¿Vidal 2019?

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El último viernes de octubre de 2015, un miembro de la mesa chica de Mauricio Macri analizó la elección que, pocas horas después, definiría el futuro político del país. Como el lector recordará, la principal incógnita por entonces era si Daniel Scioli lograba un triunfo en la primera vuelta. Si esto no sucedía, era muy probable que el futuro presidente fuera Macri.

«Es muy difícil anticipar el resultado -dijo-. Si la elección fuera entre Scioli y Macri, tal vez Scioli sería el nuevo presidente, llegaría al 40% y superaría por más de diez a Mauricio. Pero si la elección fuera entre María Eugenia Vidal y Anibal Fernández, sería ella la ganadora. El problema para cualquier encuestador es que no hay forma de medir qué va a hacer la gente en el cuarto oscuro. Si eligen según la boleta presidencial, no sólo Scioli ganará sino que eso arrastrará hacia arriba a Aníbal y hacia abajo a Vidal. Pero si priorizan votar a Vidal contra Aníbal y eso hará subir a Macri y bajar a Scioli, con lo cual Macri será presidente».

Esas dudas se disiparon el domingo siguiente. La contienda entre Vidal y Aníbal definió no solo la elección bonaerense sino que además depositó a Macri en la Casa Rosada. Los memoriosos recordarán que en la recta final, la campaña hacia el ballotage, los spots de Cambiemos transmitían la voz de la gobernadora electa y no la del candidato a presidente. Era ella la que llamaba a votar por Macri, más aún que el mismo Macri.

Casi dos años después, la escena se repite casi calcada, solo que faltan unas horas para tener indicios del resultado. Otra vez, se puede producir la situación en que Vidal es la salvadora de Macri.

La principal contienda electoral del día es la que se produce en la provincia de Buenos Aires, principalmente porque allí se presenta Cristina Kirchner. Un triunfo de ella sería una amenaza política y hasta personal para el presidente. Cambiemos presentó allí un candidato que no logró instalarse en la población. Hasta mediados de mes pasado, algunos encuestadores sostenían que tendría dificultades incluso para salir segundo. Entonces, María Eugenia Vidal apareció en escena.

El efecto Vidal se puede notar en varios flancos. Por ejemplo, en una reunión con candidatos, Macri les dijo:: «No necesito que usen mi imagen. Si la figura convocante es María Eugenia, apóyense en ella. Aquí hay cero ego». Además, en el cierres de campaña bonaerense no estuvo Macri: la figura central fue Vidal. A los programas de televisión más populares, fue Vidal. El spot más fuerte llevaba su voz: «Les pido por favor», imploró desde allí.

A medida que esto ocurría, las encuestas se ordenaban al punto que, desde mediados de la última semana, ya varios expertos empezaron a pronosticar un escenario de paridad. Y aún faltaba el notable favor que le hizo Diego Brancatelli, para que ella pudiera recordarle a todos los bonaerenses la manera en que la droga se adueñó de los barrios humildes durante la década kirchnerista, un argumento que no fue rebatido en toda la campaña.

En pocas horas, se conocerán los resultados de semejante recorrido. SiEsteban Bullrich llegara a ganar en la provincia de Buenos Aires, la participación de Vidal en Intratables quedará como un hecho político muy trascendente. Su figura volverá a batir records de aprobación popular. Habrá salvado nuevamente el destino de su jefe, el presidente de la Nación. ¿Es necesario agregar algo más para fundamentar que, inmediatamente, será una figura presidenciable, una eventual competidora del propio Presidente, aunque ella -nadie puede saberlo a ciencia cierta- no lo desee?

Lo que, a primera vista, parece dramático es, en realidad, un clásico de la literatura y de la política: tal vez hasta una dinámica que se reproduce en muchas familias. ¿Qué debe hacer el jefe de un clan, el fundador de una empresa, un líder político, cuando aparece en su equipo alguien que brilla por encima de los demás y se perfila como un posible reemplazante? ¿Cómo deben, ambos, manejar esa tensión natural? En la mayoría de las historias, todo termina en algún tipo de crisis.

Eso ocurrió, por ejemplo, entre Franco y Mauricio Macri, hace mucho tiempo. La solución que encontraron es que el segundo se fuera de la organización común y emprendiera su propio camino. Sucedió entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde y, mucho más adelante, entre Cristina Kirchner y Daniel Scioli. Esas dos últimas historias ofrecen una gran moraleja política: los dos últimos grandes proyectos del peronismo fueron derrotados, en gran parte, por las peleas, celos, desconfianzas y complots entre el jefe y la estrella ascendente.

Hasta ahora, esa tensión natural fue bien manejada por una distribución muy profesional de roles. María Eugenia Vidal se cuida de mencionar a «Mauricio», en cada discurso. No es necesariamente un mensaje hacia el votante. A veces incluso lo incorpora artificialmente. Es, más bien, una señal hacia arriba. Macri la respalda en todas sus batallas: la última fue ante los gobernadores peronistas por el reparto de fondos. En condiciones normales, todo será armónico. Pero puede suceder que de aquí a dos años la imagen de Vidal supere, como ahora, por mucho a la de Macri. Y entonces solo ella podría garantizar la continuidad de Cambiemos en el poder. Allí se verá si la fórmula «cero ego» es la que define las decisiones, o si empieza una de las tan clásicas guerra de los Roses.

Vidal tiene a su favor un mensaje más fresco y abarcativo que Macri. Ella puede decir: vivo en mi casa de siempre, en Haedo, y sonar como una más del pueblo. No proviene de un gran grupo económico, no fue menemista, su nombre no figura en los Panamá Papers, no se le traba la lengua cuando habla de los desaparecidos, tiene un claro costado social.
Un ejemplo muy categórico de esta semana sirve para ilustrar el contraste. La policía bonaerense, como parte de otro operativo en la Feria La Salada, detuvo a la mitad de la barra brava de Boca Juniors. Mientras tanto, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, quedó alineada con Gendarmería frente a la inquietante desaparición del joven Santiago Maldonado en la Patagonia. Desde el gobierno nacional, incluso, se difundieron datos apresurados (o incluso falsos) sobre el paradero del joven.

En plena campaña, además, mientras Vidal recorría la provincia, el Banco Central jugaba con el dólar de manera realmente muy curiosa. Y, en el equipo de la gobernadora se molestaban: «No entiendo por qué no nos dejan trabajar tranquilos». Esos reproches, en algunos momentos, llegaron a los medios.

Pero, aun así, Macri es el creador de Vidal, el jefe de la estructura que la sostiene, y el que fundó el primer partido político nacional desde 1945. No puede prescindir de ella, pero tiene instrumentos para, eventualmente, frenarla. Es probable que muchos de sus colaboradores sean mejores que el jefe, brillen más que él, tengan una trayectoria más limpia. Pero por algo uno es el jefe y los otros giran alrededor.

Para los sectores políticamente más liberales de Cambiemos, Macri es un personaje incómodo. Vidal, en cambio, no: es casi una ídola. Los dos lo saben. Si están ahí, seguramente, no será porque su ego es igual a cero.

Es probable que la economía, en los dos años que vienen, siga a los tumbos. Y que, mientras tanto, Vidal continue con éxito y golpes de efecto su «guerra contra las mafias». ¿Qué pasará entonces en esa pareja? ¿Qué consejo dará la armonizadora budista?

Para saberlo, de todos modos, tienen que saltar un escollo, la elección de este año. No perder por mucho hoy en la provincia de Buenos Aires -donde tal vez pueden dar una sorpresa- y ganarla en octubre. Demostrarán, una vez más, entonces, que juntos son imbatibles.

El tiempo dirá entonces si prima la sabiduría, la ambición, la inteligencia, el ego o en que proporción se combina todo eso.

Si ocurre lo contrario, las tensiones serán mucho más dramáticas, las intrigas palaciegas no le importarán demasiado a nadie, y el foco de atención se trasladará hacia otro escenario.

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