Un impacto que entra de lleno en el corazón del deporte argentino de todos los tiempos

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Como aquel furibundo derechazo cruzado de Carlos Monzón que puso KO en Roma a Nino Benvenuti, en 1970. Lo que acaba de conseguir el tenis argentino es un impacto movilizador, conmovedor, emocionante. Catorce meses atrás, después de perder con Bélgica 3-2 por las semifinales en Bruselas, nada podía reprochársele al equipo argentino de Copa Davis, una formación de obreros entusiastas de enorme corazón (Delbonis, Mayer, Berlocq y Schwartzmann) que se movían dentro de los parámetros de la lógica. Esperar una epopeya, habiendo tenido los equipos que tuvo la Argentina a través de la historia, no sólo era una utopía, sino que entraba en el terreno del absurdo.

Poco más de un año después, a los obreros del bajo perfil (con un par de nombres distintos, como Pella), del sentido de grupo, cobijados por un capitán que en la silla, y fuera de ella, es casi un Sai Baba, se les sumó un fuoriclassi como Del Potro que había tocado fondo y casi que estaba más para comer corderos con los amigos en Tandil que para jugar al tenis a causa de la maldita muñeca. Todos estuvieron por el piso alguna vez por diferentes motivos, todos supieron levantarse. Y quizás ahí haya que empezar a buscar el porqué de los milagros deportivos argentinos. Un país que, social y económicamente, no debiera generar fenomenales impactos como el que se consumó en Zagreb. Pero que sabe construir desde las entrañas, el dolor y el esfuerzo para simplemente ser.

¡Si hasta creíamos que la Davis sería una de las pocas cosas que se le negaría para siempre al deporte de nuestro país! Por destino, por culpas propias, por infortunios. Por eso esta conquista toma ribetes de hazaña. Porque fue un grupo de vuelo intermedio que acompañó a un top, a un crack. Para sorprender al mundo. Así como otras veces, la propia Argentina había sorprendido a la inversa: ¿cómo hacer para perder lo imperdible? Ese manual ya fue escrito en 2008.

Y al alcanzar estatus de hazaña, este título entra en el selecto top 5 de los grandes hitos del deporte nacional. Muchos nombres quedan injustamente fuera. Ilustres. Porque los impactos tienen un sello distintivo que encierra muchos factores.

Boxeadores y campeones mundiales la Argentina tuvo muchos: célebres, amados, admirados, como Pascual Pérez, Nicolino Locche, Horacio Accavallo, Ringo Bonavena. Pero aquel escopetazo de Monzón, un flacucho de 28 años por el que nadie daba nada frente a una gloria mundial, marcó el comienzo de una época inolvidable. Y cada vez que por aniversarios se reciclan las imágenes del Palazzetto dello Sport, de ese 7 de noviembre de 1970, la palabra epopeya cobra sentido.

Como aquel 29 de junio de 1986 en el Azteca. Compendio, ayer, de exabruptos gesticulares en el Arena Zagreb, Diego Maradona fue el crack de otro grupo de obreros que construyó el logro histórico que nadie imaginaba. Un seleccionado que un mes antes del Mundial perdió con Noruega 1-0 un amistoso y que provocaba toda clase de bromas y ácidas críticas; incluso, hasta movidas gubernamentales desde la secretaría de Deportes para voltear al DT, Carlos Salvador Bilardo. El corolario fue perenne: campeón invicto, sistema táctico distinto al resto (3-5-2), victoria sobre los ingleses con un recontragolazo y con un puñetazo del capitán, el único triunfo en una final sobre Alemania y también única conquista en el máximo torneo fuera del país. Pasaron 30 años de una gloria que muchos vivieron y otros disfrutan (y añoran) por Internet.

El Chueco y el Equipo del Pueblo

¡Lo que daríamos por revivir por la web cada una de las carreras del Chueco Fangio! Tiempos, aquellos de los años cincuenta, donde en la Fórmula 1 no se corría como hoy, cuando al flamante campeón, Nico Rosberg, le avisan por radio desde la temperatura del caucho hasta… cómo abrieron los mercados en Asia. El quíntuple campeón mundial selló en 1957, con Maserati, a los 46 años, su última consagración. Un registro que sólo pudo igualar, 43 temporadas después (y luego superarlo), Michael Schumacher. Fangio es un emblema del deporte argentino de todos los tiempos. Inquebrantable.

Como también lo es la Generación Dorada de básquetbol, focalizada su grandeza en el oro olímpico de Atenas 2004, con victoria incluida en las semifinales frente al Dream Team, al que ya había vencido dos años antes en el Mundial de Indianapolis. Un grupo que enalteció la búsqueda de objetivos, representó con hidalguía al país en cada competencia, simbolizó lo que es jugar con el alma en la mano y durante más de una década se transformó en el auténtico Equipo del Pueblo, sin distinciones de simpatías o preferencias por camisetas.

Hasta ahí, ese top 5 que, se reitera, no involucra otros enormes campeones y figuras de la talla de Roberto De Vicenzo, Delfo Cabrera, Paula Pareto, Luciana Aymar, Hugo Conte, Juan Curuchet, Carlos Reutemann, Gabriela Sabatini, Jeanette Campbell o Alberto Demiddi. Nada les quitará su lugar en la historia.

Sí reservamos una mención especial para alguien a quien esta Davis toca muy de cerca. En el corazón. Uno de los más grandes jugadores coperos junto con David Nalbandian. Fue, Guillermo Vilas, el hombre que mandó un SMS de aquellos 70 y 80, con el mensaje de que no existen los imposibles. El que provocó la gran revolución del tenis en la Argentina, un país que tiene 7 títulos de Grand Slam, 4 de los cuales son suyos.

A 39 años de ese 1977 monstruoso que lo vio campeón en Roland Garros y el US Open, Vilas tuvo las mejores ofrendas de sus retoños: la consagración de Gaudio en París 2004, entregando él mismo el trofeo, y la de ayer, a la distancia. El tenis y el deporte argentino merecían despojarse de esa cuenta pendiente tan dolorosa, molesta, y entrar en los libros con una fuerza demoledoramente impactante. El Gran Willy espera el varón que tanto buscó y la vida le regaló como tributo esa Davis por la que tanto sudó.

Con o sín títulos, también resonantes

Con la conquista de la Copa Davis, al deporte argentino casi no le quedan cuentas pendientes en deportes de mayor arraigo popular. Hace poco el hockey masculino consiguió la medalla dorada olímpica en Río, por ejemplo. Y aunque en algunos casos no hayan sido campeones, también vale rescatar lo conseguido por disciplinas como el rugby y el voleibol. El rugby, con el 3er puesto en el Mundial 2007 que marcó un cambio rotundo de ese deporte en nuestro país. Y el voleibol, con aquellos bronces tan festejados en el Mundial 1982 y en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988.

Claudio Cerviño/La Nación

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