Los restos de todo se mueven de forma centrífuga. Parecen listos para desaparecer en la nada, como chupados por un agujero negro hambriento. Hay maderas, hay palos, hay ventanas rotas y hay pedazos de paredes. Se mueven dentro del fango que equipara a un único tono: marrón tierra.
Pero algo en el centro se mueve a contramano. Intenta escapar a la fuerza del agua. Busca aire. Es una mujer y parece hecha de lodo. Está de rodillas, tiene el pelo largo y atascado, miedo. No lo muestra. Quiere pararse, no puede, lo consigue, camina despacio, se sostiene la cabeza como si tuviera miedo de perderla, se arrastra y se cae. Lo intenta de nuevo, camina, se desploma en la orilla y se salva. Se convierte en ícono.
Su nombre es Evangelina Chamorro y su imagen recorrió el mundo como imagen de la tragedia: en Perú, desde diciembre las lluvias generan desastres y aludes que causaron 69 muertos, 170 heridos, 12 desaparecidos y 580.000 afectados.
La situación se debe a lo que los científicos llaman «fenómeno de El Niño costero», que responde a varios factores incluido el cambio climático que, según especialistas, hizo que la temperatura promedio del mar aumente entre cuatro y siete grados en comparación al verano. Ese fenómeno, que afirman subsistirá hasta mediados de abril, genera intensas lluvias en los Andes y la costa que rebalsaron ríos y quebradas, impactando sobre todo en Lima y los departamentos norteños de Tumbes, Piura, La Libertad, Lambayeque y Áncash.
Evangelina tiene 32 años y vivía en una granja junto a su marido, también arrastrado por la avalancha, y sus dos hijas de 5 y 10 años. La familia pasaba los días en una precaria vivienda de madera junto al cauce del conocido como Río Seco, de acuerdo a lo publicado por el diario El Mundo.
Su hogar era parte de un asentamiento ilegal conocido como Nueva Navarra, donde criaban vacas, cerdos y aves de corral. Llegaron allí luego de comprar su terreno a traficantes y pedir un préstamo en el banco.
Cuando Evangelina recuperó el aliento, ya en el hospital, lo primero que hizo fue preguntar por sus hijas. Ellas estaban bien. Por suerte, cuando comenzó la catarata de barro ellas estaban en el colegio y esquivaron el horror. «Pensé en mis hijas y en Dios», aseguró en el hospital luego de admitir que fueron cuatro las veces en que se hundió en el fango.
La Nación