Las cartas de Julio De Vido golpean a Cristina Kirchner pero ahora también inquietan al peronismo

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Julio De Vido se siente solo, enojado por la velocidad con que se van cortando las cuerdas de la red de protección política. El ex ministro envió desde la cárcel varias señales –advertencias de potencial «ortiva», según sus palabras- que apuntaron de entrada a Cristina Fernández de Kirchner y sumaron después a los jefes provinciales del PJ. La inquietud trasciende el entorno de la ex presidente y nadie sabe cómo sigue la historia: depende de las líneas que redacte el ex funcionario desde su celda.

En medios peronistas tomaron nota de que el ex ministro amplió el foco de sus virtuales amenazas. Registran que a la carga de tensiones con la ex presidente, añadió datos que sugieren buena memoria sobre acuerdos por obras públicas con gobernadores e intendentes. Es lo que dice su segunda y reciente nota desde la prisión, donde destaca que el presupuesto a su cargo durante doce años de gestión -107.000 millones de dólares, dice- fue compartido con provincias y municipios.

Conviene arrancar por la historia para entender el sentido y el alcance de lo dicho por De Vido, más allá de que muchos párrafos aludan sólo y malamente a José Luis Gioja, presidente formal del Consejo Nacional del PJ y ex gobernador de San Juan.

De Vido construyó su gestión como hombre de confianza de Néstor Kirchner, aunque no manejaba todo el poder de su área: es sabido que Kirchner le daba juego propio a Ricardo Jaime y José López, secretarios de Transporte y de Obras Públicos, los dos también presos. Pero a diferencia de ellos, De Vido desplegaba tareas como operador político de hecho. Por encargo o por decisión personal, tejía con gobernadores e intendentes.

Ese ejercicio, que algunos denominan peronista y otros llaman tradicional, fue mantenido por el ex ministro incluso después de la muerte de Kirchner, que no respetaba las estructuras orgánicas del PJ pero no descuidaba al peronismo como base y maquinaria de sustento político en todo el país.

No era esa un estilo que atrajera a Cristina Fernández de Kirchner. Las tensiones no se limitaban a Olivos. El entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, cuestionaba a De Vido por sus prácticas y en la intimidad utilizaba adjetivos fuertes para calificarlas. Eran parte de la convivencia. Ya circulaban, aunque en reserva, señalamientos que algunos años después terminarían adquiriendo calibre de denuncias sobre corrupción.

Kirchner dejaba jugar, como elemento de los equilibrios que dominaba personalmente, y lo mantuvo como pieza importante de su sistema. Poco cambió en el circuito de gobierno hasta su muerte. Y ni siquiera después, cuando la entonces presidente avanzó sobre varios frentes, armó su propio entorno, alineó de modo más vertical y en papel secundario al PJ, y alejó a algunos viejos amigos de su marido.

Pero aún con el reforzado poder alcanzado con su reelección, Fernández de Kirchner mantuvo a De Vido, también a López: el sistema y el manejo de la principal caja seguían en pie. No era cuestión de gustos personales sino de continuidades prácticas. No faltaron amagues para recortarle espacios o correrlo, pero dicen que ya entonces el jefe de la obra pública envió mensajes similares a los de estos días: no estaba dispuesto a pagar el costo de ser despedido para «blanquear» la imagen del gobierno. Siguió prestando servicios hasta diciembre de 2015.

De Vido era reconocido en el circuito peronista alineado con la Casa Rosada como un ministro poderoso, que imponía incluso criterios de contratación y manejaba los vínculos con muchas empresas, pero que, al mismo tiempo y aun parcialmente, habilitaba el juego a gobernadores e intendentes. Los agradecimientos y aplausos son ahora un recuerdo.

Quizá eso haya irritado al ex ministro tanto o más que el quiebre con Fernández de Kirchner. La ex presidente ya había anticipado en campaña que no ponía las manos en el fuego por De Vido. No está claro cuánto pudo capitalizar con ese gesto y es un interrogante su efecto a futuro.

Por lo pronto, el ex jefe de la obra pública ya la hizo responsable por la falta de apoyo y de espíritu de defensa que expuso el bloque de diputados kirchneristas frente al trámite de desafuero. Es una cuenta abierta, que anota especialmente el papel de La Cámpora y de los legisladores que directamente le dieron la espalda.

De Vido le apuntó además a Gioja, pero en rigor usó esa vía para proyectar su malestar más global con aquel tramado de los jefes provinciales que se fue desvaneciendo a partir de la derrota de 2015. «Es de ortiva, muy feo y contrario a las más caras tradiciones del peronismo lo que acabo de redactar», dice la segunda carta escrita en la prisión. La actitud de ortiva o batidor aparece así como un camino que las circunstancias le imponen.

La carta de Julio De Vido en la que arremetió con dureza contra Cristina Kirchner
Hay dos advertencias encadenadas en el texto. La primera afirma que no está dispuesto a ser un «chivo expiatorio» como fue, dice, Emilio Cantarero en el escándalo de la Banelco.

Cantarero, entonces senador salteño, quedó en el centro de la denuncia sobre sobornos a senadores para aprobar la reforma laboral impulsada por Fernando de la Rúa, hace diecisiete años, en el arranque de la crisis más amplia que llevó al colapso de la Alianza y al precipitado y trágico fin de aquel gobierno. No se trata sólo de un profundo temor a la soledad frente a los juicios por corrupción. La segunda advertencia refiere a riesgos compartidos o sociedades políticas y acuerdos para las obras públicas.

De Vido destaca dos veces en su carta que el gigantesco presupuesto a su cargo fue ejecutado en «tres jurisdicciones de la administración estatal: NACION, PROVINCIA Y MUNICIPIOS». Usa las letras en mayúscula para resaltarlo, y agrega que también involucro a «más de 1.200 empresas».

La redacción del ex ministro no es muy elaborada, pero sí lo suficientemente explícita y, en algunos tramos, sugerente. Le dedica varias líneas a Gioja, de manera directa, y recuerda con precisión media docena de obras importantes realizadas en San Juan durante su gestión como gobernador. «No estoy dispuesto a jugar en la historia el papel que tuvo el senador Cantarero. Téngalo muy presente», le dice De Vido a modo de remate. Por ahora, jugó esa carta.

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