Relaciones de frontera en las gobernaciones del Tucumán y el Río de la Plata

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Por Mauro Luis Pelozatto Reilly

Antes de la llegada de los españoles, y con éstos del proceso de conquista y colonización, el territorio americano estaba ocupado por toda una enorme multiplicidad de étnicas, que se diferenciaban entre sí por diversas cuestiones, como el lenguaje, la religión o sistema de creencias, las costumbres, las formas de vida (nomadismo, sedentarismo, o puntos intermedios entre esas categorías), todo ello condicionado por el contexto geográfico, social y político previo a los primeros contactos con los europeos.

En el caso de los grupos que se tuvieron en cuenta para este artículo (los pueblos de las regiones selváticas o chaqueñas), hay que tener en cuenta que se encontraban distribuidos por una vasta región que no fue conquistada ni colonizada hasta bien entrado el siglo XIX, caracterizada por las elevadas temperaturas y humedad, en donde tuvo su desarrollo una agricultura bajo los métodos de roza y quema, concentrada principalmente en los cultivos y cosechas de maíz. Además, era una parte de la región muy rica en maderas, plumas, miel y plantas tintóreas, todos productos que sobrevivieron a la dominación hispana, y que siguieron teniendo peso en el marco de las redes de intercambio y de comercio características de una sociedad de frontera abierta, la cual no sólo estuvo marcada por los enfrentamientos directos entre los integrantes de ambas repúblicas (indios y españoles), sino también por la formación de mercados más que interesantes para las partes.

Desde los primeros años del dominio colonial, los peninsulares y sus descendientes quisieron imponer distintas instituciones y mecanismos propicios para la explotación de la mano d obra americana disponible, como fueron la encomienda y los repartimientos forzosos que, según el espacio geográfico considerado, implicaban la concesión de grupos de nativos como tributarios (el tributo se pagaba, en la mayoría de los casos, con frutos de la tierra o en turnos de trabajo), a las familias de vecinos feudatarios, a cambio de lo cual éstos últimos se comprometían a brindar ‘‘protección, educación y evangelización’’.

Empero, los originarios de las fronteras del Chaco Occidental y Oriental se resistieron durante mucho tiempo a estas formas de compulsión laboral y económica. En el primero de dichos espacios fronterizos, se conformó una especie de sistema ofensivo y defensivo compuesto por grandes haciendas, reducciones religiosas y guarniciones milicianas, con el principal objetivo de conseguir braceros para las distintas unidades de producción. Pero lamentablemente para las autoridades, también había una considerable cantidad de forasteros, que bien podían ser indígenas, mestizos, esclavos escapados de las estancias, etc., y que la mayor parte del tiempo escapaban al control del Estado. A su vez, durante todo el período colonial, siguieron los conflictos armados contra los indios infieles, los cuales se recrudecieron particularmente durante la década de 1730 en adelante.

En el Este chaqueño, el panorama también era muy complejo para las autoridades locales de Santa Fe, Corrientes y Asunción, debido a que desde mediados del siglo XVII ya había una marcada tendencia, entre los aborígenes reducidos, a escaparse de las misiones y establecerse más allá de los territorios conquistados, y porque a partir de la escasez cada vez más acentuada del ganado vacuno cimarrón (recurso indispensable para el desarrollo de las vaquerías) en ciertos puntos del Litoral Rioplatense, las incursiones indígenas se intensificaron, al menos desde comienzos de la centuria siguiente.

Muchas de aquellas eran empresas aisladas y espontáneas, destinadas a robar bienes de hacienda y demás objetos de las viviendas y establecimientos productivos rurales, aunque también estaban los malones, que implicaban un mayor número de indios, un nivel superior de confrontación, mayor despliegue de armas y recursos por parte de los atacantes y los defensivos, y un claro carácter económico, con la finalidad central de obtener medios de subsistencia, riquezas para los grupos sociales más importantes y sostener verdaderos circuitos productivos y comerciales que excedían la capacidad de control efectivo por parte de los hispano-criollos.

Simultáneamente, debemos tener presente el contexto político-militar de las entradas contra los Valles Calchaquíes, reiteradas entre 1629-1660, las cuales estuvieron caracterizadas por lo sangriento de las guerras, y las desnaturalización de los americanos sobrevivientes a través de diversas formas de explotación como las ya mencionadas, el peonaje, la agregación, el arrendamiento y los servicios personales.

En este panorama presentado, me propongo hacer una descripción de las intervenciones del Cabildo de Santa Fe, muchas de ellas en conjunto con sus pares de otros puntos de las provincias del Paraguay y del Tucumán (como por ejemplo Santiago del Estero), en relación a los reiterados ataques indianos y expediciones armadas por parte de los conquistadores que se dieron entre 1710-1711, período caracterizado por el alto nivel de conflictividad en las fronteras rurales.

En primer lugar, me gustaría destacar las disposiciones vinculadas a la organización de las mencionadas entradas en conjunto. Por ejemplo, el 11 de febrero de 1710, se trató sobre una carta del gobernador Manuel de Velazco y Tejeda, referente a la organización de una entrada general por parte de las gobernaciones del Tucumán y el Río de la Plata, con el fin de contrarrestar los ataques de los indios mocovíes, abipones y guaycurúes, que atacaban las jurisdicciones de Corrientes, Paraguay, Salta y Jujuy, incluso llegando hasta cerca de 12 leguas de la Ciudad de Santa Fe. Días después, el capitán general de Buenos Aires informó haber recibido la aprobación por parte de la Real Audiencia de La Plata para hacer la guerra contra los indios del Chaco. En ese momento, también ordenó a los cabildantes santafesinos que resolvieran si era conveniente seguir invirtiendo en la guerra contra los charrúas en los campos de la otra banda del Paraná.

Para fomentar este tipo de empresas, los gobernadores solían dar órdenes al ayuntamiento para que se enviaran hombres y recursos. Para citar un caso, el 29 de julio del mismo año, por pedido gubernamental, se decidió el envío de hombres armados desde Santa Fe y Corrientes, para asistir al Tucumán. Además, se nombró al Comandante (Maestre de Campo Francisco de Vera Mujica) y al Sargento Mayor (Capitán Francisco Carvallo) de las referidas tropas. A los pocos días, el citado ejecutivo provincial aceptó la resolución capitular de suspender los envíos de milicias hacia los campos orientales y de ayudar contra los naturales chaqueños.

Pese a las inversiones y los intentos casi constantes durante aquellos años, parece ser que la guerra terminó en una suerte de ‘‘empate’’, ya que hasta más adelante en el siglo XVIII no se volvieron a mencionar enfrentamientos tan frecuentes en la Sala Capitular de Santa Fe, y porque además eso invitan a pensar los testimonios registrados en marzo de 1711: el 16 de ese mismo mes, se mandó a notificar al Teniente de la Provincia del Tucumán, Esteban de Urízar, sobre los sucesos de la campaña efectuada en la Provincia del Chaco.

Asimismo, no se puede pasar por alto que, en pleno apogeo de las tensiones bélicas, se trataron otras problemáticas de índole más económica: la organización y regulación de las vaquerías,  las recogidas de ganado y el control de los campos de cultivo y del stock ganadero de las estancias de la Ciudad. Ejemplificando, podría traer a colación que en el primer acuerdo analizado, se hizo hincapié en que los aborígenes hostiles habían robado caballadas en el pago de El Rincón. En este punto, debería destacarse la funcionalidad de los caballos como medios de carga y transporte, así como también para los trabajos agrícolas en las unidades productivas generalmente reconocidas como chacras.

Respecto a las prácticas que se daban sobre el ganado vacuno, es muy clara la supremacía de las vaquerías (expediciones de caza organizadas por el gobierno municipal y por los vecinos criadores interesados –que tuvieran acción reconocida por las autoridades sobre los bovinos salvajes-, realizadas principalmente para la extracción de cueros, piezas de sebo y grasa, y demás efectos pecuarios) y las recolecciones de alzados (con el objeto de reintegrar las cabezas a los establecimientos agropecuarios, o de obtener valiosos productos como los ya mencionados, carne para el abasto local y reses para enviar en pie hacia otros lugares, como el Norte minero). A su vez, estas actividades se relacionaban con la financiación de las ya descriptas expediciones armadas: el 29 de julio de 1710, se solicitó al ayuntamiento la utilización de la acción que tenía Santa Fe en los campos de la otra banda del Paraná, para poder hacer una vaquería (entendiéndose, en este caso, como una recogida) y así obtener fondos para la guerra. Me gustaría seguir profundizando sobre estas y otras cuestiones vinculadas a la frontera, como las relaciones sociales y comerciales que caracterizaban a ese tipo de espacios rurales.

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