En el Gabinete y en el Banco Central manifestaron ayer preocupación por el dato de inflación de septiembre (6,5%). “El costo es exorbitante para la economía y las personas”, coincidieron. En la autoridad monetaria, precisaron, las consecuencias impactan más en el Gran Buenos Aires.
Las perspectivas no son alentadoras reconocen diferentes integrantes del equipo económico. En el Central comentaban que el stress inflacionario no cede y octubre será un mes de “inflación muy alta”. “No hay margen para el optimismo de acá a fin de año”, se escuchó decir a otro responsable de la conducción económica.
En el Gobierno advierten sobre el riesgo más importante que enfrenta la economía hoy: que el comportamiento del dólar y los precios conformen una espiral al alza traduciéndose en una indexación mayor de la economía. En ese caso, ni siquiera el plan de base monetaria cero serviría como corta fuegos. O en todo caso, haría falta una tasa de interés aún más elevada para ver su efectividad.
En el Central admiten que los riesgos están latentes pese a la pax cambiaria de las última semanas. La recomposición salarial, tarifaria y cambiaria impactarán en la inflación que viene. Un cálculo de Ecolatina estima que el IPC de octubre sea 5% y noviembre-diciembre 3% cada uno. Para el año daría 47%-48%.
En las últimas dos semanas, el minuto a minuto de la política monetaria se jugó en las licitaciones de las Leliq y el tándem dólar-tasas. Pero la prioridad pasa por eliminar a la economía de la incertidumbre que la llevó (semanas atrás) al punto tal que no se celebraron contratos y eso significó un parate en la actividad.
En el Gobierno, como nunca antes desde que arrancó la gestión, se observa temor por la evolución y la conducción de la política económica de cara a los próximos meses. Ello es lógico por tres motivos. Primero, porque la economía se encuentra en un punto que ninguno de los economistas y responsables de Cambiemos imaginaron hace tres años cuando trazaron los planes de gestión desde la Fundación Pensar. La meta de inflación original estipulaba una tasa para fin de año de un dígito. Segundo, el gobierno de Macri se propone desinflar, o al menos salir de esta urgencia, de una manera que no está escrita en ningún manual: con una zona de flotación y otra de intervención flexible. Pero además, y al mismo tiempo, persiste en bajar la tasa y corregir los desequilibrios sin pisar tarifas ni el tipo de cambio. Tercero, en Argentina hay libre movimiento de capitales y la reversión de estos flujos a los países emergentes asestaron un golpe al plan gradualista de Macri que buscó una rueda de auxilio en el FMI. El país aún está expuesto a nuevos vaivenes en la economía global dadas las amenazas proteccionistas entre EE.UU., China y UE.
Los economistas privados coinciden que el éxito del plan Sandleris dependerá, en buena medida, de que el precio del dólar converja al límite inferior de la banda de no intervención ($34). En ese caso el Banco Central podría comprar dólares e inyectar pesos a la economía. Sin embargo, el camino no estaría librado de obstáculos además del contexto internacional. Y es que se vislumbran riesgos en ‘la calle’. Un informe de la consultora Invenómica estimó que la caída del salario real este año será de 11%. La cifra es mayor a la de 2016 (5,6%) y 2014 (4,7%). Desde ese punto de vista, si la tasa de interés se mantiene elevada, el dólar registraría más estabilidad y el poder de negociación del Gobierno ante los sindicatos aumentaría en un contexto recesivo. La tasa de sacrificio sería enorme, claro. Desde la óptica del Banco Central, más grave sería volver a las jornadas de volatilidad en el dólar.
Los números muestran que el traspaso a los precios del aumento del dólar de estos meses, sigue siendo más bajo que el registrado a la salida del cepo en 2016 o el de la devaluación de Axel Kicillof en 2014. ¿Habrá más remarcaciones en las góndolas? Si se toma en cuenta abril de este año como el inicio de la corrida cambiaria, el traspaso a los precios fue del 20% transcurridos cinco meses del puntapié inicial de la devaluación. Podría esperarse que ese traspaso siga subiendo si se tiene en cuenta que en 2016 era 50% a los cinco meses de la devaluación y en 2014 casi 70%. En el Gobierno hacen cuentas y saben que aquella frase “hay que pasar el invierno” esta vez será “hay que pasar el verano”.
Ezequiel Burgo/Clarín