Adolfo Kaminsky es el protagonista de una historia conmovedora. Nacido en 1925, corría por las calles de Buenos Aires, donde sus padres -judíos inmigrados de Europa- se habían asentado.
Tiempo después, su familia se trasladó a Francia, donde a los 15 años comenzó a trabajar en la tintorería de un pequeño pueblo. Fue ahí donde casi por casualidad descubrió que había formas de escritura invisible, tratamientos para telas y técnicas para borrar tintas.
Las herramientas para la falsificación estaban a la mano, pero lejos de usarlas para estafar, Kaminsky utilizó sus descubrimientos para copiar documentos y ayudar a los judíos a escapar de París.
La historia está relatada en el libro Adolfo Kaminsky, el falsificador, una biografía publicada por su hija Sarah en francés y que este mes se publicará traducida por primera vez en América Latina por el sello Capital Intelectual.
Al avanzar los nazis sobre Francia durante la Segunda Guerra Mundial, Kaminsky fue recluido en 1943 junto con su padre en Drancy, uno de los predios del que salían los trenes camino al campo de concentración de Auschwitz.
«El día antes de las partidas, llegaba el eco del llanto de los que iban a ser rapados, y que se quedaban en la escalera esperando el amanecer porque faltaban camas en los dormitorios. Era el ruido de un manicomio», describe.
Los Kaminsky quedaron detenidos por tres meses y pudieron salir gracias a la nacionalidad argentina, pero la percepción de Adolfo, que no había cumplido la mayoría de edad, cambió rotundamente. «Cuando mi padre nos anunció que íbamos a ser liberados, estuve a punto de negarme. Salir cuando los otros estaban condenados a muerte. ¿Por qué nosotros y no ellos?», relata en su biografía.
Decidido a prestar su ayuda, entró en contacto con la Resistencia, con ayuda de su padre, y comenzó a falsear identidades hasta montar una fábrica clandestina que creaba «500 documentos por semana».
En el libro, cuenta que una vez debía copiar casi un millar de documentos para salvar de la deportación a, al menos, 300 niños judíos. Por tres días, no durmió. «Tenía que mantenerme despierto el mayor tiempo posible. Luchar contra el sueño. El cálculo es sencillo. En una hora fabricó treinta documentos vírgenes. Si duermo una hora, morirán treinta personas», explica.
En total, se estima que el joven adolescente Kaminsky salvó a 3 mil judíos. Su trabajo llegó a Francia, Bélgica y los Países Bajos.
Después de la guerra, Kaminsky trabajó sucesivamente para los servicios secretos franceses y para la lucha por la independencia de Argelia, formó a revolucionarios antifranquistas en España y ayudó a combatientes contra el general golpista Castillo Armas en Guatemala y contra la Dictadura de los Coroneles en Grecia, según enumera la agencia DPA.
A principios de los 70, cuando su nombre comenzó a hacerse conocido, abandonó la falsificación y se marchó a Argelia, donde se casó y tuvo tres hijos. En una de sus reflexiones, Kaminsky concluye: «Actué por convicción, en apoyo a los pueblos víctimas de la opresión, en nombre de la libertad y siguiendo lo que mi conciencia me dictaba».
Fuente: DPA