Nicolás Dujovne ya es uno más en la larga lista de ministros de Economía que han fracasado. Como correspondía, el ex consultor y columnista de televisión hizo lo que cualquier funcionario sensato hubiera hecho en su lugar. El mismo domingo a la noche de la estrepitosa derrota electoral le dijo a su familia y allegados que iba a presentar a renuncia, lo que comunicó al Presidente al día siguiente.
¿Cómo no hacerlo? Una de las determinantes de la derrota fue el fracaso económico que lo tuvo como máximo responsable ejecutivo en la última etapa. Si después de tantos yerros no te reemplaza el director técnico y el partido termina con goleada en contra, con un mínimo de amor propio y legítima vergüenza es lógico que el jugador se vaya sólo y cabizbajo hacia el vestuario. Y en este caso con un retiro definitivo, porque ya no hay tiempo de revancha.
La pregunta pendiente es por qué los otros mariscales de la derrota siguen en sus puestos. Los que se creían una máquina electoral infalible, con ciertos pergaminos a su favor de haberse mantenido invictos durante muchos años esta vez fallaron tanto cómo la policía económica. Siguieron aferrados a que el marketing y la Big Data era una fase superior de la política y plantearon la campaña bajo la falsa idea de que lo que se jugaba era un pasado autoritario a la venezolana contaminado de corrupción vs. un futuro republicano modernizante, integrado al mundo al costo que fuera; incluso si ese costo marginaba a mayorías de una mínima posibilidad de ser incluidos en un proceso virtuoso.
Salvo grupos fundamentalistas y dogmáticos, la sociedad se dio cuenta que se trataba de una falsa disyuntiva. Ni un gobierno peronista con Alberto Fernández a la cabeza constituía riesgo alguno de eso. Ni los 40 meses de Macri han sido un modelo de republicanismo y trasparecía. Ejemplos sobran.
De los mariscales de esa histórico pifie, Jaime Durán Barba ya partió silencioso hacia el ostracismo político con sus excentricidades en las valijas.
Queda Marcos Peña como el artífice político de ese grosero error. Su histórico gaffedel domingo pasado diciendo que había hecho una buena elección, fue el síntoma más patético de su desorientación. Claro que una cosa es desprenderse de un gurú de campaña capaz de repetir delirios como los de Elisa Carrió, y otra sacrificar a quien Macri definió como sus ojos, y a quien aprecia mucho. Esas son decisiones de mesa chica, tan chica como la que tenía Cristina Fernández en su peor momento. Tanto, que uno de sus ministros más útiles, versátiles y políticos como Rogelio Frigerio, nunca fue incorporado a ese círculo selecto.
De todas formas, la ausencia pública del jefe de Gabinete desde hace una semana sigue dando pasto a las versiones.
Llegó Lacunza, con menos de cuatro meses y extremas limitaciones para cambiar el rumbo. Si bien en la gobernación un ministro de economía se dedica más a la gestión operativa que el diseño de políticas macro, ha venido siendo hombre de consulta habitual del Presidente. Pero más importante que eso, son precisamente sus antecedentes en funciones afines a las que ahora asume, además de la experiencia como asesor en su consultora Empiria, luego de un paso como economista en la Fundación Capital de Martín Redrado, que por motivos varios ni figura en su curriculum.
La más relevante de todas es que Lacunza fue gerente general del Banco Central entre 2005 y 2010, con experiencia para lidiar con unos de los grandes desafíos de estos días.
Cómo administrar las reservas, monitorear qué pasa con el dólar y supervisar lo que sucede en los bancos. Y tan importante como la anterior es su relación con el actual presidente del Banco Central, Guido Sandleris, de quien jefe durante un lapso de la gestión e Vidal.
Luego de superar un conflicto personal que casi lo eyecta del cargo gracias a la protección de Casa Rosada y de una operación mediática con periodistas muy afines al oficialismo, Sandleris se convirtió en un funcionario aún más importante que Dujovne. Tanto que fue, ni más ni menos que un artífice clave de unir en conversación entre Macri y Fernández.
Cuando entre martes y jueves parecía que todo saltaba por los aires en los mercados financieros, Sandleris recurrió al ex viceministro de Axel Kicillof, Emmanuel Álvarez Agis, para solicitar que la oposición triunfante colabore a calmar las aguas. Con algún titubeo, tanto de Macri como de Fernández, el contacto se consumó y lo que comenzó como una semana que parecía explosiva terminó el viernes bañada en un bálsamo. Transitorio pero tranquilizante.
A eso colaboró también la inusitada coincidencia que tuvieron en un seminario Álvarez Agis y el reaparecido Luis «Toto» Caputo. Ambos coincidieron sin acuerdo previo, que la situación con el dólar y las reservas no tiene que se explosiva si se la maneja razonablemente y con prudencia.
Los dichos de Fernández colaboraron mucho. Lejos de declaraciones algo desestabilizadoras, se pronunció por un dólar no más alto que el actual, esbozó algún elogio al manejo de la última semana por parte del Banco Central, dio a entender que el Indec podría seguir a cargo de Jorge Todesca, propuso eliminar retenciones a economías regionales y productos industriales pero fue más cauto con granos y cereales, y lejos de patear el tablero con el FMI y los acreedores se mostró predispuesto a cumplir los compromisos con privados y a llevar adelante negociaciones con el FMI dentro de parámetros aceptables para un peronismo en el poder. Un diputado electo por una tercera fuerza dijo: «Alberto está claramente a mi derecha en cuestiones económicas».
Es obvio que Lacunza, un férreo opositor al aborto legal, seguro y gratuito y con postgrado en la Universidad Di Tella, no tiene demasiado margen de acción. Como en cualquier situación de emergencia y debilidad política está dispuesto a evaluar todas las opciones posibles para intentar colaborar a dar vuelta lo que parece irremontable.
¿Logrará convencer a Macri que en la urgencia actual es lógica subir las retenciones? ¿Instruirá al equipo que heredará de Dujovne para lograr alguna flexibilización en las metas fiscales y monetarias con el FMI que le permitan reformar la mezquindad, la dudosa efectividad y la inequidad de los paliativos anunciados desde el lunes pasado? ¿Se acordará que se olvidaron de jubilados y desempleados? ¿Tendrá la mínima sensibilidad para dotar de algo de redistribucionismo desde los que en estos días ganaron fortunas en medio del caos?
Los hubo y no son pocos. Por empezar todos los dolarizados. A los que se sumarán especuladores que se lanzaron a comprar acciones de empresas que están a valores ridículos y títulos públicos baratos, que en el probable caso de que los mercados financieros se estabilicen harán diferencias siderales.
Pero así como la semana pasada terminó algo más distendida, la situación social tiene ribetes dramáticos. En el mejor de los casos, la devaluación agregará en dos meses 10 puntos porcentuales más a la inflación y profundizará el zarpazo al poder adquisitivo. Hay que tener en cuenta que si bien muchas empresas ya recibieron nuevas listas de precios, un supermercado puede llegar a tardar 48 horas enteras en remarcar todas sus góndolas.
Por supuesto que el problema se simplifica con el dólar quieto. Pero aún así, el sacudón al bolsillo ha sido, y seguirá siendo, monumental. Lo que entre otras cosas se percibe que en el habitual timbreo de los fines de semana de gente pobre pidiendo comida, ropa y dinero en hogares de clase media y alta, se vio inusualmente a partir del martes-miércoles.
Los timbreos del macrismo han partido dentro de las valijas de Durán Barba.
Alberto Fernández tiene sus propios desafíos. El primero es cómo bascular entre candidato en campaña y la idea de que tiene el triunfo a centímetros de la mano.
Y si finalmente triunfa corre un desafío y riesgo a la vez. Cumplir las expectativas que despertó entre los que lo votaron y en la población en general, pero en un contexto que en casi nada se parece al del 2003.
Si cree que va a poder repetir esa inmediata recuperación de bienestar general se equivocará feo.