Sergio Massa: «El ajuste del Gobierno golpea tan fuerte que hace que se diluyan las diferencias en la oposición»

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Hace 23 años que Sergio Massa repite una rutina con la que comienza el año. Agarra su auto y enfila para el norte de Pinamar. En banda. A lo tano. Con Malena Galmarini, su compañera, y varios matrimonios amigos de la etapa de la secundaria. Lo hace desde que era menos Massa que Sergio, antes de que estuviera en sus planes ser papá de dos chicos, de su rol protagónico en el kirchnerismo, y de blanquear sus pretensiones presidenciales desde el Frente Renovador. Su lugar de siempre es el mítico parador CR, epicentro de la rosca política durante los 90 y principios de 2000, adonde quizá llegó en aquellos años con el boceto de su futuro. Aunque ya no es tan agitado el día a día ni se ven tantos rostros del poder en ese parador, ahí sigue él; juega al truco, manipula sus teléfonos celulares en constante conexión con Buenos Aires y casi todas las tardes toma uno o varios cafés mezclados con tabaco suave para moldear el escenario de los meses por venir.

Y mientras mira las olas, y aunque repite que 2019 queda demasiado lejos, Massa nunca deja de tejer. Días atrás dejó correr la foto con Gustavo Menéndez, presidente del Partido Justicialista bonaerense, con quien, dice, se junta seguido. Aunque no confirma ni desmiente que esa imagen sea un paso amable hacia un nuevo frente peronista, el ex intendente de Tigre  advierte: «El ajuste del Gobierno golpea tan fuerte que eso hace que se diluyan las diferencias en la oposición».

Cuenta que se lleva bien con Miguel Angel Pichetto, se reconoce amigo de muchos de los intendentes del Conurbano, y elogia a gobernadores como Sergio Uñac (San Juan), Juan  Manzur (Tucumán) o Juan Manuel Urtubey (Salta). Y si bien sostiene que Margarita Stolbizer, aliada protagonista, no le marca la cancha en su esencia peronista, es esquivo cuando le piden que hable concretamente del futuro del PJ.

Entonces, cambia el foco y coquetea con el lugar común: «Lo importante es devolverle la esperanza a la gente y poner límites sin violencia. No alcanza con las diferencias que tenemos con el gobierno, ese contraste no es suficiente, tiene que ser una oposición moderna y que defienda al laburante y a la clase media».

Fuera de las frases de cortesía, Massa cree que al gobierno se le va a caer «la careta» menos tarde que pronto, que será cuando el bolsillo apriete, posiblemente en marzo, y que no habrá excusa que sirva para que «la gente» en algún momento cambie el voto. Ante sus amigos, trata a Cambiemos de maniqueísta, por justificar sus políticas mirando hacia atrás y por eso considera que la oposición tiene que estar preparada para representar esa demanda. «El problema no son los nombres, sino los sujetos representados», suele repetir y recuerda a quienes insisten con la idea de un peronismo-todo-junto, que él quiso ir a internas en 2013 y en 2015 y no lo dejaron.

Algunos veraneantes que lo cruzan lo chicanean con su oposición light a Cambiemos en 2016 o por su relación pasada con el kirchnerismo. Massa hace equilibrio en la «ancha avenida del medio» también en la arena. Le gusta ese lugar. «Soy la mejor expresión de la clase media», dice con altanería, pero cuando le retrucan que en las últimas elecciones quedó lejos de todo, admite: «Quizá no supimos explicarlo mejor».

Cuando piensa en la merma de votos y la todavía consistente atracción que genera Cristina Fernández de Kirchner para una porción considerable del pueblo votante, Massa elogia en privado a la ex Presidenta porque cree que supo hacer oposición, y que la gente valora que en aquel gobierno estuvo mejor. Pero también la enmarca en el pasado. Dice que ella es un lastre para la carrera contra Cambiemos, y analiza el futuro del que se rehusa a hablar con micrófonos prendidos: «Si ella se baja del escenario electoral, el Gobierno pierde las elecciones de 2019».

En los ratos que el ocio veraniego pierde la batalla, Massa planifica su año político sin cargos públicos sobre cuatro ejes: seguridad pública, defensa del ingreso del trabajador, de los jubilados y del trabajo. «Se puede hacer política sin un cargo, yo ya mostré que puedo gestionar y que tengo liderazgo, ahora tengo la oportunidad de que se pueda ver que hago otras cosas», explica.

Una de sus nuevas ocupaciones es el asesoramiento en otros países sobre el modelo de seguridad que implementó en el municipio de Tigre, que a la vez lo incorporó de la escuela de Rudolph Giuliani, el recio ex alcalde de Nueva York, famoso por haber desterrado el delito en Manhattan no sin una cuota fuerte de mano dura.

Massa funciona como una especie de sucursal en América Latina, entiende que Giuliani es un tipo muy apegado a la rigidez de la ley pero moldea la idea a la esencia nacional y popular. «No hay nada más peronista que la seguridad pública», sonríe, y agrega: «Nada es más peronista que cuidar a los que menos tienen, que son los que más sufren la violencia y la inseguridad».

Este verano Massa volvió a alquilar una casa frente al mar. Lee poco, no mira series («a veces veo capítulos cortos de series tipo CSI, que empiezan y terminan») y cada tanto se prende en los partidos de fútbol en la Play contra su hijo, pero la emoción le dura poco porque pierde fácil. «Los pibes manejan el jueguito como si tuvieran 20 dedos en las manos», ríe. Le va mejor en el truco con amigos, con quienes también comparte el placer de cocinar cada noche algo diferente. Massa es el que hace los asados. Sale poco de la zona norte de Pinamar, pero a veces se deja ver en el centro de la ciudad. Es cuando acompaña a sus hijos en algunas salidas. Esta semana fue con su chico de 12 a ver la obra de un instagramer que tiene un millón y medio de seguidores. Massa lo cuenta incrédulo, se ríe y piensa en cuántos votos pueden ser.

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