Con idéntica cuota de cautela y sigilo que aplicaron para descongelar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, Barack Obama y Francisco tienen una hoja de ruta para ordenar la transición política en Venezuela, que ya es una bomba de tiempo con suficiente potencia para provocar una crisis institucional en toda la región.
El Papa coordinará las negociaciones entre la administración de Nicolás Maduro y la oposición partidaria, mientras que el presidente de los Estados Unidos usará su peso propio para atenuar las violaciones de los derechos humanos que pone a Venezuela muy cerca de un régimen totalitario.
Francisco tiene una relación fluida con Raúl Castro, presidente de Cuba, que a su vez influye en todas las decisiones que Maduro toma en su despacho de Caracas. El Papa está sugiriendo una agenda que permita a la oposición ejercer sus derechos constitucionales y a la actual administración ejecutar una retirada ordenada.
Ni la Casa Blanca, ni el Vaticano, quieren repetir la experiencia de la denominada Primavera Árabe, que se inició con el sueño de democratizar ciertos países de África y Medio Oriente y terminó con la pesadilla de ISIS y los refugiados huyendo hacia Europa.
En este contexto, Maduro será un protagonista esencial de las negociaciones, pero eso no implica que obtenga a cambio un bill de impunidad. Francisco y Obama pretenden evitar una tragedia en Venezuela y saben que pagarán el costo de sostener a un presidente que habla con un pajarito.
Cuando las negociaciones entre los representantes de Maduro y la oposición lleguen a un punto de acercamiento verosímil y plausible, la propuesta de Washington y el Vaticano es que la OEA convalide esa hoja de ruta a través del voto unánime de los estados miembros.
El aval político de Francisco y Obama, sumado al aval institucional de la OEA, debería ser suficiente para establecer un preciso calendario electoral que satisfaga al gobierno de Maduro y la oposición.
El plan secreto ya tiene sus propios mecanismos, pero enfrenta un problema político de resolución imposible: Obama termina su mandato el 20 de enero de 2017, y aún no está claro si Hillary Clinton o Donald Trump, tienen intenciones de continuar con un programa institucional que fue negociado en otra administración.
A este problema de fondo, se debe añadir un elemento político que no es menor. Francisco y Obama concuerdan sobre ciertos temas de la agenda internacional, una coincidencia que será difícil de repetir con Clinton e imposible de encontrar con Trump. Entonces, el Papa y el Presidente de Estados Unidos deberían trabajar a destajo para consolidar un programa en Venezuela que no pueda ser dinamitado por Trump o cuestionado por Clinton.
Maduro se comprometió a colaborar y la misma intención exhibe Castro desde la Habana. Francisco y Obama cuentan con la adhesión del Mercosur, a pesar de su decisión de expulsar a Venezuela, y tienen reservado un papel importante para Mauricio Macri. Por sus contactos en Caracas, el Presidente argentino puede jugar un rol diplomático clave para apuntalar las negociaciones que se iniciarán en la Isla Margarita.
La apuesta de Obama y Francisco es compleja e involucra a muchísimos jugadores. Emil Paul Tscherrig, nuncio apostólico en la Argentina y enviado especial del Papa, cerró los acuerdos con la administración Maduro y la oposición para iniciar las conversaciones. José Luis Rodríguez Zapatero, Martín Torrijos y Leonel Fernández, ex presidentes de España, Panamá y de República Dominicana, coordinaran las negociaciones formales. Y detrás del cortinado, como hicieron con el Caso Cuba, Obama, Francisco y Castro estarán marcando las reglas de juego para minimizar los errores políticos y diplomáticos.
Se trata de planificar un soft landing para esquivar la tragedia en Venezuela, un país clave en la región por su ubicación geográfica, sus recursos energéticos y sus relaciones de poder con Cuba, Rusia, China e Irán.
Francisco y Obama corren contra el reloj, frente a una situación institucional que es inestable y plagada de sorpresas políticas. El Vaticano y la Casa Blanca deberán extremar los esfuerzos para obtener un resultado que termine con la crisis. Un error diplomático, un gesto fuera de contexto, puede convertir a Venezuela en una fosa común.
Roman Lejtman/Infobae