«La CGT anuncia que va a anunciar el anuncio de un paro». El chiste que circuló en las redes sociales sobre los amagues sindicales dejó de ser chiste. Diez días después de amenazar con un paro general, la central obrera decidió desactivar la medida de fuerza.
En el proceso de «ablande» fue clave una conversación que Jorge Triaca y Juan Carlos Schmid mantuvieron el último jueves con pretensiones de secreta. El ministro de Trabajo no dio ninguna respuesta a los reclamos sindicales pero le tendió la mesa al más díscolo del triunvirato cegetista para tratar su agenda de demandas.
Aunque despojado del tono combativo que utilizó en el acto del 22 de agosto, Schmid reiteró su preocupación por la ofensiva oficial sobre los sindicatos. Se refirió a la intervención del gremio de canillitas, donde hubo un inusitado despliegue de las fuerzas de seguridad, y también a las de los portuarios, vigiladores privados y azucareros.
Triaca también escuchó el insistente reclamo de una ley de emergencia para los jubilados, cuyo ingreso mínimo apenas alcanza para cubrir la mitad del valor de la canasta familiar.
Sin obtener siquiera alguna promesa, Schmid quedó satisfecho con un gesto que en la CGT se tradujo como el puntapié inicial para la reapertura del diálogo formal con la Casas Rosada.
No es que la dirigencia sindical tenga demasiada expectativa en lo que el Gobierno le pueda ofrecer sino que necesita una excusa para bajar el tono beligerante que predominó en el acto de Plaza de Mayo.
Con el guiño de Hugo Moyano, ese día Schmid dijo que el 25 de este mes el Comité Central Confederal le pondría fecha a un paro general. Pero semejante afrenta nunca logró reunir masa crítica y con el correr de las horas se fue desvaneciendo.
Los denominados «gordos» de la CGT ni siquiera estaban de acuerdo con la movilización del 22 de agosto y mucho menos tras la «ola amarilla» que reflejaron las PASO. Y eso quedó en evidencia cuando Héctor Daer, representante de este sector en la conducción colegiada, desistió de subir al escenario.
Así, una movilización ideada como salida salomónica para descomprimir la tensión entre las posturas combativas y las dialoguistas, terminó profundizando la grieta entre los sindicalistas.
La medida desencadenó incluso en la salida de Ezequiel Sabor y Luis Scervino, dos funcionarios nacionales de buena sintonía con la CGT. Y como si eso fuera poco, Mauricio Macri reflotó la idea de obligar a los jefes gremiales a presentar sus declaraciones patrimoniales.
La represalia del Presidente forzó a los sindicalistas a recalcular toda su estrategia. De hecho, puertas adentro, tanto el «duro» Schmid como el «blando» Daer, aseguran por estas horas que «no hay ambiente» para convocar a un paro general. Incluso dudan de la realización del Comité Central Confederal del día 25.
Dicho de otro modo, si bien se muestran distantes del actual modelo económico y exhiben cómo la inflación horada el poder adquisitivo, consideran que este año hubo un cierre «razonable» de las paritarias y que «se frenó la sangría del empleo».
Con el mismo afán de justificar la cabriola de bajar un paro que hace diez días atizaban, sostienen que la amenaza oficial de una flexibilización laboral es por ahora eso, una amenaza. Y que ni siquiera tiene estado parlamentario. O sea, que basta con estar alerta y no mucho más.
En la reunión que los «gordos», los metalúrgicos y los llamados «independientes» mantuvieron esta última semana en la sede del gremio de la construcción pactaron no pintarse la cara mientras no se afecten lo que consideran sus cuatro pilares.
Esos cuatro pilares son los convenios colectivos, la ley de contrato de trabajo, la seguridad social —o sea, las obras sociales, la más poderosa de las cajas gremiales— y la ley de asociaciones sindicales, que garantiza el poder omnímodo de los dirigentes.
De la tertulia anti-paro no participó Pablo Moyano, el más radicalizado de los popes gremiales. Los «gordos» buscan aislar al camionero porque creen que sus gritos de guerra no responden a una necesidad de la corporación cegetista sino a sus propios negocios.
Concretamente ven una maniobra para mejorar su interlocución con el gobierno a fin de resolver la crisis financiera de OCA, la empresa de correo privado que maneja su papá Hugo desde las sombras.
Otro de los que exuda aire combativo es el titular de Asociación Bancaria, Sergio Palazzo. Sin embargo, no todos los integrantes de su Corriente Federal comulgan con la idea de tirar más de la cuerda.
Es evidente que los «gordos» vienen imponiéndose en la pulseada interna. ¿Por qué buscan neutralizar a los rebeldes? Porque su histórica manera de acumular poder nunca fue saliendo a la calle sino sentándose en la mesa del toma y daca. De eso pueden dar cuenta emblemas del espacio como Armando Cavalieri y también Carlos West Ocampo, todo un cuadro político.
Lo mismo sucede con Andrés Rodríguez, Gerardo Martínez y José Luis Lingeri, quienes se hacen llamar «los independientes» pese a que nunca lo son del gobierno de turno. De hecho, fue con los primeros que se contactó Triaca para que desactiven cualquier atisbo de lucha.
Moyano sabe que de ellos no puede esperar demasiado pero su problema es que tampoco cuenta con el respaldo de los gremios de transporte, claves para garantizar cualquier medida de fuerza. Ni siquiera lo acompaña el taxista Omar Viviani, cabeza del Movimiento de Acción Sindical Argentino, otro espacio interno de la CGT.
El camionero se sabe ninguneado y apenas contaría con el guiño del triunviro Carlos Acuña, un barrionuevista cuyo poder de fuego para estas lides es insignificante.
El escenario no puede ser peor para quien suele hacer un culto de la añeja práctica vandorista de «pegar para negociar». Contrariamente, no puede ser mejor para un gobierno que trabaja denodadamente para domesticar al sindicalismo peronista. Un sindicalismo , vale aclarar, que por estas horas se muestra a imagen y semejanza del PJ: desorientado y sin liderazgo.