«Tú Padre, que ve en lo secreto, te recompensará»

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Hands closed in prayer on an open bible

Por Facundo Gallego, especial para LA BANDA DIARIO

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (6,1-2.16-18)

Jesús dijo a sus discípulos: “Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.

Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu
limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Palabra del Señor

Comentario

Hermanos y hermanas: ¡buen día! Hoy, la Iglesia entera se une para celebrar el Miércoles de Ceniza. Además, con este día, damos inicio al tiempo de Cuaresma: cuarenta días de conversión que nos preparan espiritualmente para la Pascua del Señor.

Se llama Miércoles de Ceniza porque, en las celebraciones litúrgicas de hoy, está prevista la imposición de las cenizas. Se han quemado los ramos de olivo del año pasado, y el sacerdote y sus ministros dibujarán con la ceniza obtenida una cruz en nuestra frente; al tiempo que nos dirán: “conviértete y cree en el Evangelio”, o “recuerda que del polvo eres y al polvo volverás”.

El Médico

La Cuaresma que iniciamos hoy se caracteriza por ser un tiempo fuertemente penitencial: estamos invitados a reconocer nuestra fragilidad, nuestros pecados, nuestras miserias y debilidades, y presentárselas al Señor para que Él las sane.

Todos nosotros somos personas en relación con los demás. Ante todo, nos reconocemos a nosotros mismos individualmente: nos queremos y cuidamos a nosotros mismos, nuestra propia integridad. Pero descubrimos también que estamos rodeados de otras personas, en nuestra familia, amigos y sociedades. Y por último, pero no menos importante, hallamos que hay una Persona que también está atenta a nuestro bien y a nuestro corazón: Dios mismo, que se ha hecho Hombre en Jesucristo para estar en medio de nosotros, compartiendo también nuestra vida.

En estos días, la relación que entablamos con Dios se va entibiando, y terminamos teniendo “reuniones formales” con Él. Vamos a Misa por cumplir con el difunto y su familia, rezamos porque es la costumbre, bautizamos a los niños porque siempre se ha hecho así… Terminamos perdiendo la perspectiva personal de un Dios que nos quiere mucho, que nos ama con todo su corazón humano y divino. Y al perder la referencia a Dios, perdemos también la referencia a los hermanos y a nosotros mismos.

No nos encontramos, todo nos pesa, nos cuesta mucho desenvolvernos; nos estancamos,
buscamos la paz donde no está, pecamos, nos cerramos en nosotros mismos… y los
hermanos terminan importando poco y nada. ¿Y Dios? Bien, gracias.

Pero en la Cuaresma que iniciamos hoy, el Señor viene como el gran médico de las almas, para ayudarnos a sanar nuestra relación con Él, con nosotros mismos y con nuestros hermanos, sobre todo con los más sufrientes de nuestra sociedad. Sin embargo, como todo médico, el Señor espera que sigamos sus indicaciones para poder curarnos.

Así como el doctor nos dice que debemos tomar los antibióticos para cortar con la infección, también nosotros debemos tomar estos medicamentos espirituales para sanar nuestra debilidad, fortalecer el vínculo de amor con nuestros hermanos, y ser cada día más amantes de Dios.

Estos cuarenta días que viviremos hasta el Jueves Santo son “el tiempo propicio, el día de la salvación” (2 Cor 6,2) en el que, medicándonos con la medicina que Dios nos receta, alcanzaremos convertir nuestro corazón.

Jesús, en el Evangelio según San Mateo, propone a sus discípulos ir más allá de lo que ya se acostumbraba en Israel: practicar la limosna, la oración y el ayuno. Para ellos, estas obras eran de justicia, y debían llevarse siempre a cabo, en la medida de las posibilidades. Hoy, la Iglesia nos propone nuevamente estas prácticas para hacer penitencia por nuestros pecados y para restablecer nuestras relaciones desde la caridad que Jesús nos regala.

Limosna

En primer lugar, hablemos de la limosna, el medicamento para sanar la relación con nuestros hermanos. Ella no se reduce solamente a la ofrenda que hacemos en la Misa, cuando la señora pasa con la “bolsita”. La limosna tiene una forma monetaria muy válida, y que a lo largo de los siglos, la Iglesia la sigue recomendando. Hay un doctor de la Iglesia llamado San León Magno, que escribió allá por el siglo VIII: “Junto al ayuno, nada más provechoso que la limosna, denominación que incluye una extensa gama de obras de misericordia, de modo que todos los fieles son capaces de practicarla, por diversas que sean sus posibilidades. Tanto si son ricos o pobres, y aunque no todos puedan practicarla en igual cantidad de lo que dan, todos pueden dar limosna en su buena disposición.”

Como vemos, la limosna no se restringe al dinero, sino que todo aquello que involucre una obra de misericordia cuenta como tal. Consolar al triste o enseñar al que no sabe requieren que demos nuestro tiempo como limosna, y son obras tan válidas como dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento, que muchas veces requieren que demos la limosna de nuestro dinero.

Oración

En segundo lugar, tenemos la oración. Ella es el remedio más fuerte que tenemos para sanar nuestra relación con Dios. Un autor que se hizo pasar por San Juan Crisóstomo escribió allá por el siglo VII, explicó que “la oración es la luz del alma… nos ayuda a abrazar a Dios, deseando la leche divina como un niño que, llorando, llama a su madre… es venerable mensajera nuestra ante Dios, que alegra nuestro espíritu y aquieta nuestro ánimo…”

Quizá nuestra oración se haya hecho demasiado rutinaria: vamos y cumplimos con Dios, agarramos un rosario por costumbre, nuestra primera oración del día es la bendición de la mesa y no apenas nos levantamos de la cama por las mañanas.

Olvidamos a Dios, nuestro Padre del Cielo, y perdemos ese contacto con Él. Nos vamos
enfriando y lo perdemos de nuestro horizonte. Y, cuando vienen los problemas, no sabemos recurrir a Él. Y cuando todo se soluciona, no sabemos darle gracias. Y Dios espera tanto de nuestra voz, nos extraña siempre. Quiere que sus hijos le hablen. Por eso, esta Cuaresma es el tiempo propicio para reactivar nuestra oración, hacerla más humilde, esperanzada, amorosa. A veces es cuestión de sentarse en silencio, persignarse y contarle a Dios nuestros problemas. Y Él, con su amor infinito, nos abrazará.

Ayuno

Por último, tenemos el ayuno: el remedio contra nuestras propias debilidades. La Iglesia nos pide que en Miércoles de Ceniza y Viernes santo hagamos ayuno y abstinencia de carne. Sin embargo, nuestro ayuno debe ir orientado a frenar nuestras pasiones. Si somos de enojarnos fácilmente o de perecear cinco o diez minutos más en la cama, que el ayuno nos recuerde que las pasiones pasan, pero que el Amor de Dios permanece para siempre. Por eso, el mismo San León dice que “el ayuno consiste más en la privación de los vicios que en la de los alimentos”.

Invitación

La invitación es sencilla: motivémonos a ejercitar estas obras de justicia que el Señor nos propone para la penitencia cuaresmal. Pienso en San Pablo, que organizaba colectas anuales en sus comunidades para luego enviar todo ese dinero a la Iglesia de Jerusalén: quizá nosotros podamos ahorrar una cantidad concreta todos los días, y los viernes o cualquier otro día, entregar ese dinero a alguien que lo necesita.

También el desafío pasa por la oración, busquemos más y mejores momentos en la presencia de Dios. Volvamos a Él de todo corazón y digámosle en la oración que lo
amamos y queremos estar con Él, más allá de nuestras miserias y pecados.

Y no podemos olvidar el ayuno. Pensemos, en estos días, cuál es nuestra piedra en el zapato, nuestro pecado más recurrente, y hagamos el firme propósito de evitarlo en
estos cuarenta días.

Sin embargo, que todo lo que hagamos sea siempre con caridad, procurando el bien del otro. No lo hagamos por vanagloria ni por hipocresía, sino por el bien de los hermanos y para ser agradables a Dios. La caridad es creativa, por eso estos pequeños consejos que puedo enumerar no agotan toda la gama de obras de misericordia que podemos obrar en estos días. ¡Restauremos nuestra vida con el amor de Dios!

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