«Tengo pito, pero soy nena». La frase encarna la forma en que una nena trans puede poner en palabras -por primera vez ante su familia- lo que siente: confusión porque su identidad de género no coincide con la genitalidad con la que nació. Y ese primer esbozo por definirse a sí misma, la necesidad de comprender lo que le sucede en los márgenes de una cultura que clasifica los géneros de modo binario, es la consecuencia de un proceso interno que no arranca allí sino que empezó mucho antes. Esa verdad, su verdad, se manifiesta como el inicio de un largo camino en el que probablemente deberá lidiar con diagnósticos de patología que reflejan el desconocimiento de una sociedad que busca la «cura» en casos que no encajan con un supuesto orden natural de las cosas.
Niños trans: el drama de vivir atrapado entre el rosa y el celeste
De ese modo desorientado pero contundente seguro se definió alguna vezLuana, la argentina que se convirtió en la primera niña del mundo en cambiar el género en su documento de identidad sin tener que atravesar una batalla judicial, gracias a la Ley 26.743 de Identidad de Género sancionada en mayo de 2012. Esta última establece la «vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente». Es decir, todos y todas tienen derecho a ser tratados de acuerdo a su autopercepción.
¿Qué pasa cuando un chico empieza a dar muestras de no ser lo que su entorno espera que sea? Son miles las historias de menores que se sienten angustiados por no identificarse con el «equipo» en el que fueron clasificados cuando eran, apenas, una ilusión en una panza que crecía. Al transmitir sus emociones, la primera respuesta que estos chicos suelen recibir es otro diagnóstico categórico: «trastorno de la identidad» o «disforia». Una repetición mántrica de discursos patologizantes que promueven la violencia transfóbica.
INFANCIA TRANSGÉNERO, ENTRE LA LEY Y EL VACÍO
La Argentina es pionera en el área, tanto por su legislación como por ofrecer tratamientos interdisciplinarios para personas trans en centros de salud pública. El Hospital Durand es uno de los que más consultas recibe de todo el país y Latinoamérica. Allí funciona el Grupo de Atención a Personas Transgénero (GAPET), el mayor equipo multidisciplinario del país. El coordinador del grupo, el médico psiquiatra y sexólogo Adrián Helien, explicó a minutouno.com que si bien la ley indica que deben estar garantizadas de forma gratuita todas las intervenciones que ayuden a adecuar el cuerpo a la identidad de género autopercibida y el país está «más adelantado que otros lugares donde la temática no está siquiera visibilizada», en casos de infancia estamos «atrasados» porque no hay cobertura gratuita en un sistema integral que se ocupe de la transexualidad en la niñez.
Según una encuesta del GAPET, ante la pregunta sobre cuándo empezaron a percibir que su identidad de género no era la misma que lo que les habían asignado («femenino» o «masculino») el 67 por ciento respondió que fue antes de los 5 años. «Nuestro trabajo en el hospital está hecho a partir de historias clínicas de personas que nos cuentan que se percibieron como trans -no coincidía su identidad de género con las que le tocó al nacer- en la primera infancia», afirmó Helien, quien contó que a raíz de eso decidió crear el grupo de atención Proyecto de Género y Familia, focalizado en niños. Y recordó: «Empezamos el GAPET en 2005. Allí la primera consulta era a los 35 años promedio, y ahora es a los 18. Además, consultan muchos adolescentes y personas muchísimo más jóvenes que antes».
Asimismo, aclaró que no debe hablarse de menores que se definen como trans sino de «niños con experiencia transgénero». En este sentido, informó que puede no ser una experiencia definitiva sino ser transitoria. «Hablar de que son trans, darle una fijeza a su situación, no es lo correcto porque puede variar», sostuvo pero aclaró que «si llegan a la adolescencia sintiéndose igual, las estadísticas indican que en general continúan su vida como trans».
Fuente: MinutoUno