Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Palabra del Señor
Comentario
Hermanos y hermanas: ¡Feliz domingo! Que el gozo, la paz y la fe de parte de Dios Padre y de Jesucristo, el Señor, esté ahora y siempre con todos nosotros; y que el amor de la Santísima Virgen María nos lleve de la mano hasta el Cielo. ¡Amén!
Hoy celebramos con toda la Iglesia el segundo domingo del tiempo de Navidad, un tiempo muy breve, en el que extendemos el gozo del nacimiento de Cristo por un par de semanas, y que culminaremos el domingo siguiente, cuando celebremos la Fiesta del Bautismo del Señor.
Este segundo domingo de Navidad nos trae un fragmento del Evangelio bastante peculiar: es un antiguo poema o himno escrito por el evangelista San Juan para introducir su Evangelio.
El Verbo
San Juan introduce, como hemos dicho, su Evangelio con un himno antiguo, profundamente cristiano y cristocéntrico: nos presenta al Verbo de Dios, la Palabra, a Cristo mismo. Este himno es como un “nuevo Génesis”, en el que San Juan no se ocupa de relatar cómo Dios había creado el mundo, sino que busca dejar en claro lo que ocurría antes de la creación del mundo. “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (v. 1)
Los cristianos creemos fundamentalmente en la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo; tres personas divinas distintas, pero un solo Dios verdadero. Un misterio totalmente indescifrable, al que no habríamos llegado nunca si no hubiera sido por la Revelación que Cristo mismo nos ha hecho.
El Padre es eterno, existe desde siempre, desde toda la eternidad. No ha sido
creado por nadie, sino que Él es el creador.
Y crea el mundo, como dice San Pablo (Col 1, 15-17), “por medio de su Hijo”. Este Hijo, segunda persona de la Santísima Trinidad, también existe desde siempre, como señala el Evangelio de hoy; y es llamado Verbo. “Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.” (v. 3). Algo semejante encontramos en el Génesis, cuando Dios dice lo que hace al crear el mundo.
Además, lo que nos tiene que quedar en claro es que el Verbo tampoco ha sido creado, sino que ha sido engendrado. Algunos autores espirituales de los primeros siglos de la Iglesia tratan de explicar este misterio afirmando que, desde la eternidad, el Padre dijo una sola Palabra, y dicha Palabra era tan perfecta que fue persona divina.
Los suyos
Esta segunda persona de la Santísima Trinidad, existente desde siempre, engendrada y no creada, verdadero Dios, perdió un día la razón. Decidió en una locura de amor inclinar el cielo y descender, hacerse uno de nosotros. Dios verdadero se hizo hombre verdadero, y nació en un pesebre en Belén de Judá, del vientre de María y bajo el cuidado de José.
Toda esa exposición dogmática que hicimos en la primera parte de este comentario se hace misterio tan lejano y tan cercano a la vez: Dios se ha hecho hombre, Dios ha nacido, Dios está aquí. “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.”
Todo un misterio al que estamos llamados a contemplar y a vivir en estos días de Navidad. Imaginémonos por un momento que un alto mandatario, un rey o un presidente se levante un día y diga: “me voy a vivir a La Banda, en una casita de barrio, a compartir con los vecinos.” Dios, verdadero Rey del Universo, habiendo planeado desde siempre semejante “mudanza” motivada por el Amor, un día abandonó su trono en el Cielo y posó sus pies en la tierra. Y tuvo que llorar, y aprender a caminar, y a comer lo que le daba su mamá, y a aprender el oficio de su papá, y a gozarse, a festejar, a sufrir… tuvo que morir. ¡Y tuvo que resucitar! Él mismo compartió con “los suyos”, es decir, nosotros, pobres y pequeños, hechos de barrio y soplo de Dios; pecadores y limitados, tan volátiles y de pocos años. Él nos ha mostrado que el gozo, la esperanza, el dolor y la muerte no son realidades ajenas a Dios Las conoce muy bien, y nos ha mostrado el camino que debemos seguir, no hasta la muerte, sino hasta la Resurrección gloriosa.
¡Gracias a Jesús que ha querido ser uno de nosotros! ¡Gracias a Jesús que nos ha
hecho verdaderos hijos de Dios por la fe y el bautismo!
Los suyos no la recibieron
Navidad siempre es paz. Muchas veces he visto cómo la Navidad ha traído tarde o temprano la reconciliación y el afecto entre personas y familias enteras que no se hablaban. Navidad siempre despierta en nosotros el anhelo de tranquilidad espiritual.
Cuando Dios se hace presente, la vida se colma de paz y de esperanza. Y la ternura nos
desborda.
Sin embargo, los acontecimientos de esta semana han sido terribles. Una guerra
entre Oriente y Occidente puede estallar en cualquier momento, sobre todo con el
asesinato de civiles y de mandatarios del ejército en Irán. Una vez más, es necesario que los cristianos recordemos que somos del Señor, y que lo menos que podemos hacer es
recibirlo y entregarlo a los demás. Este es el llamado que hace el Papa Francisco en su
intención de enero: que los cristianos, los que siguen otras religiones y las personas de
buena voluntad promuevan la paz y la justicia en el mundo.
No nos cansemos de pedir que haya paz en el mundo, y que nosotros podamos ser siempre constructores de paz en nuestros ambientes cotidianos. No rechacemos la luz que viene a traernos el Señor. Él ha venido a iluminar nuestras tinieblas, a iluminar nuestra vida concreta, a hacernos verdaderamente felices a su lado: a revelarnos al Padre del Cielo y a que vivamos en comunión con Él.
Invitación
La invitación de esta semana es muy sencilla: compartir el tiempo con nuestros pequeños. Quizá parezca algo sacado de la galera, pero así como Cristo mismo se ha
hecho niño y ha aprendido y vivido lo que es jugar y divertirse, así también nosotros
tenemos la responsabilidad de enseñar a nuestros pequeños cómo divertirse sanamente y
en familia.
Mañana vienen los reyes magos, y el mejor regalo no es el más caro o el más colorido y llamativo. El mejor regalo que los reyes pueden traer es el tiempo compartido. JUGUEMOS CON LOS CHICOS. Es una invitación para todos nosotros: si los reyes traen una muñeca, peinémosla y vistámosla juntos; si traen una pelota, vayamos al patio con los chicos y pateemos unos penales. Si traen autitos o plastilinas, tirémonos en el piso y juguemos a la carrera o amasemos juntos. Y si los reyes trajeron una Tablet o un celular, aprendamos a usarla y veamos juntos un video. Pero que los juguetes no se conviertan nunca en un pretexto para que los chicos dejen de molestar, sino que sean una oportunidad para mostrarles nuestro amor y cariño.
Recuerden que “lo que hicieron con el más pequeño de mis hermanos, a mí me lo hicieron”, dice el Señor.
¡Feliz domingo para todos!