El miércoles por la tarde, el policía de Avellaneda Luis Chocobar se quejó en las redes sociales porque un juez lo había procesado y embargado. Chocobar, como se sabe, estaba de franco el 8 de diciembre cuando fue testigo de cómo dos delincuentes juveniles acuchillaban a un turista para robarle una cámara. Entonces, persiguió a uno y lo mató. La denuncia de Chocobar generó una abrumadora reacción solidaria a su favor, a la que en pocas horas se sumaría el propio presidente Mauricio Macri. Era un héroe: había que salvarlo de los jueces. Una de las personas que agitaron con más eficiencia las redes sociales fue el abogado Alejandro Fargosi, ex miembro del Consejo de la Magistratura. Es interesante analizar su reacción porque su inusual franqueza permite percibir los riesgos que acechan en el sendero por el que lentamente se introduce el Gobierno.
El miércoles, cuando recién se conoció el caso, Fargosi escribió: «Con este juez Pierreti hay que hacer algo simple, someterlo a juicio políitco. Basta».
Unas horas después, aclaró: «Me acaban de explicar que el juez Gustavo Pierreti NO ES EL JUEZ que está persiguiendo al policía Chocobar. Ese juez lo había liberado. Quien lo hace es el juez Enrique Velázquez, que interviene ahora en la causa».
En esas horas, Fargosi reproducía una opinión del periodista de La Nación Mariano Obarrio: «El policía Chocobar debe ser reivindicado, condecorado y ascendido. Pero en la Argentina los jueces protegen a los delincuentes y castigan a los policías».
Fargosi no tenía un solo dato de la causa pero repartía castigos, admoniciones, adjetivos y condecoraciones.
Con el mismo déficit de información, Macri recibió a Chocobar en la tarde del jueves y lo trató como un héroe. El policía era entrevistado en medios de amplia audiencia. Muchos colegas pedían la cabeza del juez. Unas pocas voces aisladas, de distinto origen ideológico -Gerardo «Tato» Young, Sebastián Lacunza, Pablo Duggan- reclamaban prudencia. No se puede opinar sin conocer los fundamentos del fallo. Tal vez el policía disparó sin necesidad.
En principio, el policía tenía un arma de fuego y el delincuente no. ¿No convendría esperar un poco?
Eran insultados masivamente. Dejen de defender delincuentes, les reclamaban.
El viernes al mediodía comenzó a trascender el auto de procesamiento, que incluía un dato inquietante: la escena había sido filmada y, según lo que escribió el juez, el policía disparaba contra el delincuente mientras este huía. Las imágenes trascendieron unas horas después. Efectivamente, lo que se ve es una persona huyendo, de espaldas, y otra -Chocobar- que dispara desde atrás. En el momento de los disparos, no había riesgo para la vida de nadie, salvo para la del delincuente y, para las personas que transitaban por allí una mañana cualquiera. El fallo del juez podía ser opinable, como todo. Pero, en cualquier caso, era un procesamiento a un policía cuya conducta, en cualquier país civilizado, hubiera sido objetada. Chocobar intervino con valentía, pero no está claro si esa intervención salvó una vida, apagó otra o ambas cosas.
Al conocerse el video, el abogado Fargosi, cambió nuevamente de enfoque: «No debemos analizar un tema tan grave, opinando como expertos cuando interpretar esas imágenes no es lineal ni debe descontextualizarse. Prejuzgar e ideologizar es lo opuesto un juicio imparcial y justo».
En una democracia, cualquiera tiene derecho a prejuzgar, agitar, adjetivar, pedir condenas a quien se le ocurra, desdecirse de todo y volver a afirmarlo. Lo que transforma la anécdota en algo relevante es que el estilo Fargosi curiosamente se adueñó de algunos de los mejores periodistas del país -opinar sin tener los datos- , y de gran parte de la dirigencia política: notablemente Cristian Ritondo, Patricia Bullrich, María Eugenia Vidal, Horacio Rodriguez Larreta y, finalmente, el presidente de la Nación.
La llegada del macrismo al poder político de la Argentina fue acompañada por un nuevo discurso en materia de seguridad que, en principio, sonaba legítimo y equilibrado: las fuerzas de seguridad debían contar con el respaldo de la conducción política del Estado porque de otra manera sería imposible contar con ellas para combatir el delito. Había que terminar con la inversión de la prueba: un policía también debería ser considerado, a priori, inocente.
Esa perspectiva, lentamente, fue cambiando hacia un punto de vista más extremo, que se expresó por primera vez a principios de noviembre, cuando cayó baleado el joven mapuche Rafael Nahuel en la zona del Lago Mascardi. Ante la evidencia de que había sido atravesado por una bala de Prefectura, el Ministerio de Seguridad difundió que ese balazo fue en respuesta a un ataque. Cuando un periodista le pidió pruebas, Patricia Bullrich respondió: «Es la versión de Prefectura. Es una fuerza del Estado. Para nosotros tiene fuerza de verdad».
La escalada concluyó esta semana cuando la ministra llevó a Chocobar a la Casa Rosada y ambos fueron recibidos por el presidente. «Me enorgullece que usted sea policía», le dijo Macri. Al día siguiente, se conoció el video donde se lo ve disparando por la espalda. Pasaron muchas horas. El presidente no corrigió el mensaje: tampoco su jefe de Gabinete ni su ministra de Seguridad. ¿Está bien, entonces, que un agente dispare por la espalda, en la vía pública? Tal vez sea pícaro defender esas ideas. O popular. ¿Será justo? ¿Será sabio?
Toda fuerza que llega al poder está integrada por una multiplicidad de sectores, de convicciones heterogéneas. En Cambiemos, hay herederos de la tradición alfonsinista y personas que reivindican aún hoy a la dictadura militar. En esa escena, en la que Macri respalda a Chocobar y vulnera de manera tan evidente la independencia del Poder Judicial -algo tan sensible para la república- se refleja el triunfo de los sectores más extremos, los que creen que el curro de los derechos humanos debe ser reemplazado por su violación, o que al garantismo bobo lo debe suceder la falta de garantías.
Antes, la policía era sospechosa aunque hiciera lo correcto. Ahora, es inocente aunque dispare por la espalda. La Argentina es, como se ve, un país pendular donde siempre hay público para las ideas extremas. La expresión más fuerte de esto es el ascenso de Patricia Bullrich en el firmamento oficial.
Dos días antes del encuentro entre Macri y Chocobar, durante su primer discurso ante los miembros del Parlamento norteamericano, el presidente Donald Trump pidió un homenaje a un personaje, hasta ese momento, desconocido. Dijo Trump: «Esta noche está aquí un líder en el esfuerzo de defender a nuestro país: el agente especial de Investigaciones de Seguridad Interior Celestino Martínez, conocido como CJ. CJ ha pasado los últimos 15 años sacando a peligrosos criminales de nuestras calles. Llegó un momento en el que los jefes de la MS-13 ordenaron asesinarlo. Pero él no cedió a las amenazas ni al miedo». Celestino Martínez se puso de pié y el Congreso entero lo ovacionó. Minutos después, el presidente pidió otra ovación a dos parejas que habían perdido hijos a manos de delincuentes de origen latino. «Evelyn, Elizabeth, Freddy y Robert: esta noche, todos en esta cámara rezarán por ustedes».
Con esos golpes de efecto, Trump pidió el apoyo a las leyes contra los inmigrantes. Sin ellas, dijo, no se puede combatir el delito, el narcotráfico y el terrorismo.
Las estadísticas serias sobre crímenes reflejan que en las principales ciudades de los Estados Unidos los delitos han bajado a su nivel más bajo en los últimos cuarenta años.
«En los años noventa, se discutía lo mismo pero, al menos, sobre un fenómeno preocupante: el aumento del crimen. Ahora, el presidente le echa la culpa a los extranjeros de algo que, directamente, no está sucediendo», escribió el premio Nobel Paul Krugman en The New York Times.
Muchas veces los presidentes prescinden de los datos molestos.
Juegan con las angustias de los ciudadanos.
Y se refugian en mensajes lineales para mostrarles que están junto a ellos y que los van a defender sin reparar demasiado en minucias.
Populismo es como llaman algunos teóricos a esos recursos.