Soñó algo extraño y terminó destapando un secreto familiar: “Mi madre no era mi madre”

Rompecabezas

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Hacía poco tiempo que había muerto su madre -o quien creía que era su madre- cuando Patricia empezó a tener sueños extraños. Como ya era psicóloga, volvió a su biblioteca a buscar a Freud. Además, compró una libreta y fue anotando, de madrugada, todos los elementos incomprensibles que recordaba. Con la libreta en una mano y el libro «La interpretación de los sueños» en la otra, fue armando un rompecabezas. Así llegó a descubrir la verdad: su madre no era su madre, su nombre no era su nombre y no había nacido el día en el que festejaba su cumpleaños.

«Cuando era chica le preguntaba a mi mamá dónde había nacido, si me había dado la teta: las típicas preguntas sobre el origen que hacen los chicos. Vivíamos en Cosquín y la novelita familiar era que yo no había nacido en un hospital sino en la panadería que teníamos. Me dijo que una amiga que era instrumentadora del hospital, la había ayudado en el parto mientras mi papá estaba atrás haciendo el pan», arranca Patricia Maiuro, que ahora tiene 50 años.

Cuando Patricia tenía 3 años se mudaron a Lomas de Zamora. Unos años después, sus padres se separaron y ella se fue, con su mamá, a Mar del Plata. «Recuerdo que iba a la primaria y revisaba todo: las partidas de nacimiento, la libreta de casamiento. Se ve que siempre tuve dudas». Los papeles la llevaron a un punto muerto: decían que era, efectivamente, hija de ambos.

Patricia quedó embarazada a los 17 años, se casó, tuvo un segundo hijo, se divorció, se recibió de Licenciada en Psicología en la UBA y recién hace cinco años, poco tiempo después de la muerte de su madre, apareció la primera cadena repetitiva de sueños. En todos, ella volvía a vivir en las casas en las que había vivido con su mamá aunque en el sueño sabía que no eran sus casas. «Era muy confuso: era y no era. ¿Las casas eran y no eran o mi mamá era y no era?».

En la película «Secretos a voces», en la que el director Misael Bustos contó su historia, Patrica lo explica: «La casa, para el psicoanálisis, es el útero materno». Sin embargo, su psicóloga trató de disuadirla: le dijo que en sus sueños sólo había contenido simbólico. Pero Patricia también era psicóloga – «las carreras no se eligen por casualidad»- y sabía que en los sueños aparecen «restos diurnos»: información real -cosas que había escuchado o vivido-, que no habían caído en el agujero negro de la represión.

Siguió otro: «Soñé con una amiga que estaba embarazada. En el sueño yo me preguntaba cómo podía estar embarazada si no menstruaba. Además, ella ya tenía un hijo y yo también me preguntaba cómo iba a revelarle que iba a tener un hermanito». Era confuso pero con otro texto de Freud en la mano («La negación», de 1925) Patricia fue haciendo asociaciones: «En el sueño aparecía un embarazo imposible y el ocultamiento: no se podía revelar el secreto. Dos elementos centrales de mi historia».

Las fichas se fueron acomodando hasta que cayeron: «La primera revelación fue con ese texto de Freud. Dije: ‘Mi madre no era mi madre’. Tenía 45 años, era la primera vez que eso se hacía consciente». Su padre y su madre ya habían muerto abrazados a la mentira, así que Patricia empezó a hacer preguntas al resto de la familia.

Sus tíos siguieron sosteniendo que no sabían nada. «Era increíble. Uniendo fechas me di cuenta de que todos habían visto a mi mamá en el velatorio de mi abuelo, acá en Buenos Aires. Nadie la vio embarazada, sólo recordaban que tenía un tapado de piel y que no se lo había sacado en todo el velatorio. Un mes y medio después nací yo. ¿Nadie se preguntó de dónde me había sacado? ¿De verdad creyeron que debajo del tapado había un embarazo?

Un análisis de ADN confirmó lo que había soñado: sus padres no eran sus padres. El desafío ahora era develar la otra parte de la verdad: quién era su madre biológica. En la búsqueda, Patricia encontró a la mujer que, en 1967, había asistido el parto en la panadería.

«Primero negó todo, al día siguiente me llamó y me dijo: ‘Sentate, te voy a decir la verdad’. La mujer le contó que su mamá había usado durante meses un almohadón debajo de la ropa para simular el embarazo pero que a ella habían ido a retirarla de un conventillo en Huerta Grande, Córdoba.

Como su papá de crianza había vuelto a casarse, la viuda guardaba información que nunca nadie le había preguntado. «Mi padre le contó que en aquella época tenían un puesto de empanadas en la plaza de Cosquín. Que mi mamá vio pasar a la chica embarazada y directamente la encaró. Después supe que buscaba desesperadamente un bebé, que se metía en las villas, no le importaba nada. Y por cómo era su personalidad, es totalmente posible». También le dijeron que su madre biológica era chaqueña y muy pobre.

Patricia viajó a Córdoba y fue contándole a los vecinos los retazos de su historia. Al final, encontró donde se hizo su entrega: el conventillo «Doña Paca». En la Fundación Favaloro le enseñaron a tomar muestras de ADN. «Me iba con el kit y cada vez que algún dato me cerraba, les tomaba la muestra. He tomado ADN en la calle, pinchando dedos con un alfiler». Ya se hizo cuatro ADN, todos dieron negativo.

Ya viajó siete veces a Córdoba. Pero más que certezas, los viajes dejaron nuevas dudas: «Los vecinos me contaron que en la misma cuadra del conventillo había un prostíbulo. Fui a entrevistar a mujeres que habían sido prostituidas ahí 50 años atrás, a ver si alguna recordaba a una mujer que se hubiera visto obligada a entregar un bebé. Algunas me contaron que en ese prostíbulo les habían quitado a sus hijos. Que cuando alguna quedaba embarazada, la recluían en la cocina y luego vendían al bebé. Fui buscando a mi madre biológica y terminé descubriendo una red de venta de bebés».

Entrevistó a las parteras del pueblo que seguían vivas. Fue a los hospitales a buscar registros de su nacimiento que «justo se habían perdido en una inundación». Viajó a Catamarca para buscar a las personas que aparecían junto a sus padres en las fotos en blanco y negro de su infancia. Fue a ver al intendente de Huerta Grande y al de La Falda.

Fue al Registro Civil y entrevistó a la jueza de paz que firmó las partidas de nacimiento apócrifas. Viajó a La Rioja a hacerse un ADN con una mujer que había entregado un bebé. Viajó a Traslasierra para hacerlo con otra. Y nada, todavía nada.

«A veces siento que estoy a punto de llegar a la verdad y de repente, todo se cae. Yo no busco una familia, busco la verdad, si ni siquiera sé qué día nací. Ni siquiera sé si mi nombre es mi nombre. Debo tener hermanos». Hay un dato que aparece en nuevos sueños recurrentes que aún no logró descifrar. Es una dirección: Los Inmigrantes 784.

Patricia no sabe qué significa pero sabe que es lo que los psicólogos llaman «el componente extraño de los sueños»: un posible dato concreto desprendido de la maraña nocturna. Cada pista puede ser un timbre nuevo para tocar. Y, detrás de cada timbre, puede haber alguien que sepa un nombre, una provincia, un dato que puede conducirla, si aún vive, hasta su madre biológica.

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