Por Miguel Brevetta Rodriguez
Con los ojos vivaces e inquietos, erguido e impecable para siempre, mostraba su elegancia y su pulcritud al grado de la exageración.
Sabia que su nombradía había superado los límites provincianos y una prueba de ello, fueron las muestras de afectos y reconocimientos que recibía constantemente de parte de su pueblo.
Ganador permanente de cuanto concurso de poesía existiera, citado siempre, como el referente principal de la poesía santiagueña por estudiosos de las letras, reconocían en él a un buceador de las profundidades del lenguaje, debido a la singular adjetivación con que elaborara su obra.
Vivió la amistad, como un estado permanente de cordialidad, en su andar de bohemio y caminante sin reparos. Quizás hoy pueda arriesgar, que nunca antes había conocido, a un ser dotado de un lirismo tan puro que llegaba a desbordar en cada uno de sus actos, que hasta parecía mágico que de sus gestos y palabras no brotasen otra cosa encendidas rimas nombrando a su pueblo y su paisaje.
Simple, sencillo pero con una profundidad sin par, elaboraba constantemente su prolifera producción, proyectada a un universo de figuras reales y seguramente observadas hasta el detalle.
¡Siento que soy mi tierra,
sal, arcilla, arena, mapa,
sol, paisaje, nervio, vida.
vuelo, leyenda y vidala;
Que hundo en sus senos raíces
y en sus cielos hecho ramas
y en el quehacer de mis versos
siento que en mí vive su alma…!
Una natural franqueza -no vacía de una hondura sin igual- se había asociado a su poesía en tal magnitud que para él no existieron secretos para lograr una obra tan desconocida, como dispersa, por el imperio mismo de su generosidad sin par que lo llevo a escribir en cualquier parte, sin destino, ni tiempo, que pusieran limites a su inagotable erudición.
En 1953, el gobierno de España lo condecoró con la Cruz de Caballero de la Orden de Isabel Católica, en mérito a su trabajo constante de acercamiento y difusión de las culturas Hispano-Argentina, de ahí en mas, fue solicitado por notables instituciones que pretendieron en vano desarraigarlo de su tierra a la que tanto amó y con quien se identificó definitivamente.
Su orgullo de santiagueño está marcado a fuego en su vocación, sus razonamientos y sus expresiones vivénciales y es por ello, sin lugar a dudas, su posterior condición de investigador del folklore.
Que mejor testimonio de su obra: “Tiempo de zamba y malambo” para evocar de una forma magistral todas las danzas conocidas en el país, desde lo tradicional de antaño, pasando por la Pampa, el Litoral, el Centro, Cuyo, el Noroeste y finalmente el Antiplano, quizá una pieza única en su genero, para la consulta permanente de nuestro patrimonio cultural.
No se equivocó el folclorólogo Felix Coluccio cuando dijo: “ha compartido largas jornadas con este hombre santiagueño, que es como decir, he estado al lado mismo de la pasión santiagueña. Lo he escuchado hablar de su tierra, de sus pobladores, del pasado y el presente de su suelo; de su historia y de su presente y de su futuro; de su dolor, de su tierra campesina y de las esperanzas tantas veces fallidas… Santiagueño hasta los tuétanos, Dalmiro Coronel Lugones, cuando escribe o cuando habla, su palabra tiene resonancia de bombos, violines, y guitarras…
“Y aquí estoy en mi Santiago
nutriéndome de su sabia
Hombre y poeta afirmado
honda raíz en su drama
bajo los soles ardientes
quemándome las espaldas
bajo el disco vidalero
de las lunas trasnochadas.”
Vivió con desmedida intensidad su vocación de viajero, conocedor de todas las expresiones del arte nativo, e incursionó en todos los géneros con conocida suerte. Nombrado constante de nuestras leyendas, inquieto investigador de las esencias de nuestro idioma y nuestra historia, proyectó sus conocimientos en audiovisuales y libros cinematográficos. Colaboró siempre con el docente del interior de quienes obtuvo innumerables testimonios de reconocimiento.
Pensaba -al igual que nosotros- que la base, desarrollo perspectiva del hombre está en la fuente de la educación y en el estudio y difusión de la cultura de los pueblos.
Lejos quedaron aquellos cuatro años en la facultad de derecho en la universidad de San Miguel de Tucumán, quizá.
por que la vocación muchas veces, es mas fuerte que las realizaciones. El destino no lo abogado, reservándole el titulo de “poeta laureado” para el beneplácito de todos y en especial el regocijo del espíritu de quienes lo conocimos.
Nunca dejó de nombrar a su hermana Lidia y en especial a su madre muerta, por quienes sentía una desmedida admiración que pudo reflejar en su poesía:
“¡Ella fue madre, amiga y compañera
guía en la lucha, en el ideal bandera
voz de siembra de paz, en las jornadas
mies de fe madurada en las esperas…
Cuantas veces “no me importa”- me decía –
si no eres otra cosa que poeta
pues no todos en la vida saben
vivir en comunión con las estrellas…!
Su actitud creadora no entendía de limitaciones y su capacidad organizativa contribuía para que nada quedase el azar. Juntos logramos un espectáculo inédito en la provincia de reconocido éxito denominado: “Los poetas cantan a la primavera”(1969) fiesta popular en nuestra plaza Libertad con la participación de todos los poetas de la provincia, juntamente con músicos, folclorista, que daban gala ante un espectacular marco de público.
Tenía todo a lo grande, que misteriosamente armonizaba con su corazón de niño. Anfitrión permanente -en su casa paterna- de destacadas personalidades del arte, la música, y la política, recordado patio solariego, en donde mostraba orgulloso su jardín autóctono que el mismo diseñara. De arraigadas convicciones nacionalistas, no dejaba de ilustrarnos sobre el coraje de nuestros patriotas -en especial los caudillos provincianos- en cada oportunidad en que ele arte nos convoca.
Hoy, al repasar parte de su obra, pienso, que su riqueza idiomática, conjugada con la armonía y la cadencia de su verso, aun no ha sido superada.
“Me siento cuerda y madera
delirando en las guitarras,
tiempo de lunas crecidas
soñando insomne en las cajas,
parche legüero de bombos
golpeando en las Salamancas
y desvelado sonido
en el perfil de las arpas…
Tenía una obsesión que fue premonitoria; era la primavera.
Tras su viaje a Buenos Aires por razones de trabajo, en cartas que conservo, me expresaba: “…quizá me quede poco tiempo de vida, por ese mal incurable que me persigue. O la muerte en un accidente, como ya me lo han vaticinado. Adiós mi pequeño, amigo, hermano, y compañero… esta mañana luminosa de primavera de 1969. Hoy 20 de septiembre…”
No volví a verlo, salvo una que otra carta fue nuestra comunicación. Exactamente dos años mas tarde, lloré junto a mi pueblo la muerte del amigo y el máximo poeta, que hasta el fin de sus días le canto a su tierra como ninguno.
Había llegado el momento de “las tardes amarillas”, casualmente era la primavera de 1971.
¡Como he de extrañar entonces
Calor de tierra y de vida
Como he de sentir la ausencia
De mis tardes amarillas
Mientras los parches legüeros
Se alarguen de lejanías
Y los yanarcas me atajen
Presintiendo mi partida…!
Publicado en el diario El Liberal, 20 de septiembre de 1987.
Fuente: http://brevetta.blogspot.com.ar