«Mi nieta de 12 años me convenció de votar a favor de la legalización del aborto», dijo la diputada del Frente Renovador Mirta Tundis, justificando así su cambio de posición sobre la legalización del aborto. La nieta de Tundis tiene 12 años, y usa el pañuelo verde. Le pidió a su abuela que votara a favor. Ella accedió.
El argumento mi hija me convenció de votar a favor, se multiplicó en las cuentas de Twitter de varios diputados. Y fue común también ver en las calles a madres acompañando a sus hijas adolescentes -incluso preadolescentes-, de pañuelo verde.
En un artículo de la Revista Anfibia se hablaba de un diputado «indeciso», porteño, del PRO, sin dar el nombre, y el dilema en el cual se encontraba sobre cómo votar por la presión de que era objeto en la mesa familiar.
«Él, por formación católica, siempre tuvo una postura contraria a la interrupción del embarazo. Se negaba incluso a dar la discusión -decía el artículo-.» Pero, seguía el relato, «desde hace semanas su esposa y su hija lo llenan de argumentos, números, estadísticas, razones para que vote a favor. La más chica se enoja mucho. Le dice que no puede entenderlo. Lo presiona. (…) Él se confiesa honestamente abrumado». La historia no tiene final pero se insinúa que el legislador estaba en vías de cambiar su posición.
Este dejarse convencer por los hijos podría ser también el caso de Cristina Fernández de Kirchner. Ella no lo ha dicho pero otros se han hecho voceros suyos -por caso, la diputada Mayra Mendoza y el senador Marcelo Fuentes, jefe del bloque kirchnerista- afirmando que la ex presidente había revisado su negativa a la legalización del aborto influida por sus hijos. No está dicha la última palabra en su caso -y las declaraciones de la senadora rionegrina Silvina García Larraburu, kirchnerista y muy cercana a CFK, son significativas-, pero lo cierto es que Máximo y Florencia Kirchner se han manifestado como exaltados partidarios del aborto legal.
Un caso confirmado de influencia filial fue el del diputado del Frente RenovadorJosé de Mendiguren. Incluso una de sus hijas lo explicó: «Mi papá vive su fe, va a misa y ha asistido a retiros espirituales», explicó Belén. Ella practica budismo y dice compartir con su padre la creencia de que la vida empieza con la concepción pero su hermana abogada la convenció de que el problema era la clandestinidad. «Lo bueno de mi papá fue poder dejar sus creencias de lado y legislar para un montón de personas, lo cual es su deber». En cuanto a su madre, «al principio dijo que no pero después no dijo nada».
Otro que decidió dejar de lado sus creencias religiosas y votar a favor de la ley, convencido por su hija y amigas de su hija, fue el diputado Fernando Ascencio, del Frente Renovador.
También hubo excepciones, como la de la diputada Paula Oliveto (Coalición Cívica, ARI), que no se dejó convencer por su hija y mantuvo su posición contraria a la ley.
¿Qué hay detrás de esta actitud y, sobre todo, de esta orgullosa proclamación de que los hijos «mandan»?
Vilma Saldumbide, docente y psicóloga, ex rectora del ILSE, es categórica: para ella, «hay una demagogia que hace que se piense que el joven hoy tiene una voz más valiosa que la del mayor, más crédito, validez y actualidad».
A veces tienen razón, agrega, «y está bien que tengan su criterio, su pensamiento, pero de ahi a que todo lo que digan sea la verdad, o el porvenir valorable, hay mucha distancia».
Esto es fruto de una inseguridad del adulto, un temor a quedar caduco en esta vida en la que hay que ser siempre joven (Saldumbide)
Por eso reitera que «decir ‘porque mi hijo me convenció’ es demagogia».
«Esto demuestra tristemente que hoy somos una barra de adultos con convicciones muy lábiles -agrega Saldumbide-, porque se puede cambiar de idea; algunas veces es sensato e inteligente decir me equivoqué, pensaba diferente, pero pero hay grandes temas en los que los cambios son fruto de una inseguridad del adulto, un temor a quedar caduco en esta vida en la que hay que ser siempre joven; no puedo quedar como un viejo caduco diciendo algo que a los jóvenes no les suena».
Desde su larga experiencia educativa, afirma que el problema con esta actitud, «es que el sustento de las opiniones adultas, seguras, firmes, es lo que realmente va a orientar al joven a repensar la suya, y si a pesar de eso la mantiene, bienvenido sea, pero hoy no existe este intercambio».
Los padres de hijos adolescentes tienen que favorecer el proceso de separación, de desimbiotización, para que el joven viva sus propias experiencias, pero «deben ser los conductores, los contenedores, los que facilitan que no llegue a metas o antivalores que no son los esperables; cada uno con sus paradigmas y sus convicciones trata de que ese hijo pueda ser lo más saludable posible aunque sea muy distinto de lo que fue el padre».
El psiquiatra y psicoanalista Harry Campos Cervera, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), considera en cambio que este fenómeno es positivo. «Veo como padre y también en mis pacientes que muchas veces los hijos jóvenes pueden hacer que uno revea paradigmas. Para las personas de mi generación el aborto era un tabú, algo impensable, un pecado y todo ese tipo de cosas. Por suerte, el paradigma religioso ha retrocedido y una mirada más científica puede tener influencia«.
Los hijos son la referencia que uno tiene sobre el avance cultural (Campos Cervera)
Aunque admite que «es verdad que es piola políticamente decir que los hijos nos ayudaron a cambiar de decisión», considera que «los hijos son la referencia que uno tiene sobre el avance cultural».
«Antes ocurría también -agrega- pero se notaba menos. Los tiempos se han acelerado. En el pasado no había tanta diferencia entre generaciones. Entre nuestro abuelo y nuestro padre no hay tanta diferencia. No es que los niños sean dictadores sino que estamos en una sociedad donde la juventud marca tendencia. Inciden en esto las formas de comunicación. La oferta es más variada. Por otra parte, los padres de hoy tenemos más elementos de decisión que nuestros padres, sabemos más acerca de los efectos que nuestras decisiones pueden tener sobre nuestros hijos».
Para el filósofo Silvio Maresca, «esto se vincula con la muerte de Dios, la muerte del padre, que decretó Nietzsche; ese dictamen nietzscheano que parte del derrumbe de valores que rigieron la civilización occidental durante siglos».
«El debilitamiento de la autoridad paterna -dice- tiene que ver con el derrumbe de todo ese edificio tradicional, jerárquico; al no haber sido reemplazada o reevaluada esa jerarquía, se tiende a una planicie, a una igualdad absoluta. Es lo que se vive actualmente, lo que está en curso».
No hay posibilidad de ejercer la autoridad si no hay un sistema de valores (Maresca)
«No hay posibilidad de ejercer la autoridad si no hay un sistema de valores -agrega Maresca-; los valores ordenan. Si las jerarquías humanas no son organizadas por valores, si la autoridad paterna no está enmarcada en un sistema de valores, aparece como sin legitimación, como un mandato arbitrario».
Mariana de Ruschi es doctora en psicología, trabaja en la Casa del Reencuentro, un hogar de madres en situación de calle, en Barracas. Ella ve un paralelo entre «el perfil de estos hijos influyentes y de estos padres legisladores influenciables con el vínculo entre votantes y Estado».
«Es triste decirlo -sostiene- pero estos son hijos del shopping, del consumismo, hedonistas que no toleran una demora, un no, una frustración que lo piden todo con la expectativa de tenerlo todo, sus derechos, sus libertades, y así se van deslizando hacia un libertinaje y esto ocurre bajo la mirada de sus padres, cómplices».
No hay crecimiento ni educación si no hay conflicto (De Ruschi)
«Y los padres, como el Estado, son buenos en tanto y en cuanto hagan no lo que está bien, lo que es para el bien común, sino cuando dan lo que se les pide. Y estos padres que se dejan tiranizar por los hijos son padres que evitan situaciones de conflicto, que evitan toda situación enojosa con los hijos; no quieren frustrarlos ni disgustarlos. Pero no hay crecimiento ni educación si no hay conflicto».
De Ruschi también alude a cierta «admiración» desmedida por los hijos que en el fondo oculta es narcisismo. «Qué capacidad tienen mis hijos para tomar decisiones, qué maduros son, qué geniales; idolatran al hijo, si él es genial yo también lo soy porque soy el padre».
No es legislador, desde ya, pero también el conductor de televisión Mariano Iúdica incurrió en este dejarse influir por los hijos que ejemplifica lo que De Ruschi señala, cuando escribió en un tuit: «¡Esto es inapelable! Chapeau @valiudica. Sos enorme, hija… Te amo, te admiro ¡y celebro que me lleves de la mano! ¡Salud!». Fue su comentario al mensaje de su hija en Twitter.
«¿Qué hace el padre? -se pregunta De Ruschi-: en lugar de amar, se fusiona, y esto confunde, parece amor, pero es como una mímesis o un estado emocional».
A la inversa, la firmeza, la capacidad de ser consecuente con valores e ideas, tiene recompensa. Pero hay que estar dispuesto a atravesar el desierto. A tolerar reproches, enojos y hasta distanciamiento de los hijos. Hay que tener convicciones; palabra últimamente algo devaluado, con tantos voceros pidiendo que «no se vote según las convicciones personales»; un llamado absurdo pero que se volvió «viral», como suele decirse en tiempos de redes.
Estos padres están esclavizados por lo políticamente correcto (De Ruschi)
«Un buen día -dice De Ruschi-, el hijo dirá qué bien mis viejos, estaban convencidos, me resultaron una referencia firme, estable. De lo contrario, serán hijos egocéntricos, que no piensen en ninguna entrega ni compromiso, ni esfuerzo por el bien común. Hegel hablaba de la dialéctica del amo y el esclavo que se necesitan recíprocamente. Estos padres están esclavizados por lo políticamente correcto, como los gobernantes por la imagen de sí que reciben de los votantes».
En el fondo, agrega, «es una dinámica del poder, es un implacable querer estar bien situado, bien ‘empoderado’, como se dice ahora, es una manera de seguir teniendo poder, me rejuvenezco en esto de mimetizarme con el joven, no hay un verdadero crecimiento».
Ahora bien, De Ruschi admite que los padres aprenden de los hijos, pero ¿en qué contexto? «En el contexto de nuestra paternidad -responde-, de nuestra autoridad, educándolos, buscando el bien de ellos; padres, docentes, profesionales, así aprendemos, pero cumpliendo con un servicio, ejerciendo nuestra paternidad, nuestra docencia, para el bien del otro, no pienso en lo que me conviene como no debería pensar en lo que le conviene el diputado o el senador sino en el bien común; cualquier otra cosa es repudiable porque amar no es complacer».
«Y si amar no es complacer -concluye-, habrá posturas enfrentadas, pero si los padres se mantienen firmes sin abandonar un camino existencial, ni sus principios, le van a dar al hijo referencias objetivas, confiables. De lo contrario, el mensaje que se pasa al hijo es ‘lo que pienso puedo dejar de pensarlo, lo que es puede dejar de ser’, todo es relativo y gana el subjetivismo o la idea de lo políticamente correcto».
Fuente: Infobae