Reformas dan débiles resultados, pero alientan las esperanzas de los cubanos

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Un año de grandes esfuerzos para aprovechar las reformas de la economía cubana no hizo rico a Julio César Hidalgo. Pero este propietario de una pizzería tuvo algunos meses buenos, por más que el restaurante que abrió con su novia dé pérdidas y a veces no tienen con qué comprar ingredientes básicos.

No obstante, este joven de 31 años se siente agradecido de tener un negocio propio. Hace un año, Hidalgo preparaba pastelitos en una panadería del Estado, en la que empleados y jefes se peleaban por llevarse algunos huevos, harina y aceite de oliva, pues era la única forma de salir adelante con salarios de 15 dólares al mes.

Hoy no le responde a nadie, paga impuestos y emplea a otros. Un verdadero hombre de negocios.

«En parte se cumplió mi sueño de tener lo mío propio en mi casa, de poder mandarme a mí mismo y puedo decir que se cubrieron las expectativas porque no creo que en Cuba hoy podemos aspirar a más», expresó Hidalgo una reciente tarde de diciembre junto a su novia Giselle de la Noval. «Hemos sobrevivido».

 

La historia de Hidalgo es muy parecida a la de varios individuos entrevistados por la Associated Press que instalaron negocios propios luego de las reformas de hace un año que abrieron las puertas a una forma limitada de mercado libre.

Sus experiencias, igual que las de las reformas mismas, no pueden ser descriptas como un gran éxito. De una docena de individuos que abrieron negocios -un restaurante, dos puestos de venta de DVDs, dos cafeterías, una costurera, una manicura y un hombre que instaló un gimnasio- tres cerraron o empezaron a trabajar para otros y otro dice haber sido hostigado por sus antiguos empleadores estatales. Fuera de Cuba, nadie diría que sus experiencias son exitosas

Sus vidas, sin embargo, fueron transformadas, se hicieron realidad muchos sueños, hubo un cambio de actitudes y se abrieron puertas que habían estado cerradas más de medio siglo.

En el caso de Hidalgo, algunos padeceres personales agravaron el reto de abrir un negocio en una isla de gobierno marxista que miraba con recelo la iniciativa privada desde que la revolución de Fidel Castro de 1959 convirtió esta nación capitalista en un satélite soviético.

Luego de un verano caluroso en el que nadie quería comer pizza, Hidalgo tuvo que cerrar el negocio dos meses para atender a su abuela, que tiene el mal de Alzheimer. Mientras el local estuvo cerrado, él y De la Noval tuvieron que pagar impuestos y hacer aportes jubilatorios, lo que se llevó los pocos cientos de dólares que habían ganado.

Volvieron a abrir a fines de noviembre, con tan poco dinero que no siempre pudieron ofrecer el especial de la casa.

«Después que cerramos dos meses se puede decir que empezamos de cero, y nosotros no perdimos el negocio porque tuvimos disciplina y orden desde marzo hasta septiembre», manifestó De la Noval de 23 años.

Un año que el presidente Raúl Castro describió como vital para la revolución vio desfilar una serie de reformas que están transformando la vida económica y social de la isla. En octubre el gobierno legalizó el mercado de automóviles y un mes después autorizó la compra y venta de propiedades inmobiliarias, anulando la prohibición de esas actividades que estuvo vigente por décadas. En diciembre se comenzó a conceder préstamos bancarios a quienes quieren abrir negocios o reparar sus viviendas.

Una de las reformas más radicales del año que se acaba fue la decisión de aumentar significativamente la cantidad de gente que trabaja por cuenta propia, parte de un esfuerzo infructuoso por reducir la cantidad de empleados estatales.

Unas 355.000 personas recibieron licencias para abrir negocios, cuya presencia es obvia. Casi en cada esquina de La Habana y en miles de pueblos y ciudades de toda Cuba hay carteles improvisados y sombrillas que anuncian la presencia de un nuevo negocio, así como vendedores callejeros que ofrecen a viva voz desde vegetales hasta escobas y servicios de reparación.

«Estamos en un año de estabilización, los cambios han avanzado, el ritmo no es el adecuado para la acumulación de los problemas que hay pero hay avances y sobre todo son consecuentes, uno detrás de otro y no hay señal de paralización o retroceso y tampoco hay improvisación», manifestó a la AP el experto Omar Everleny Pérez, del Centro de la Economía Cuba perteneciente a la Universidad de La Habana.

El gobierno desistió de dar estadísticas sobre los ingresos en concepto de impuestos y los ahorros en las nóminas de empleados generados por las reformas. Un informe de octubre del diario del Partido Comunista Granma dijo que los impuestos que pagan los negocios nuevos se habían triplicado.

Los líderes cubanos redujeron sus pronósticos para el crecimiento económico del 2011 del 3% al 2,7%, un índice muy bajo para un país en desarrollo.

Las personas que instalaron negocios privados se quejan de los altos impuestos que deben pagar, la falta de materia prima y el hecho de que de repente están rodeados de competidores. La mayoría de la gente que comienza a trabajar por cuenta propia no tiene capital para abrir negocios innovadores y se limita a instalar cafeterías, salones de manicuras, pequeños puestos a la vera de los caminos y cosas por el estilo.

Anisia Cárdenas es una costurera, una de más de 100.000 cubanos que tenían licencias para operar negocios privados desde la década de 1990, cuando la isla hizo su último experimento con el mercado libre. Tras las nuevas reformas, decidió expandirse y pagar dos dólares al día para alquilar un porche de una vecina en el que instaló su máquina de coser.

Sin embargo, no había mucha actividad y tuvo una competencia feroz de otras costureras con licencia. Luego de unos pocos meses tuvo que regresar a su pequeño departamento, temerosa de verse obligada a cerrar su negocio por no poder pagar un impuesto de 19 dólares mensuales. Para diciembre, trabajaba como empleada de otra costurera.

«Las cosas son difíciles», dijo Cárdenas, quien está tratando de ahorrar dinero para la fiesta de los 15 años de su hija en enero. «Todo es muy caro».

Otros dicen que las normas a veces no tienen sentido y los empleados estatales siguen mirando los negocios privados con cierta suspicacia.

María Regla Saldívar es un cinturón negro en taekwondo que consiguió una licencia para dar clases privadas a los chicos del barrio en un parque frente a su trabajo. A principios de año soñaba con convencer al gobierno de que la dejase convertir un lavadero abandonado en un centro de recreación.

Pero el gobierno le negó el local y luego sus jefes en el Instituto Nacional de Deportes le suspendieron el sueldo porque dijeron que sus actividades particulares estaban afectando su desempeño. Dejó entonces ese trabajo.

Finalmente, su antiguo jefe le prohibió usar el parque para clases de artes marciales, algo que, técnicamente, está prohibido. El gobierno considera que la enseñanza de esa disciplina puede resultar mortal, por más que la mayoría de los clientes de Saldívar no son siquiera adolescentes.

«Aquí se le llama envidia», dijo Saldívar de su jefe. Insiste en que no enseña taekwondo sino «quimbumbia», una disciplina que ella inventó. Ahora dicta clases a 14 estudiantes en un patio detrás del departamento donde vive con su hija adolescente.

Saldívar asegura que no lamenta lo sucedido en el último año. Dice que tener que tomar decisiones comerciales aumentó su auto-estima y que se siente feliz de haber podido ahorrar 2.000 pesos (80 dólares), equivalentes a cuatro salarios estatales promedio. «Para mí es mucho dinero», dijo ella, pasando los dedos gruesos sobre las rayas de un par de pantalones de color azul celeste que había comprado. «Yo quería tener esto (los pantalones) desde hace rato y lo tengo. No parecía una entrenadora, parecía una buscadora de mangos».

Rafael Romeu, director de la Asociación para el Estudio de la Economía Cubana, con sede en Washington, dijo que Raúl Castro «cambió la conversación» desde que reemplazó en la presidencia a su hermano Fidel y presionó a los distintos organismos del gobierno para que resolviesen los problemas de la economía en lugar de seguir atribuyéndolos a factores externos como el embargo comercial impuesto por Estados Unidos hace 49 años. Los cambios no han alcanzado por ahora para revivir la moribunda economía cubana.

«Son pasos positivos. Ahora puedes tener un teléfono celular, puedes comprar una casa o tener una pequeña empresa. Pero esto no es la caída del Muro de Berlín. No son cambios grandes», manifestó Romeu. «Cuba tiene enormes dificultades. Esto es un maratón, y están apenas gateando».

Romeu, quien ha trabajado en todo el mundo estudiando las economías emergentes, dijo que Cuba está actuando con mucha más cautela que China o Vietnam, que abrieron sus economías a paso más acelerado.

Cuba encara un panorama distinto al de esas naciones. China y Vietnam tenían economías agrarias y su gran reto era sacar de la pobreza a decenas de millones de personas. La nación caribeña es un país más urbano, con una población de clase media que está envejeciendo y que está acostumbrada a tener atención médica y educación gratis, sin tener que trabajar para recibirlas. «En Cuba, el desafío es mantener la clase media, no crearla», expresó.

Algunas reformas parecen avanzar a paso más rápido que otras.

El negocio es muy bueno en una esquina conocida desde hace tiempo como el epicentro del mercado informal de bienes raíces de La Habana. Sólo que ahora, los avisos que se colocan en los árboles ofrecen legalmente propiedades en venta, sin necesidad de recurrir a «permutas».

Méndez Rodríguez, agente de bienes raíces sin licencia -esa actividad no está incorporada como tal por ahora-, dijo que la compra y venta son legales, controladas por una burocracia relativamente sencilla.

«Todo es legal» comentó Rodríguez, por más de que no haya licencias para su profesión. Indicó que él y otros intermediarios no cobran sino que viven de los «regalos» que les hagan sus clientes.

El Estado concede licencias para 181 actividades en la actualidad y circulan versiones de que pronto incorporará la de agentes de bienes raíces. Rodríguez dijo que las reformas parecen haber generado un aumento en los precios y que una casa que hace un par de meses costaba 20.000 dólares requiere hoy un 50% adicional.

Los nuevos comerciantes quisieran ver aumentos de ese tipo en sus actividades.

Javier Acosta, quien invirtió en un restaurante propio más de 30.000 dólares que había ahorrado trabajando como mesero, dice que por ahora no tiene muchos clientes. «Este ha sido un año de duro trabajo, de sacrificio, de trabajo arduo. Días que no viene nadie, dias que viene una mesita, dos mesitas, que viene bastante gente», manifestó.

Relató que operar el negocio le cuesta unos 1.000 dólares al mes y que cuando no hay mucho movimiento no alcanza a cubrir esa cifra.

De todos modos, reconoce que las reformas le cambiaron el rostro a Cuba y sostiene que los cínicos que dudan de la apertura deben ajustarse a una nueva realidad.

«Después de 50 años en que todo estaba prohibido se necesita tiempo para cambiar la mentalidad de la gente y hacerles entender que esta vez es diferente», dijo, sentado en su restaurante vacío del segundo piso en una tarde reciente. «Si usted no trabaja, no come».

A pesar de sus problemas, Acosta dice que volvería a correr el riesgo si tuviese la oportunidad. Hidalgo y De la Noval están de acuerdo. Ellos esperaban abrir a tiempo para la víspera del año nuevo, que los cubanos festejan tradicionalmente con pierna de cerco, yuca, frijoles negros y postres.

Hidalgo dijo que su familia no tiene suficiente dinero ahorrado como para tomarse la noche después de las crisis y tribulaciones de este año. Afirmó que mantendrá abierta la pizzería hasta tarde y festejará el Año Nuevo con su novia y su tía allí mismo.

«Pensamos hacer una pequeña comida nosotros tres», dijo Hidalgo. «La pierna (de cerdo) si la puedo comprar será para vender no para comer nosotros».

 

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