Cristina, la violencia y su juego político: pasó del festejo a la amargura en una semana

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Cristina Fernández de Kirchner ve finalizar un mes de diciembre que mezcló cierta excitación y varias amarguras. «Está muy preocupada», resumen fuentes del peronismo con llegada al círculo de la ex presidente. Eso no es novedad: lo nuevo es que su preocupación no pasa de modo exclusivo por el desarrollo de las causas judiciales –en especial, la del memorándum con Irán-, sino por la constatación de los problemas y fracasos que enhebra en su intento de construir un blindaje político más decisivo que la mera estrategia de los abogados. Lo ocurrido en el Congreso es una referencia, no todo.

La ex presidente necesita ampliar su pantalla o defensa política y no le alcanza con sumar voces dispersas. Preferiría algo más visible, que supere la lista de dirigentes propios y allegados, y añada caras de la cultura y del espectáculo, por ejemplo. Eso sonaría bien, pero no es vital. El punto es otro y se alimenta de un razonamiento elemental y práctico: los jueces federales sintonizan mayoritariamente con la realidad política y están atentos al humor social, hoy cruzado por un componente bastante amplio de reclamo de justicia. Por consiguiente, la tarea sería revertir esa realidad.

Visto desde la perspectiva kirchnerista, entonces, las prioridades podrían resumirse en dos líneas: trabajar sobre el clima de la sociedad y esmerilar o poner al menos en duda la solidez del actual poder político, es decir, el Gobierno. En versión exasperada, mucho de eso tuvo expresión en el Congreso y en la calle, con una escalada de violencia compartida con otros sectores que casi no registra antecedentes en la historia reciente del país.

En la otra vereda, algunas declaraciones suelen tentarse por visiones conspirativas sobre un tramado directamente golpista. El análisis más sereno computa la gravedad del caso, pero limita esa mirada. Por supuesto, con realismo, en medios oficialistas y del peronismo no kirchnerista siguen atribuyendo a Fernández de Kirchner una persistente «capacidad de daño» y también, falta de reparos para sobrepasar límites.

La locura de querer proyectar diciembre de 2001 en diciembre de 2017 puede generar, como resultó evidente, enormes cuadros de violencia, pero el contexto político y sobre todo social es otro. Nadie, claro, baja la guardia: como se vio, el hecho de que algunos episodios no sean espontáneos ni socialmente masivos no resta tensiones y peligros. Por esa razón, lo que debería estar en debate no es la protesta, sino la violencia política.

¿Capítulos aislados? Pasada la violencia del lunes frente al Congreso, la provincia de Buenos Aires y en especial el GBA concentran en estas horas la atención frente alfantasma de ataques a supermercados. En la serie que algunos imaginan, esas serían las nuevas escenas. Los ministerios de Seguridad de la provincia de Buenos Aires y de la Nación están en contacto permanente y reforzaron las medidas en las calles. Intendentes del Gran Buenos Aires, oficialistas y opositores, activaron también sus redes informales de monitoreo.

Fuentes del Gobierno nacional y del circuito de jefes locales del PJ dicen que por ahora no detectaron nada alarmante. «Nadie puede descartar algún episodio, pero más atado a un intento delictivo que a un cuadro como el que vivimos en otras épocas», dicen cerca de un importante intendente peronista. «Puede haber algún hecho aislado», admite una fuente del oficialismo.

No existe un ambiente de distensión absoluta ni mucho menos, pero la presión arterial de la política no está en los picos de principios de esta semana y fines de la anterior. El Congreso avanza con el paquete de leyes acordado entre el Gobierno y los gobernadores: el tablero de la Cámara de Diputados expresó ese cambio y se espera antes del viernes próximo la aprobación de lo que resta en el Senado. En ese punto, las señales para la ex presidente no son buenas.

La intensa actividad del kirchnerismo logró por un momento alinear al conjunto de de la oposición en Diputados: el sueño de Fernández de Kirchner, expresado incluso en sus discursos. Fue con el tratamiento de la ley de jubilaciones, a paso firme y transitando un camino que había sido allanado por los errores políticos del Gobierno. El levantamiento de la sesión del jueves de la semana pasada fue el mayor logro del kirchnerismo duro y el acto que terminó de advertir el oficialismo como el desafío tal vez más profundo en sus dos años de gestión.

Las intensas y renovadas tratativas con los gobernadores peronistas y algunos jefes de otras provincias, pero además y centralmente las conversaciones en el ámbito de los diputados, permitieron reunir la masa crítica para enfrentar otra vez el desafío del recinto.

No se trataba sólo de reconocer la pérdida por el empalme entre el viejo y el nuevo sistema de cálculo para ajustar las jubilaciones, ni de acordar un bono como paliativo, ni siquiera de ratificar el 82% para la mínima: el eje de la disputa se había desplazado más allá del proyecto en discusión.

La segunda sesión sobre las jubilaciones, que arrancó el lunes en medio de la lluvia de piedras sobre la policía porteña y terminó en la mañana del día siguiente, dibujó con claridad el perfil de la batalla de fondo. Todo fue denso pero fácil de leer. El kirchnerismo buscó una y otra vez suspender o hacer caer la sesión, con el presupuesto de que hubiera sido un duro golpe al Gobierno, debajo de la línea de flotación: el inicio de una etapa de debilidad. El oficialismo, en espejo y a pesar de otros costos, entendía que se jugaba la fortaleza presidencial. Y el peronismo de los gobernadores también se sometía a una prueba decisiva.

La votación terminó siendo ajustada. Fueron 127 a favor de la ley y 117 en contra, con apenas dos abstenciones. El Gobierno se alzó con un objetivo, pero acusó los daños. El kirchnerismo perdió la pelea principal, con cierta esperanza en ser capaz de arrastrar al resto de la oposición, especialmente al massismo que navega aún sin rumbo cierto entre el PJ en proceso de recomposición y la definición de su perfil poselectoral: algunos aliados del interior, que no abundan, hicieron saber su malestar por las fotos que los adhiere a la primera línea kirchnerista.

Colocadas así las fichas, parecía que el tablero quedaba definido con el oficialismo y un puñado de aliados, de un lado, y el kirchnerismo como eje opositor, del otro. Además, el debut del PJ de los jefes provinciales en Diputados daba la impresión de haber encontrado límites tempranos. Las piezas, sin embargo, siguieron en movimiento.

Un día después del tema de las jubilaciones, los diputados aprobaron la reforma triubutaria. Esta vez, los números fueron otros: 146 a favor, 77 en contra y 18 abstenciones. Funcionó mejor el entendimiento del Gobierno con el peronismo no kirchnerista, y el massismo prefirió la abstención. Veinticuatro horas más tarde, la aprobación del Presupuesto dejaba este registro: 165 a favor, 64 en contra y una abstención. En este caso, el apoyo en general a la iniciativa también contó con el massismo, que de todos modos cuestionó algunos artículos.

La ex presidente registró así un tránsito que fue de mayor a menor. Ante un tema sensible y frente a un proyecto difícil y costoso además para el peronismo de los gobernadores, el kirchnerismo expuso su decisión de forzar el cuadro, incluso violentando los límites, para tratar de liderar la oposición y debilitar al Presidente. Pero sus posiciones de dureza extrema -y de rechazo cerrado a cualquier iniciativa oficialista- parecen un límite autoimpuesto.

La actitud de beligerancia permanente tiene una explicación «estratégica» para la ex presidente. Se ha dicho: esmerilar la figura de Macri es una pieza central de su propio blindaje. Pero además de que suele terminar siendo «funcional» al juego del Gobierno, es un ejercicio que por lo general produce aislamiento o al menos dificulta las alianzas. En contraposición, el peronismo de los jefes provinciales encuentra espacio para la diferenciación, en la difícil tarea de rearmar al PJ para acordar y competir a la vez con el oficialismo.

La ex presidente enfrenta además los días de la vuelta al Senado. Allí todo indica que los proyectos girados por Diputados saldrán sin problemas y en velocidad. Fernández de Kirchner ya dio el ausente en una primera cita parlamentaria con el argumento de no convalidar el pacto «extorsivo» con los gobernadores, según dicen en su bloque. Otra lectura, nada amigable, afirma que no era bueno arrancar de manera deslucida y perdidosa en una comisión.

Como sea, el Senado es poco ruidoso pero cruel: allí el kirchnerismo queda más expuesto como minoría, con el agregado de deberle la protección de su jefa política al bloque del peronismo alineado con los gobernadores. Miguel Angel Pichetto, odiado como pocos por la ex presidenta, ya dijo que rechazan el pedido de desafuero enviado por el juez Claudio Bonadio el 7 de diciembre.

Fernández de Kirchner seguramente dará nuevas peleas, a pesar de que no le resulta fácil el camino. La Cámara Federal acaba de confirmar su procesamiento con prisión preventiva –frenada en el Senado- por encubrimiento agravado en la causa del memorándum con Irán. Las complicaciones en la Justicia no aflojan y la política no ayuda: en el Congreso, pasó del festejo a la amargura en menos de una semana.

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