Cuando la policía religiosa del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) arribó a su puerta, Ahmooda Abu Amood temió que no volvería a ver a su familia. Los dos terroristas conducían una furgoneta beige, contóAbu Amood, las mismas que usan para transportar a quienes quebraron la ley y son llevados para pagar una multa, ser azotados o encarcelados. Pero los hombres no llegaron hasta su puerta para arrestarlo la tarde de ese frío febrero. Le ofrecieron un trabajo.
Le dijeron a Abu Amood -quien había sido un oficial de tránsito hasta queISIS irrumpió en la ciudad de Sirte, el pasado año- que querían lanzar un nuevo departamento y pretendían que él fuera su cabeza. «Querían que eventualmente realizara licencias para todas las personas que vivieran dentro del Estado Islámico», indicó.
Aún cuando controlan a través del miedo y la brutalidad, como sus colegas en Siria e Irak, los oficiales del Estado Islámico en Libia aspiran a crear un gobierno con una burocracia funcionando, servicios públicos y un sistema judicial creíble. Varios residentes contaron las ambiciones que los terroristas tienen en Sirte, ciudad costera que creen podría sustituir a Raqqa como capital del califato en Siria en caso de que esta cayera en manos de la coalición.
«Si aceptas vivir bajo su estilo de vida, no te tocarán», explicaMohamed Ziyani, de 27 años, quien tiene un local de muebles. «Están definitivamente tratando de crear un estado».
Sirte tiene un valor simbólico y estratégico para ISIS. Es el lugar de nacimiento del dictador libio Moammar Khaddafi. Y fue donde lo mataron durante las revoluciones que conmovieron a Libia y al mundo árabe cinco años atrás. La ciudad está en la zona petrolera, el centro de las reservas de crudo y gas.
Esta vertiente del Estado Islámico surgió como la más fuerte fuera deMedio Oriente y creció a partir de las luchas internas y tribales dentro deLibia. A principios de 2015, los terroristas ingresaron a Sirte, logrando el apoyo de la red yijadista y de los líderes tribales que habían sido leales aKhaddafi. En pocos meses, ISIS se hizo del control de la ciudad.
Los hombres fueron forzados a usar barba. Tienen que enrollar sus pantalones unos cuantos centímetros por sobre sus talones, especialmente cuando rezan, en concordancia con las enseñanzas del profeta Mahoma. Las mujeres deben llevar niqabs o velos negros que cubran sus cabezas y ojos, forzándolas a ver a través de una fílmica gaza. Y sus abayas, que las cubren de la cabeza a los pies, deben ser hechas de una tela gruesa. La policía religiosa, presente en cada vecindario de Sirte, hacen cumplir las leyes.
A los residentes se les ordenó ir a las mezquitas cinco veces al día, y los negocios y locales deben cerrar sus puertas durante los rezos. Las antenas de televisión satelitales fueron bajadas para que los habitantes de la ciudad no vean programas occidentales y otros «inmorales». Los cigarrillos y el alcohol fueron confiscados y destruidos.
«Ejecutan a cualquiera que atrapen bebiendo o tomando drogas», avisa Rawad bin Sawood, de 27 años, un vendedor de neumáticos. «Dejaron de aterrorizar a las personas sólo después de que establecieron un sistema jurídico con jueces y los procedimientos apropiados para vivir fueron establecidos».
En ese sistema, las extremidades de los ladrones son amputadas, y los adúlteros son apedrados hasta la muerte en la plaza principal. Los adivinos y los vendedores de amuletos para alejar los malos espíritus eran considerados «hechiceros» y decapitados en público. Incluso los musulmanes sufi eran considerados herejes por el Estado Islámico.
La primera persona ejecutada fue un hombre llamado Ahmed Abu Zumita, acusado de espionaje. Sus brazos y piernas fueron clavados en una cruz. Su verdugo le colocó una tarjeta en su cuello con la frase «Fajr 166», en referencia al grupo Misuratan, que intentó recapturar la ciudad sin éxito el año pasado. «Luego, dispararon sobre su cabeza», recuerda Abu Amood, quien vio la ejecución con otros 200 testigos. El cuerpo de Zumitafue dejado allí durante tres días como advertencia para el resto de la población.
Los terroristas, sin embargo, estudian cuidadosamente a quienes elegirán para trabajar con ellos. Sienten que necesitan la experiencia local para ayudarlos a crear un estado. En lugar de ejecutar a oficiales locales, burócratas y policías, como hacen públicamente en Siria e Irak, los comandantes les piden que se reúnan en la mezquita principal para trabajar para el gobierno y se unan a las enseñanzas del Estado Islámico.
Y pese a que han sido denunciados por asaltar sexualmente a mujeres extranjeras en Libia, no fuerzan a las niñas o solteras o viudas a casarse con sus combatientes, ni las utilizan como esclavas sexuales como hacen en otros países, cuentan los residentes.
«Nunca pasó aquí», dijo Mosbah Zarga, de 23 años, un peluquero. «Si hubieran forzado a la gente a dar a sus hijas para sus combatientes, hubiéramos resistido».
Pero los militantes dejan en claro que ellos son quienes controlan la ciudad. Su marca, las banderas negras, flamean sobre los edificios gubernamentales, los hospitales y las escuelas. Operan una estación de radio que transmite versículos del Corán y cuenta los ataques cometidos por la organización a lo largo del mundo.
El Estado Islámico comenzó a referirse a su propio territorio en el noroeste de Libia como Wilayat Tarabulus, que en árabe significa «provincia de Trípoli», una región que incluye la capital de ese país africano. En los foros y en las redes sociales, el grupo comenzó a colocar aLibia como su próximo frente, al tiempo que cientos de combatientes extranjeros llegaron para apoyar la causa. Militantes mujeres de otros países fueron empujadas a unirse a ellos, y médicos, ingenieros y abogados que practican la sharia fueron reclutados para ayudar al estado. La mayoría proviene del norte de África, Siria, Arabia Saudita y África Sub-Sahariana.
En Sirte, estampillas negras con las palabras «Oficina General de Servicios» -en inglés y árabe- están en las paredes de cada negocio, cada comercio. Significa que el dueño del local estaba registrado en el departamento de recaudación del Estado Islámico y que pagaba sus impuestos.
Aunque algunos médicos foráneos trabajan en los hospitales, no son suficientes. Por eso los terroristas tratan de reclutarlos entre la población. «Me dijeron que me uniera al hospital o mi cabeza rodaría», recuerdaSalim Shafglouf, de 23 años, enfermero y farmacéutico. Al día siguiente, huyó a Misurata.
En un vecindario cercano a la prisión, los militantes levantaron un departamento que monitorea los castigos de lo que consideran no-islámico, lo que incluye fumar y vestir inapropiadamente. Es llamado Al-Hisba, que en árabe significa «responsabilidad». Cada transgresión tiene su específica multa, latigazo o sentencia en prisión. «El sistema está ciento por ciento organizado», dice Abbu Amood, el oficial de tránsito.
También han montado un departamento que recauda los impuestos de transferencia de vehículos de cualquiera que quiera vender el suyo. Luego de la venta, el acta del automóvil lleva una marca del Estado Islámico.Quieren además extenderse a la confección de licencias de conducir deISIS, y todo tipo de documentación. En ese febrero frío, fuera de la casa deAbu Amood, los dos oficiales de ISIS le pidieron además que persuada a otros 17 colegas para que se unieran a la nueva oficina policíaca de tráfico.
Abu Amood, quien juró lealtad hacia Abu Bakr Al-Baghdadi, el líder delEstado Islámico, no tuvo opción. «Estaba aterrorizado», dijo. Los militantes le ordenaron que realizara reuniones para encaminar su plan. Luego, se fueron en su camioneta, identificada con una bandera de ISIS.
Aún estaban planificando su trabajo, cuando una ofensiva progobierno comenzó en mayo. «Hasta este momento, estamos esperando por nuestros nuevos uniformes», dijo Abu Amood, sonriendo.