El llanto del diablito, la despedida del Carnaval

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Sabían decir que, si el Sábado de Carnaval se participa del Desentierro, es necesario estar presentes en el Entierro del Domingo de Tentación, que lleva ese nombre, justamente, por caer ya entrada la Cuaresma. Es que, dicen, de otro modo el Diablo queda suelto por el resto del año, y vaya a saberse qué es lo que pasa entonces.

Hay cuentos, como el del disfrazado que se pasó de largo la ceremonia porque dormía su macha. Algunos aseguran que le pasaron cantidad de cosas terribles, pero otros lo disculpan porque dicen que fue al mojón de la comparsa para pedir perdón. No hay forma de corroborarlo, porque te indican que es tal, el primo de cual, y uno no está nunca seguro de a quien preguntarle.

Cuentos hay cantidad, como ese que advierte sobre quien no se limpió el talco y el papel picado, llegó al lunes con los cabellos blancos y ahí nomás le salieron cuernitos, porque el tema es que el Diablo anda con permiso de encabezar nuestra alegría sólo estos nueve días al año, y nada debe quedar de él ya pasada la fiesta. El resto le toca vivir bajo las piedras, al menos los días que restan hasta que se lo vuelva a desenterrar.

Así se vive este Domingo: asados a mediodía, alguna cabeza guateada para los más afortunados, aunque no viene mal un buen picante, y a recorrer las últimas invitaciones con esa fuerza que ya sabe un poco a bronca porque se termina. Los cohetes, que van anunciando el último paso de los alegres por las calles, se mezclan con los truenos que les repitieron las nubes como un dueto que se continuó hasta el comienzo de la lluvia.

Las comparsas dan sus buenos rodeos. Algunos son “obligatorios”, como el de no pasar por la puerta de la iglesia, pero el Domingo de Tentación parecen ser más porque nadie quiere que se acabe. Algunos calzan la “sarta”: un alambre en el que clavan frutas, verduras, todo aquello que entienden que debe acompañar al Diablo en el entierro. Uno nos dice que hay que colocar todo lo que el Carnaval nos dio, y nos muestra que su “sarta” lleva una cholita.

Antes de terminar, pasadas ya las invitaciones y el aguante final, la vuelta de despedida por la Plaza casi arrastrando los pies como peregrino que llega de Punta Corral, se enciende un fuego en el mojón, se baila acompasado, lento, al son de trompetas tristes, los disfrazados lloran su dolor, ese falsete que caracteriza la hora, se echa al fuego algo que nos acompañó durante las ocho noches y, al fin, el Diablito, ese muñeco que simbolizó la alegría, que generalmente se rellena con cohetes para que su despedida esté a la altura del personaje.

Ricardo Dubín/EL Tribuno Jujuy

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