús nos propone imitar un ejemplo de deshonestidad (v. 8). Sin embargo, lo que se alaba de él es la sagacidad, la creatividad y la habilidad para salir adelante de una situación desfavorable. Pero, sobre todo, el hombre supo que, para ganar un bien terreno, debía renunciar a otros bienes terrenos más perecederos: para este mayordomo, tener un techo seguro implicaba renunciar a una pequeña fortuna que no le duraría mucho tiempo, porque acababa de quedar sin trabajo.

Limosna

La importancia que tenemos que darles a los bienes materiales es sencilla: son bienes, y nosotros somos sus administradores. Podríamos hablar aquí de muchos bienes, pero el Señor insiste mucho en el dinero, para que nos demos una idea de cuánto lugar puede ocupar en nuestro corazón y cuántas veces puede motivarnos a expulsar a Dios de nuestra vida.

El dinero, mucho o poco, tiene que ser un medio y no un fin. Lo que decimos aquí es muy evidente, y lo podemos hallar concretamente en nuestra vida cotidiana. ¿Para qué trabajamos? ¿Simplemente para ganar dinero? ¿Acaso no lo hacemos para sustentarnos, para comprar comida, para pagar la educación de los hijos, para cancelar las deudas, para tener electricidad y agua, para darnos algún gustito de vez en cuando? Pues bien, el dinero nunca es un fin, sino un medio para poder tener un nivel de vida digno.

Sin embargo, hay muchas personas, incluso a la vuelta de nuestra casa, que no gozan de este bien y, por lo tanto, no pueden acceder a muchísimos otros bienes a los que nosotros sí. No pensemos en celulares o computadoras, o televisores HD. Pensemos en lo más elemental: ¿habrán tenido para comer hoy? Aquí no entremos en aquello de que “son pobres porque quieren”. Muchas personas tienen empleos que no solamente le deja margen para comprar el pan. Se trata de problemas verdaderamente estructurales.

Quizá no sea nuestra responsabilidad remediarlos, pero sí es nuestro deber ayudar a nuestros hermanos a atravesar esta difícil situación económica que a todos nos toca. A esto se le llama “caridad”, y es uno de los pilares de la vida de la Iglesia.

Invitación

Por eso, la invitación de esta semana es dejar de lado tantos escrúpulos y discursos construidos desde el odio y las fobias. Lentamente, de a poquito, dejar ir a ese alacrán que tenemos en la billetera o en la cartera, y meter la mano para dar, aunque sea poco, a aquel hermano que lo único que puede hacer es vender velas en la Catedral o cantar karaoke en las peatonales. Hay muchas historias por detrás que no se pueden resumir en “son pobres porque quieren” o “si tienen manos y pies, que trabajen”. Mejor, pensemos con San Gregorio Magno: “si adquirimos las eternas moradas por nuestra amistad con los pobres, debemos pensar, cuando les damos nuestras limosnas, que más bien las ponemos en manos de nuestros defensores en el cielo que en la de los necesitados”.

Quiera Dios que esta pequeña pregunta resuene en nuestra conciencia mucho más fuerte que los prejuicios: “¿habrán comido hoy?”.

Que el Señor, caridad perfecta, les regale un domingo hermoso en familia y en
oración.

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