Inundado, incendiado y abandonado: así está hoy el santuario de Gilda

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Flores, zapatillas chiquitas, rosarios, cartas y pedidos desesperados. Todo eso puede encontrarse a la vera de la Ruta Nacional 12, en el kilómetro 129, donde fanáticos y devotos levantaron un santuario de Miriam Alejandra Bianchi, más conocida como Gilda, la «reina» de la música tropical.

En ese lugar falleció la mítica cantante de cumbia el 7 de septiembre de 1996. Junto a ella murieron sus dos hijos, su mamá y los músicos que la acompañaban en el colectivo que iba de gira rumbo a la ciudad entrerriana de Chajarí y fue embestido por un camión fuera de control en la mitad de la noche. Esa historia la cuenta la película «Gilda, no me arrepiento de este amor», que se estrenó con gran éxito, protagonizada por Natalia Oreiro y dirigida por Lorena Muñoz.

El domingo 14 de agosto se realizo el Festival a beneficio por la reconstrucción del Santuario, el que contó con la presencia de un muy interesante marco de publico. Lo recaudado fue para que el «Santuario de Gilda» siga vivo y vuelva a ser lo que en algún momento fue. Un lugar para recordarla por siempre.

Aquel santuario nació como un espacio de paz y reflexión, pero nunca estuvo exento de conflictos: inundaciones e incendios «intencionales» se suman a las conflictivas peleas entre fans, políticos y «herederos» de Gilda.

Tras el desborde de los ríos en el Litoral hace unos varios meses, el agua tapó el predio del santuario. Con esfuerzo, los fans lo levantaron de nuevo. No fue la primera vez que aquel espacio debió renacer de sus cenizas: además de inundaciones, el lugar también se repuso de dos grandes incendios que lo destruyeron por completo. Y como si fuera poco, la anhelada tranquilidad estuvo desde un principio interrumpida por una polémica de fondo, con distintas voces involucradas.

Rita y Carlos Maza son los dueños del terreno. «Nosotros somos propietarios del predio desde el año 2000», contó la mujer en una entrevista. Según su relato, decidieron adquirir ese espacio tras el primer incendio. «Ya veníamos sufriendo amenazas pero nunca pensamos que la iban a concretar. Cuando sucedió, decidimos comprar la tierra y hoy somos propietarios de dos hectáreas», explicó.

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