Un grupo especial de expertos sobre las lenguas en peligro convocado por la sección del patrimonio cultural inmaterial de la Unesco escribió en el año 2003: «La diversidad lingüística es esencial en el patrimonio de la humanidad. Cada lengua encarna la sabiduría cultural única de un pueblo. Por consiguiente, la pérdida de cualquier lengua es una pérdida para toda la humanidad«.
Durante la última década, desaparecieron más de 100 idiomas a nivel global, y otros 400 están en peligro de perderse para siempre. Según datos de la Unesco, cada 14 días muere una lengua y si esta tendencia sigue en crecimiento, un 50% de los 7 mil idiomas y dialectos del mundo se desvanecerá en el universo.
Cuando muere un idioma, no sólo se pierde una forma de comunicarse, sino las tradiciones e historia de una cultura, que, en la mayoría de los casos, pertenece a un pueblo que la transmite de boca en boca. Leyendas, mitos y cuentos que se imparten de generación en generación cesan de existir, y con ellos la gente que les dio su origen. Es una extinción.
«Una lengua desaparece cuando se extinguen sus hablantes, o cuando éstos dejan de utilizarla para expresarse en otra que, con frecuencia, está más extendida y es hablada por un grupo preponderante. La supervivencia de una lengua puede verse amenazada por factores externos, por ejemplo, un sojuzgamiento de índole militar, económica, religiosa, cultural o educativa; y también por factores internos, por ejemplo la actitud de rechazo de una comunidad hacia su propio idioma. Hoy en día, el aumento de los fenómenos migratorios y la celeridad de la urbanización suelen acarrear una desaparición de los modos de vida tradicionales, así como una fuerte presión para hablar la lengua predominante que es necesaria –o se percibe como tal– para participar plenamente en la vida de la sociedad y progresar en el plano económico», aseguran desde la Unesco.
Los ejemplos de idiomas que murieron con sus últimos hablantes son infinitos. Fanny Cochrane falleció en 1905, y con ella desapareció la última lengua nativa de Tasmania. Yang Huanyi murió en el 2004 a los 98 años, por lo que el nushu -un sistema secreto de escritura para comunicarse utilizado por cuatro siglos por mujeres chinas para que los hombres no pudieran entender sus escritos- pereció con ella.
Y hay varios individuos que preservan en sus cerebros los retazos de culturas milenarias que están a punto de extinguirse. Cristina Calderón es la última nativa del yagán de Tierra de Fuego. Charlie Mangulda es el último hablante del amurdag, dialecto oral de un grupo de aborígenes australianos.
Según el «Atlas de Idiomas en Peligro» de la Unesco, hay 2.581 lenguas en peligro de extinción. Es por eso que nacieron hace años algunas iniciativas que desean preservar estas lenguas para la posteridad. K. David Harrison, autor del libro «The Last Speakers» creó el proyecto Enduring Voices (Voces imperecederas) de National Geographic. Surgió también Endangered Languages (idiomas en peligro de extinción), un foro abierto de Google que invita a subir videos, escritos y grabaciones de lenguas que están por desaparecer.
Como explican desde la Unesco, «todo idioma refleja una visión del mundo única en su género, con su propio sistema de valores, su filosofía específica y sus características culturales peculiares. Su extinción supone una pérdida irrecuperable de los conocimientos culturales únicos que se han ido encarnando en él a lo largo de los siglos. La lengua es una fuente de creación y un vector de la tradición para la comunidad de sus hablantes. Es un soporte de su identidad y un elemento esencial de su patrimonio cultural».
Fuente: Infobae