«Norte y compañero de nuestra vida»

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Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO 

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Juan (6,51-59)

Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?».

Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.

El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».

Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm.

Palabra del Señor

Comentario

Hermanos y hermanas: ¡feliz domingo para todos! Quiera el Señor Sacramentado regalarnos abundantes gracias en este día de su Solemnidad, y que la Virgen María, madre de la Eucaristía, nos ayude a llegar hasta el Cielo. ¡Amén! ¡Aleluya!

En este día, damos gracias abundantes a Dios por semejante regalo para sus hijos muy amados: la Presencia Real de Jesucristo Resucitado en la hostia y el vino consagrados.

El regalo

Dice San Josemaría: “Considerad la experiencia, tan humana, de la despedida de dos personas que se quieren. Desearían estar siempre juntas, pero el deber —el que sea— les obliga a alejarse. Su afán sería continuar sin separarse, y no pueden. El amor del hombre, que por grande que sea es limitado, recurre a un símbolo: los que se despiden se cambian un recuerdo, quizá una fotografía, con una dedicatoria tan encendida, que sorprende que no arda la cartulina.”

Pero Jesús no nos deja una estampita o un autógrafo. Se entrega realmente Él mismo. No es un símbolo, sino una realidad significada: tras las apariencias sencillas del pan y del vino, están escondidos su Cuerpo y su Sangre. Por eso, es el sacramento de la fe: porque creemos en lo que no vemos, pero que Dios asegura que está allí.

Además, porque es el sacramento del “Dios-con-nosotros”, es el verdadero sacramento de la caridad. Cada vez que se celebra la Misa, estamos frente a la cruz, celebrando ese único Viernes Santo en el que el Señor se partió y se repartió como pan, y derramó sobre nuestros corazones su Sangre preciosa; para abrirnos para siempre las puertas del Cielo.

Norte

Este sacramento, celebrado desde los primeros días de la Iglesia naciente, con los apóstoles y los bautizados que habían creído en Cristo; continúa celebrándose hasta el día de hoy. Precisamente por ser el signo sensible y eficaz de la Pasión y Resurrección de Jesús, es la prueba de que Cristo nos ama con todo su Sagrado Corazón. Es Jesús quien, con lazos de amor casi imperceptibles, nos va atrayendo a sí mismo, para que donde Él esté allí estemos también nosotros, y permanezcamos en su amor. A nosotros nos toca responder con total libertad a ese amor: o aceptarlo o rechazarlo; pero cuando el Señor toca el corazón, es imposible tomar una tercera posición.

Así, la Eucaristía, sacramento donde el Sagrado Corazón de Jesús late con fuerza y arde en amor, es el norte al que caminamos todos los cristianos: allí encontraremos la comunión con Él y con los hermanos; Jesús mismo viene a reinar en nuestro corazón y hace de nuestra alma su propio cielo; y al comer este hermoso alimento, seremos resucitados en el último día.

Compañero

Además, Jesús no solamente es la meta, sino que también es nuestro compañero: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y Yo en él” (Jn 6,56). Él es el pan que nos alimenta mientras caminamos, que nos da fortaleza para no desfallecer de hambre en la vida terrenal. Sobre todo, es pan de esperanza, porque nos anticipa aquí y ahora la felicidad eterna a la que estamos llamados todos los cristianos: el Cielo, la vida eterna junto a Dios. Y esa esperanza es el motor que nos impulsa en nuestra vida cristiana de cada día.

Hoy

La pandemia que estamos atravesando no nos permite asistir a la Santa Misa, y mucho menos a las procesiones que se hacen con el Santísimo Sacramento por las calles de las ciudades. Sin embargo, hoy es un día especial para reafirmar nuestra fe en este sacramento maravilloso despertando el deseo de recibirlo.

Un sacerdote amigo me recomendó una vez que ponga mi imaginación al servicio de la fe, y me traslade espiritualmente a una capilla de adoración o a un sagrario. Hay que construir en la mente cada uno de los detalles que recordemos de ese bendito lugar, y sobre todo, tener presente el Sagrario, casa del Señor. Y decir en la oración: “Quizás estés allí solo, por eso te hago esta visita, aunque sea desde la distancia: porque quiero estar con vos, Señor.”

Y podemos rezar la siguiente oración: “Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Deseo ardientemente poder recibirte hoy, para permanecer en tu amor. Pero como no puedo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno en todo a ti. No permitas que jamás  me separe de ti. Amén.”

Que el Señor nos regale un pronto regreso a la mesa del Altar, para poder experimentar nuevamente su amor eucarístico, para que tengamos vida abundante, y caminemos hacia la Vida Eterna.

¡Que Dios los bendiga mucho!

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