Todavía no encuentra respuestas. Ni en la vida ni en la Justicia. La sorpresiva muerte de Débora Pérez Volpin, con sólo 50 años, mientras se realizaba una endoscopía en el Sanatorio de la Trinidad, lo dejó estupefacto. Pero no sin palabras. Aún herido por la inesperada partida de quien fuera su pareja durante los últimos 7 años, el periodista deportivo Enrique «Quique» Sacco sacó a la luz todo su oficio, y sacando fuerzas desde donde no había, decidió homenajearla con un conmovedor texto que resume cómo fue su hermosa historia de amor.
«Comenzamos con un ‘¿cómo venís hoy? ¿Comemos tipo nueve?’. Nuestra primera cena fue mágica. Me enamoré desde ese primer encuentro. Me enamoré del todo, de su belleza –aquello que los ojos pueden ver– y fundamentalmente de su estilo, de esa particular elegancia espiritual y conceptual que traspasa la imagen. Esa noche conversamos mucho. De casi todo. De sus hijos, de nuestros padres, la familia, los amigos, de nuestra profesión, de cine, e incluso, hasta de política», comienza la nota que escribió para la revista Gente, donde muestra imágenes del romance y la última foto juntos, días antes de su fallecimiento, durante una cena en La Casa de Adann, un restó de Belgrano, junto a sus amigos Horacio y Libia.
Luego, da detalles de cómo una película marcó lo que iba a ser su primer viaje juntos: «Corrían los tiempos del estreno de Medianoche en París (2011), la película deWoody Allen. Coincidimos en que estaba entre nuestros directores favoritos. Yo la había visto justo ese día, pero acordamos ir juntos al cine. Fue nuestra película emblemática. A los dos nos encanta esa ciudad (a mí me gusta su cielo gris y la lluvia, a ella no tanto). Pero ese destino resumía muchas de nuestras preferencias importantes. Amamos viajar, y entonces, obvio, allí fuimos en nuestro primer paseo largo juntos… la Ciudad Luz, y también Londres. Un viaje que permitió conocernos profundamente en el día a día, con todo lo que una persona puede expresar y sentir. Disfrutamos de ambas ciudades».
«Para viajar conmigo me pidió presentarme a sus padres, Marta y Aurelio. Creo que era necesario que ellos me conocieran para estar tranquilos y por supuesto, opinar en la intimidad, como hacen todos los padres del mundo. ¡Qué linda cena! Aurelio –o Cucú para sus nietos– poseía un carisma especial. Y Marta, una escorpiana inteligente que lo dejaba conducir, aunque al final ella marcaba el ritmo. Cualquier similitud entre madre e hija, pura coincidencia. Honesta, inteligente, humilde, amable, simpática, independiente, y además bella. Me abrió las puertas de su corazón, confió en mí y me regaló lo mejor que una mujer puede dar: ¡AMOR, dos hermosos HIJOS del corazón, Agustín y Luna! ¡Y una gran FAMILIA! Ese legado es eterno», sigue el relato de Sacco.
Como en toda historia de amor, también hubo momentos no tan buenos. Pero fueron pocos. Y resueltos de la mejor manera: «Claro que con Débora también discutíamos… Más que discutir, debatíamos sobre nuestra profesión, la política y hasta sobre pequeñeces cotidianas, como nos sucedió aquella primera vez en un lugar de mucho frío. Estábamos comprando souvenires; ella quería hacer una cosa y yo otra. No nos pusimos de acuerdo y el momento se tensó. A los pocos minutos se detuvo en la caminata, me tomó de los hombros, me miró a los ojos con una sonrisa y me dijo casi cantando… ‘¡Souvenir, souvenir!’. Nos dimos un gran abrazo de amor. Así sellamos esa mínima diferencia, y de ahí en más, cada vez que lo necesitamos –muy pocas– utilizamos esa clave de paz y alegría«.
«Así de intenso fue nuestro tiempo juntos. Imposible olvidarlo. Orgulloso y feliz de ser el compañero en la vida de Débora, excelente persona, gran profesional, de convicciones firmes e intransigentes, madre todo terreno, mujer inmensa, compañera leal de cada momento, dueña de una sonrisa especialmente brillante. Celebro por siempre nuestro amor inolvidable. Y como cada día antes de dormir con el beso de las buenas noches, va la frase de siempre: ‘¡Te amo, hermosa D!’«, cierra Quique Sacco, enamorado de su mujer. Por siempre.
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