(Desde Cariló) Arrancó el 2017 y una cosa está clara: el Gobierno aceptó que la comunicación que desplegó en la gestión porteña no alcanzaba y que las inversiones no vendrían tan rápido como lo había imaginado, victoria de Donald Trump de por medio y la incertidumbre que esto genera a escala global. Así fue que se lanzó a nuevos formatos, más exigidos en términos de argumentación y con mayor presencia personal en los medios de comunicación.
Si en la Ciudad no valía la pena difundir en Parque Saavedra las obras y transformaciones que se hacían en Villa Crespo, si prácticamente no se contaba la gestión, ahora creen que si nadie explica que hay miles de kilómetros de rutas en marcha en todo el país es difícil mantener la confianza en un Gobierno que no pudo dar demasiadas buenas noticias este año.
Para la nueva etapa que se inicia este año realizaron una gran incorporación, Nicolás Dujovne, economista especialmente entrenado en explicar cuestiones complejas y con el talento para generar credibilidad. Dos cuestiones que cotizan alto para hablarle a una sociedad que en el 2016 hizo esfuerzos desacostumbrados para confiar más allá de la evidencia. Este año estará un poco mejor en términos de consumo, pero no lo suficiente como para que la ciudadanía se lance al gasto desenfrenado. La austeridad seguirá dominando las transacciones, por eso la necesidad de poner en valor otras actitudes sociales, como la del ahorro. Pavada de «cambio cultural» para los argentinos.
Conceptos como «no hay magia», «el camino a la felicidad será largo», «Macri necesitará ocho años» forman parte de un paquete de la comunicación nacido hace menos de dos meses, después de las elecciones en los Estados Unidos, cuando el Presidente y su equipo aceptaron que no podían esperar demasiado del mundo y la Argentina debía concentrarse en sus propias capacidades para iniciar un nuevo ciclo de crecimiento, genuino y sustentable, que será lento. Ese resultado electoral fue un duro golpe pero, como lo han hecho otras veces, aceptaron rápidamente lo inesperado y se pusieron a trabajar en función del nuevo escenario.
«Hoy el Gobierno se encuentra estancado en sus niveles de aprobación», sintetizó el experto Luciano Elizalde en un trabajo que realizó para la consultora en comunicación digital LABCOM. Y agregó: «La opinión pública todavía conserva altos niveles de confianza, tolerancia y expectativas, sin embargo, ha aumentado el nivel de rechazo general a la gestión de Cambiemos».
Elizalde valora especialmente la estrategia digital multiplataforma de Macri, que también sigue la vicepresidenta Gabriela Michetti, pero asegura que hay una gran distancia con ministros con poquísima actividad en las redes, como el de Turismo, Gustavo Santos, y otros a los que directamente define como «analógicos», Lino Barañao y Jorge Lemus.
Lo concreto es que crecieron las críticas al Gobierno y cierto estado de decepción. Aunque no deja de ser curiosa la confianza que sigue generando en la población que, a pesar de las grandes dificultades del año, supera el 50% en todas las encuestas conocidas. Es verdad que diez puntos por debajo de lo que obtenía a fines de 2015, aunque muy por encima de lo que esperaban los kirchneristas más acérrimos, que -cortos de imaginación- solo preveían un diciembre con destino de helicóptero final.
Buena parte de esa capacidad para sostener la confianza está basada en un diagnóstico acerca de la sociedad, el gran activo del Gobierno. Se trata de una manera de hacer política lo más alejada posible de los políticos tradicionales, sus usos y costumbres. Y sostenida en las facilidades tecnológicas de la actual trama cultural, donde Internet y las redes sociales democratizan el diálogo y acercan a las personas.
Macri arrancó el 2016 con una presencia muy activa en las redes sociales más populares, empezando por Facebook, y siguiendo por Youtube, Twitter, Instagram y Snapchat, que sigue teniendo. De hecho, el mensaje de fin de año que el Presidente realizó fue grabado en el sur, donde está de vacaciones, y lo mandó por las redes sociales. Pero el análisis del año lo hizo en el ultratradicional formato de radio AM, cuando se prestó a un reportaje de más de una hora con los periodistas que conducen la mañana de Mitre, Marcelo Longobardi y Diego Leuco.
Allí Macri realizó algo desacostumbrado: explicó largamente, argumentó, ofreció -digamos- su relato de lo vivido en el año y de lo que puede esperarse para el año próximo y los años que vendrán. Sin ningún apuro y deteniéndose en las frases. Como si fuera poco, el jefe de Gabinete presentó a los dos nuevos ministros, Dujovne y Luis Caputo en una conferencia de prensa inusualmente larga, cuando lo habitual es que acepte 5 o 6 preguntas como máximo.
Este cierre explicativo del año denota dos cosas. Primero, que son capaces de modificar aún sus principios más firmes, justamente este al que se resistieron durante años, que no valía la pena invertir demasiadas energías en hacerse comprender por los demás, alcanzaba con establecer relaciones y que el tiempo vea las realizaciones. Es lo que hicieron en la Ciudad.
Segundo, que la comunicación uno a uno es imprescindible pero no alcanza. Se trata de un nuevo contexto. La sociedad necesita experimentar pero también entender. Más que nada los que tienen que tomar decisiones de inversión a largo plazo y todavía tienen que acostumbrarse a un Gobierno altamente enfocado en los resultados de la gestión.
Es que se trata de una administración muy distinta a las que hubo siempre. No solo cada Ministerio tiene su «tablero de control» al que están abocados dos o tres funcionarios, que monitorean cada área interna, sino que las distintas áreas tuvieron que expresar qué error cometido en el 2016 no tienen que repetir en el 2017 (es decir, repensar todo el año y en equipo) y ponerse diez objetivos prioritarios para el año que se inicia.
Los viejos lobos de la política o de las empresas y las pequeñas o grandes mafias enquistadas en la administración pública se ríen de los organigramas y el reunionismo obligado mientras estallan las urgencias y las amenazas de todo tipo. No pueden creer que un Gobierno pueda funcionar bajo un esquema que consideran «ingenuo», donde solo se premia el esfuerzo.
Algo similar dicen los vecinos en Pinamar de Martín Yeza, el intendente de Cambiemos que tiene 31 años y ganó las elecciones con el 38% de los votos y gobierna con un concejo deliberante en donde está en absoluta minoría: «tiene buenas intenciones». Parece una forma de decir que no lo logrará, que es un buen chico que no podrá con las mafias que se resisten a cumplir las normas más elementales y pretenden generar miedo incendiando bosques.
Pero tal vez no sea exactamente así. Yeza tiene 72% de imagen positiva, incluso por encima de la gobernadora María Eugenia Vidal, que en Pinamar llega al 65 por ciento. Además logró poner en marcha una reglamentación votada en el 2009, que exigía instalar balnearios de un modo que facilite la recuperación de los médanos (rehabilitación del frente marítimo) y no se había podido poner en marcha. Arrancó el verano y 26 de los 46 balnearios cumplen la normativa y se augura una temporada excepcionalmente buena.
Lo que pasa en Pinamar es un buen ejemplo de lo que pasa en el país. Yeza llegó al gobierno por el fracaso de la política que dio 7 intendentes en apenas 6 años y un modelo económico que se decía nacional pero fomentaba, sobre todo, los viajes al exterior.
Sin el fracaso estrepitoso de sus antecesores, Macri tampoco hubiera llegado a la Presidencia, ni Vidal a la Gobernación. Hubo una sociedad que, sin conocerlos demasiado y sabiendo la poca experiencia, decidió apostar a lo nuevo. Hace un año que gobiernan. Ellos, los gobernantes, y los ciudadanos, los gobernados, nos conocemos bastante más y podemos saber mejor qué esperar del otro. Ojalá este conocimiento mutuo sirva para hacer de este 2017 un año donde podamos dar lo mejor de cada uno por una Argentina que nos incluya a todos. Si se nos diera por hacer una nueva historia, que no vea en el otro a un enemigo, lo mejor nos será dado por añadidura.