Mauricio Macri con poder: primeros síntomas de una enfermedad recurrente

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El español José María Aznar es uno de los dirigentes extranjeros más cercanos a Mauricio Macri. Aznar, como Macri, gobernó una región central de su país y luego llegó a la cúspide del poder. Aznar, como Macri, desplazó al partido hegemónico de su país, por entonces el PSOE de Felipe González. Lo consiguió porque entendió que España había cambiado y eso lo obligaba a cambiar a él: el viejo franquismo era un bocado demasiado sencillo para las modernas fuerzas de la transición.

A diferencia de Macri, Aznar no se afeitó el bigote pero lo rasuró hasta transformarlo en una sombra. Aznar llegó al poder, como Macri, en minoría. Debió realizar acuerdos, llevar a cabo políticas graduales, no ofender a sus aliados, especialmente a los catalanes. Al final del primer período, fue reelecto por una mayoría abrumadora y cambió: llevó a España a una guerra innecesaria, reintrodujo la educación religiosa en las escuelas secundarias, reinició la batalla contra los partidos nacionalistas. Unos años después, un desabrido Rodríguez Zapatero desplazaría a Aznar del poder.

Hay algo extraño que les ocurre a algunos presidentes cuando se acomodan en el sillón. El mejor Néstor Kirchner fue el que gobernó, junto a Roberto Lavagna, entre 2003 y 2005: era el de la Corte independiente, el de la virtuosa renegociación de la deuda, el de la trasversalidad. Bastó que ganará en 2005, para que la enfermedad se desplegara: intervino el Indec, respaldó ambiciones ridículas de caudillos provinciales, avaló los primeros golpes a periodistas, impulsó los superpoderes. Y todo fue peor luego de que, en 2007, Cristina ganara las elecciones. Es un fenómeno más habitual de lo que parece: los presidentes entran pidiendo permiso hasta que se sienten fuertes y los marea la altura.

Macri está a punto de ser sometido a ese mismo desafío. Desde el próximo 22 de octubre, ya nadie tendrá derecho a subestimarlo. Ya no será el hijo de Franco, ni el ex presidente de Boca que debe su prestigio al talento de Carlos Bianchi, o Roman Riquelme, ni el hombre que apenas puede gobernar una ciudad antiperonista, ni el presidente que llegó por casualidad pero se irá en helicóptero: habrá vencido todos los prejuicios sobre sus límites, sus recursos políticos, su origen de clase. En la Argentina, esas situaciones suelen desatar una ola de alineamientos incondicionales, reverencias innecesarias, aplausos frente a cada punto y aparte, risotadas ante cada chiste bobo, y silencios ante temas que puedan irritar al Jefe. Difícil que el alma humana resista un fenómeno que satisface tan amablemente el principio del placer.

¿Es posible que Macri, también, se enferme? El Presidente está rodeado por un grupo de jóvenes que se manifiestan conscientes de los riesgos de que el poder los confunda. De hecho, la lucha contra el «ego» parece ser un leitmotiv de Marcos Peña, el interesante jefe de Gabinete. Otros seguidores del Presidente consideran casi una herejía formular este tipo de dudas. «Mauricio vino a cambiar el país para siempre». «Mauricio es distinto». «Es muy injusto evaluar a Mauricio con criterios del pasado». Todo eso dicen.

Tal vez tengan razón. Pero mientras se devela si es así, es razonable que ciertas reacciones presidenciales posteriores a las PASO generen algunas preguntas, sobre todo por fuera del círculo amarillo. Luego de la detención del «Pata» Medina, el presidente Macri se preocupó por hacer saber que la era de «las mafias» había terminado en la Argentina. Dentro de las mafias identificó a las «sindicales», las «empresariales» y las «periodísticas».

Además, Clarín y La Nación difundieron, adjudicándole textuales, que el Presidente tiene una lista de «582 personas que se creen los dueños del país. Si se los pudiera enviar en un cohete a la luna, la Argentina estaría mucho mejor». En la seguidilla cayó el nombre propio de un empresario a quien el Presidente le adjudicó comportamientos mafiosos. Unos días después, un fiscal imputó a Miguel Doñate y algunos medios lo vincularon con «las mafias portuarias».

El otro nombre propio que cayó en la redada es el de Víctor Santamaría, secretario general del sindicato de encargados de edificios y, al mismo tiempo, dueño del diario opositor Página/12. Desde la Casa Rosada se difunde que puede seguir los pasos de Medina, por sus supuestos desmanejos financieros. Durante el período 2008/2015, el gobierno de los Kirchner sostenía que no se perseguía judicialmente a Clarín por su contenido sino por los eventuales delitos que habían cometido sus dueños. La conducción de Clarín sostenía exactamente lo contrario. ¿Qué ocurre en este caso?

En la edición del jueves del diario La Nación, Carlos Pagni atribuyó a un importante dirigente del PJ la siguiente explicación. «Aunque Macri nunca lo quiso, por enfrentamientos que vienen de Boca Juniors, el problema no es con Víctor. Es con (Horacio) Verbitsky, por las notas que escribió sobre el blanqueo impositivo. Esa cobertura indignó al oficialismo. No sólo por cómo afecta a la familia Macri. También porque puso en evidencia que la AFIP no puede garantizar el secreto fiscal». O sea, parece ser que la ofensiva contra Santamaría no se debe a sus manejos financieros sino a lo que difunde su diario sobre los curiosos manejos financieros de la familia presidencial.

Por un momento fugaz, aparece la imagen de alguien que revolea nombres desde el atril, consigue con ello abrir causas en la Justicia contra los mencionados, cree que un consenso momentáneo le otorga facultades para separar la virtud del pecado, lanza acusaciones y amenazas imprecisas, y se fastidia con la prensa que le confronta. Si el lector hace el esfuerzo de cambiar nombres y fechas, probablemente lo entenderá mejor y hasta percibirá cierta semejanza con algunos métodos que rechazaba hasta hace poco.
Hay dos interpretaciones extremas sobre todo esto. Una sostiene que Macri empezó verdaderamente la «guerra contra las mafias». La lista de detenidos -Lázaro Báez, Ricardo Jaime, Omar Suárez, Juan Pablo Medina, los comisarios de la bonaerense, los capos de La Salada– parece sostenerlo: son todos indefendibles. En esa «guerra» pueden aparecer modales discutibles, pero no es lo central. La otra versión sospecha que la «lucha contra las mafias» será para el macrismo el equivalente a lo que la «lucha contra la dictadura» fue para el kirchnerismo: un recurso para imponer disciplina y marcar a quienes resistan la voluntad del poder. La aparición de una lista de sospechosos, cuyo criterio de selección se desconoce, abona esa argumentación.

Las versiones extremas no suelen explicar demasiado: las verdades siempre se ubican en huidizos puntos intermedios. Pero, para que tengan razón los que creen que el Presidente ha iniciado una cruzada purificadora, sería necesario algunos retoques a medida que la batalla avance. Por ejemplo, esta semana se publicó el magnífico libro «ArgenPapers», de Santiago O Donnell y Tomás Lukin. En su tapa aparecen los nombres de muchas personas y empresas poderosas que construyeron estructuras off shore. ¿Estarán algunos de ellos en la lista de los 500 enemigos de la Argentina?

En la breve experiencia que lleva Macri en el Gobierno hubo episodios realmente delicados para su estabilidad, ninguno de los cuales fue causado por los enemigos que hasta ahora se conocen. Por ejemplo, antes mismo de su asunción y sin ningún hecho objetivo que lo justificara, los empresarios subieron un 6 % los precios de toda la economía. El Gobierno aplicó un fuerte aumento de tarifas, casi equivalente al subsidio que recibieron las empresas gasíferas y petroleras. Sin embargo, ni la inversión ni la producción de estas aumentó. La inflación de alimentos no cede, pese a que los balances de las empresas del sector mantienen sus ganancias. Los causantes de estos daños, ¿serán alcanzados por el enojo presidencial?

El «Pata» Medina es un enemigo perfecto: ladrón, violento y aislado, con un physique du rol aterrador. Es un mérito del Presidente haber apuntado contra él, cuando sus antecesores lo alimentaban. Pero en la lista de las personas que traban el desarrollo del país probablemente no sea de las más importantes.

La lucha contra las mafias, si tal cosa existe, ganará en credibilidad si incluye el mismo método de prudencia y gradualidad que guía a otras áreas y si apunta contra propios y ajenos. Lo otro –el revoleo de nombres desde el atril, las amenazas genéricas, las venganzas contra la prensa– ya fue probado: son cosas que hacen los Presidentes cuando se sienten triunfadores.

Los momentos de gloria pueden ser el preludio de grandes desilusiones. Al 85 de Alfonsín le siguió la derrota del 87. A la reelección de Menem, el surgimiento de la Alianza y su salida definitiva del poder. Al 54 por ciento de Cristina, lo que ya se sabe. A la reelección de José María Aznar, otra debacle. El 23 de octubre se empezará a conocer cómo se desempeña Macri con el poder que, contra todos los pronósticos, supo construir.

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