Según Noam Halfon, investigador de los servicios meteorológicos israelíes, la temperatura aumentó dos grados Celsius en las últimas dos décadas. Sumado a un incremento de los episodios de sequía entre 2014 y 2018, contribuyó a secar el mar de Galilea, también llamado lago de Tiberíades. «Y algunos modelos predicen que tendremos menos precipitaciones en general, una bajada del 10% al 15% a partir de la segunda mitad del siglo XXI«, indicó Halfon.
El boom demográfico incrementa la presión sobre el acuífero estratégico. «La población se duplica cada 30 años. Sin este proyecto (de rellenar el lago), la situación será terrible», dijo a AFP. En las verdes colinas del norte de Israel, operarios cavan zanjas para enterrar los kilómetros de canalizaciones que unirán el lago con las gigantescas plantas desalinizadoras.
«Cuando el agua circule por la canalización aportando el excedente de las plantas de desalinización en el centro (de Israel), podremos elevar el nivel del lago de Tiberíades, que se convertirá en una reserva operativa», celebró Ziv Cohen, ingeniero de la compañía nacional de agua de Israel, Mekorot, que supervisa parte de las obras.
El proyecto presupuestado en 1.000 millones de séquel (u$s310 millones) permitirá de ahora a finales de año invertir la tendencia y revivir de algún modo la antigua presa natural. Para llegar hasta aquí, Israel tuvo que invertir masivamente en los últimos años en tecnologías de desalinización, una experiencia usada después en las negociaciones para normalizar las relaciones con los países árabes de la región enfrentados a la misma carencia de agua.
«En el espacio de 15 años, Israel ha pasado de ser un país deficitario en agua a ser un país en estado de abundancia, lo que es fenomenal», aseguró David Muhlgay, director general de la sociedad Omis Water, que explota una planta desalinizadora en Hadera.
El complejo transforma 137 millones de metros cúbicos de agua salada en agua potable cada año, que supone un 16% del agua potable de todo el país. Y su capacidad puede alcanzar los 160 millones de metros cúbicos anuales, admitió Muhlgay. Pero para desalinizar el agua, la fábrica necesita una cantidad colosal de energía. Y, como la producción hidroeléctrica y nuclear israelí no basta para satisfacer la demanda, el país cuenta con centrales de carbón y gas, situadas a dos pasos de la planta de Omis Water.
«Actualmente, no me puede abastecer con energía renovable», expresó Muhlgay, consciente de las contradicciones de adaptarse a la crisis climática con una desalinización a expensas de un fuerte gasto energético. El dominio israelí en materia de desalinización suscita envidia y un acercamiento con los países árabes como Emiratos Árabes Unidos, Baréin o Marruecos, con quienes normalizaron relaciones desde 2020.
La planta de Omis Water recibió la visita de una delegación marroquí. Y la matriz de la sociedad, IDE, envió a su vicepresidente a Emiratos Árabes. «Todo el mundo se enfrenta a una escasez de agua, con lo que favorecer el acceso al agua puede permitir resolver algunos problemas», afirmó David Muhlgay.
La innovación no permitió atenuar el conflicto con los palestinos, que también tiene sus derivadas en el repartimiento de los recursos acuíferos, apuntó Ayman Rabi, director ejecutivo del Palestinian Hydrology Group, una ONG que trata la cuestión.
Israel controla los principales acuíferos de Cisjordania ocupada, territorio palestino situado a orillas del mar de Galilea. Y, conforme a los acuerdos de paz firmados en Oslo en 1990, Israel revende el agua a los palestinos, pero la distribución no siguió el ritmo del crecimiento demográfico.
Para superar la situación, los palestinos se pasaron a cultivos con menos necesidad de riego y se esfuerzan en recuperar el agua de lluvia. «Por supuesto, ellos (los israelíes) se presentan como exportadores de agua, pero no creo que esto tenga impacto en los palestinos», protestó Rabi.
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