Por Facundo Gallego, especial para LA BANDA DIARIO
El mundo está celebrando el carnaval, una fiesta que cobra distintos matices alrededor del mundo. Argentina, en todas sus latitudes, tiene también mucho para aportar: los tempraneros corsos del litoral, las murgas y comparsas provincianas, el desentierro del pucllay en Tilcara, la harina y la témpera de Humauaca; el feriado puente nacional, el descanso de nuestro trabajo y de nuestro estudio, desfiles, corsos, carrozas, baldazos de agua en los barrios…
Carnaval es una ocasión llena de alegría y de color, que no solamente convierte un lunes en un día festivo, que muchas veces extiende su algarabía a todo un mes, o se anticipa ya a finales de enero.
Pero, ¿qué significa concretamente esta fiesta, ante todo para nosotros, los cristianos?
Carnestolendas
La cuestión de los significados etimológicos (es decir, del origen de las palabras) a veces resulta problemática, y da lugar a muchos malentendidos. Algunos creen que carnaval es una palabra que proviene de carne y baal. Este último es un demonio muy popular del Antiguo Testamento, que en el Primer Libro de Reyes es nombrado y representado por unos profetas diabólicos que terminaron derrotados por el gran profeta Elías. Sin embargo, la palabra carnaval está muy lejos de ser una simple castellanización de una idea diabólica de entregar la carne al demonio.
En primer lugar, hay que considerar que la palabra aparece por primera vez en Italia medieval: carnevale. Los italianos habían nombrado a esta fiesta gracias al latín: carne y levare, que significa concretamente quitar la carne.
Más tarde, en España, a carnevale le nace un sinónimo: carnestolendas, que provenía del latín carne y tollendus (negación).
Carnaval y carnestolendas tienen un mismo significado: quitar la carne. Aquí se evidencia la estrecha relación entre esta fiesta con la Cuaresma cristiana. No es casual que los días de carnaval precedan inmediatamente al Miércoles de Ceniza, día de ayuno y abstinencia, ante todo, de carnes rojas y blancas.
Paganización
Desde su aparición, difuminada en el tiempo, el carnaval tenía esta perspectiva de “juntar fuerzas” para afrontar los cuarenta días penitenciales de la Cuaresma. Se cuenta que, en Alemanía, hace ya varios siglos, cientos de carniceros aprovecharon estos días de carnaval para regalar casi doscientos kilos de salchichas a la población.
Sin embargo, muchas sociedades cometían algunos tipos de excesos, no solamente en cuestión de carne comestible, sino también en carne corporal. Y todo esto era soportado con cierta liviandad, incluso por las estructuras de poder de las diferentes épocas. L
Lamentablemente, carnaval ha sido una de las fiestas que más rápido se ha desprendido de su origen cristiano: de vivir la alegría y el festejo permitiéndose pequeños gustos, ha pasado al descontrol y al desenfreno. Así, ha perdido su referencia última a la conversión que nos propone la gracia de Dios en el tiempo de Cuaresma, al que precede.
Desde el cristianismo
El carnaval es una verdadera fiesta, que debe ser vivida como toda fiesta: con alegría. Por eso, los cristianos no consideramos que el carnaval sea algo diabólico, sino algo verdaderamente refrescante, que nos descubre la faceta positiva y festiva de la vida. Y muchos cristianos optan por celebrarlo viajando a los lugares neurálgicos, aprovechando el impulso turístico que las políticas de las últimas décadas han dado a este tipo de festejos.
El problema es el desenfreno, que nos quita la perspectiva de celebración y termina ocasionando disturbios, problemas y, en muchos casos, heridas y muertes.
Todos nosotros podemos aprender de la imagen de un Jesús festivo, que no tuvo ningún
escrúpulo a la hora de ir a festejar la boda de su amigo, y terminó convirtiendo el agua en buen vino, signo bíblico y social de la alegría y la amistad. Entregado a la alegría y a la amistad, pero nunca al descontrol.
Propuesta
Me aventuro a proponer algo muy concreto: aprovechemos el carnaval. No nos privemos de una sana alegría, que nos haga fortalecer vínculos con los amigos. Si viajamos a Jujuy, que sea con amigos y con muchas ganas de compartir con ellos. Si nos quedamos en casa, sorprendamos a un familiar con un buen baldazo de barro.
Organicemos una cena, ahora que las noches traen un vientito fresco; compremos bombuchas y hagamos guerra con los vecinos. Disfrutemos un vino, una cerveza, hagamos un asado, escuchemos buena música, disfrutemos de estos días de descanso y alegría.
Pero, sobre todo, no perdamos de vista que el carnaval tiene una perspectiva cristiana y cuaresmal: que esta fiesta sea para nosotros un aliciente para vivir los próximos cuarenta días con mayor oración, penitencia, esperanza y caridad.