Sin Fidel, Cuba espera una transición pacífica

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Pasaron sólo dos días de la muerte de Fidel Castro y La Habana respiraba ayer despacio, sabedora de que está viviendo un momento histórico, pero convencida de que estos días ya no son trascendentales para su futuro. En Cuba, país lampedusiano donde todo cambia para que todo siga igual, la sucesión se fue atando durante una década de transición.

Sin incertidumbres, sin miedos, muy distinto del drama vivido en 2006, cuando el antiguo secretario personal de Fidel, Carlos Valenciaga, conmocionó a toda la sociedad al dar a conocer el «accidente de salud» del líder máximo.

Una mezcla de sentimientos, desde el pesar hasta la admiración, pasando por supuesto por la alegría de algunos. «La vida se mide por resultados y yo, que no creo en absoluto en este sistema fracasado, reconozco que Fidel alcanzó metas increíbles de poder. Sí, tengo pena, y mira que le he odiado en ciertos momentos», confiesa Alejandro Valdés, un ingeniero habanero a punto de cumplir los 50.

El que avisa no es traidor, dice el refrán. La televisión cubana adelantó que durante los nueve días de duelo su programación sería «patriótica e informativa». El desembarco del Granma, la victoria de Bahía de Cochinos, la crisis de los misiles, la zafra azucarera de las 10 millones de toneladas nunca alcanzadas, el regreso del balsero Elián o la cruzada de los «cinco héroes» surcan las pantallas entre discurso y discurso, entre abrazos con Hugo Chávez y paseos junto a Gabriel García Márquez.

Fidel hasta en la sopa, incluyendo sus últimas palabras en el Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), que a todos sonaron a despedida y que hoy arrancan las lágrimas de sus seguidores y de los que no lo son.

Después de un fin de semana de preparativos, la verdadera despedida comienza hoy. Durante dos días la capital del país concentrará los actos de homenaje para dar paso el miércoles a la caravana de libertad, que recorrerá el país.

Incluso una especie de ley seca manda en los comercios de la capital, para que a nadie se le ocurra celebrar los nuevos tiempos.

Cuba prepara así su propia transición dentro de la transición, de forma pacífica, sin sobresaltos, todo bajo el control de su poderoso aparato estatal.

Del héroe indomable de Sierra Maestra, ícono revolucionario que tanto influyó durante medio siglo en el continente, al militar pragmático, alérgico a cámaras y micrófonos, llamado a estirar la revolución más allá de sus propias vidas.

Una prolongación que tiene fecha: febrero de 2018, mes que terminará en el segundo mandato de Raúl Castro, que en ese momento contará con 87 años.

El pequeño de la familia Castro asumió el mando sin complejos en 2006, convencido de que para lograr su propósito, a fin de cuentas el mismo que compartía con su hermano, había que profundizar unas reformas económicas que él mismo sugirió tras el impacto del Período Especial, a principios de los 90.

«Detrás de mí vienen más radicales», advirtió en su día Fidel.

Admirador del «modelo vietnamita» y como si de un alquimista del poder se tratara, Raúl mezcló sus reformas con el continuismo de su hermano a una velocidad insuficiente para una población ávida de cambios.

Sombra

La alargada sombra del gran líder impedía cualquier experimento, incluso refrenaba los cambios soñados por su hermano, pero no pudo impedir que el propio Raúl eliminara uno por uno a sus elegidos para liderar el país del futuro.

La cantera que Fidel formó desde su propio despacho figura hoy en la lista de los suprimidos por Raúl. Empezando por el economista Carlos Lage, vicepresidente del Consejo de Estado, y por Felipe Pérez Roque, el ex canciller llamado a batallas más importantes.

Entre los damnificados también se destacan el joven ideólogo Otto Rivero, el líder juvenil Hassan Pérez y el propio Valenciaga, que pasó de dar la cara en el peor momento a desaparecer por completo de la vida de los cubanos.

Mientras tanto, los cubanólogos se preparan para desentrañar gestos y palabras, con la mirada puesta en la sucesión de 2018. Una sucesión que Raúl Castro pretende supervisar desde dentro, ya sea con su propia presencia al frente de las fuerzas armadas o del PCC o a través de sus compañeros de armas. Porque en la santísima trinidad del poder cubano, el padre sería el Partido Comunista; los hijos, el ejército, y el espíritu santo, el gobierno y el Consejo de Estado. Algo que conocen al dedillo los comandantes y generales fieles a Raúl Castro, héroes de la Sierra Maestra: José Ramón Machado Ventura (vicepresidente segundo y número 2 del PCC), Leopoldo Cintra (ministro de las Fuerzas Armadas) y Álvaro López Miera (jefe del Estado Mayor).

La vieja guardia, junto con Ramiro Valdés, el comandante más fidelista de todos, cuyas peleas con Raúl son de todos conocidas, permanece como garantía de una sucesión controlada con dos grandes favoritos y varios outsiders.

A la cabeza, el vicepresidente Miguel Díaz-Canel y el coronel Alejandro Castro Espín. El primero, ex ministro de Educación nacido en Santa Clara hace 56 años, es el gran favorito, entre otras cosas porque su mayor defecto es su principal virtud: tiene un perfil tan gris que pareciera imposible imaginárselo al frente de la revolución de los Castro, sin apetencias por el poder, con ninguna palabra de más y muchas de menos. Pero todos los civiles que le han precedido cayeron cuando más poder tenían.

El segundo, el único hijo varón de Raúl, el tan temido como misterioso responsable de los servicios de inteligencia y contrainteligencia, aparece siempre en los momentos importantes. Ya sea junto a su padre mientras conversaba con Barack Obama en La Habana o negociando con Vladimir Putin. Su «olvido» durante el Congreso del PCC (no ingresó en la cúpula de los elegidos) desconcertó a los mismos observadores que le daban como favorito.

Dabiel Lozano/ La Nación

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