Margarita Barrientos y la maquinaria que llevó a Mauricio Macri a la presidencia

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Si hubiera nacido en Recoleta sería presidenta de COAS. Pero nació en Añatuya, una pueblo de Santiago del Estero con 20.000 habitantes.  En la política tradicional sería una puntera.

Pero a Mauricio Macri le gusta nombrarla como a una «emprendedora a la que le agradezco, sobre todo, lo que pude aprender de ella». Hace dos meses llamó -sin intermediarios- al Presidente a su celular. Él la atendió, por supuesto, como lo hace siempre. Ella le dijo que el 21 de octubre realizaría en el SUM del Instituto Superior de Seguridad Pública la cena anual de la Fundación. Que le gustaría que él estuviera, acompañado por su esposa. Él miró su agenda, le contó que unos días antes estaría en Roma con el papa Francisco pero que, para esa fecha, ya estaría de regreso. Que no se preocupara. Que a las 21 la iba a estar saludando. En efecto, a las 20.57 se escuchó el helicóptero presidencial. A las 21.02, Macri y Juliana Awada entraban al gran salón del campus donde se viene formando la Policía Metropolitana.

Margarita Barrientos, casada, 10 hijos, un montón de nietos, algunos hermanos con los que no se lleva nada bien, se vino a vivir a la ciudad de Buenos Aires a un terreno donde no había calles, ni electricidad, ni agua potable, ni nada que pudiera calificar de «barrio». En el año 1996, literalmente en medio de la crisis de los 90,  viendo que muchos chicos de las casas de alrededor no comían o comían mal, armó el «Comedor Infantil Los Piletones», ofreciendo los alimentos que obtenía del cirujeo. De a poco empezó a recibir ayuda estatal para organizar mejor el desayuno y el almuerzo.

Hoy Los Piletones está urbanizado, hay una guardería, un centro de salud, un centro de día para abuelos, un centro de atención a mujeres víctimas de violencia, una biblioteca, un centro de atención odontológica que envidiaría la prepaga de cuotas más altas.

La cena anual de la «Fundación Margarita Barrientos» desbordó de público que pagó 500 pesos para comer lo que se come en el comedor de Los Piletones. Se vendieron 800 tarjetas, pero los organizadores dicen que quedaron 200 personas paradas. De plato principal, unos riquísimos spaghettis al dente con salsa filetto con trozos de buena carne, rociados por un sabroso queso provolone, rallado grueso. Todo lo que se consumió y sorteó llegó por donaciones privadas, como sucede en todos los emprendimientos de la Fundación. Catena Zapata envió algunas cajas de vino, la distribuidora de Coca Cola mandó algunos cajones de gaseosas, Quilmes envió cervezas, los aperitivos que Gancia armó desde una barra donde los preparó y sirvió, hubo bolsas de Café Cabrales para los sorteos. Hasta se  vio a la astróloga y tarotista Jimena La Torre recorriendo las mesas y tirando las cartas a los presentes. Mariano Iúdica y Mariana Arias condujeron la ceremonia.

Las mesas desbordaban de optimismo. No es para menos. Los comensales que llegaron hasta el Bajo Flores para acompañar a Barrientos forman parte de un colectivo bastante particular. En otro partido podrían ser calificados de «militantes», pero como se trata del PRO, se llaman a sí mismos  «voluntarios», profesionales hombres y mujeres, empresarios y gerentes de las más diversas ramas, amas de casa, un ex Newman por aquí, una formadora de docentes por allí, una artista plástica, un locutor, un gerente jubilado, una joven asistente social.

Muchos vienen respaldando a Macri desde la primera vez que se candidateó a Jefe de Gobierno, participaron de las discusiones acerca de si tenía que pelear por la presidencia de la Nación en el 2011 o no, discutieron con Jaime Durán Barba al respecto, y con Marcos Peña porque la Ciudad no difundía lo suficiente las obras del sur de la Ciudad, como las que años después les permitió ganar en las siete de las ocho villas porteñas.

Son los que organizaron livings en sus casas invitando a todos los porteros de la cuadra, en un algún caso, o a los compañeros de trabajo, en otro. Son los que se capacitaron para fiscalizar las elecciones en el conurbano bonaerense y organizaron los grupos de amigos que se trasladaron a los barrios más inseguros de la primera y tercera sección electoral para custodiar que no se roben las boletas, ni las urnas. Le agradecen a Infobae haber instalado en la opinión pública la agenda de la transparencia electoral y el crucial rol del ejército civil de fiscales que protegió el voto del fraude.

Como no van a movilizaciones callejeras ni cargan carteles con consignas políticas, están invisibilizados y parece que Macri no hubiera tenido esa maquinaria electoral. Son los que organizan los timbreos, los que se disfrazan de Papá Noel para Navidad y convocan a sus vecinos a través de Facebook, los que arman las fiestas de Reyes Magos en los hospitales más alejados.  Algunos ahora son funcionarios en la Ciudad, en Lanús, en el CEAMSE. Otros ni siquiera son afiliados al PRO.

Da la impresión de que cuando Cristina y Néstor hacían su revolución por el poder total, encarando ruidosas batallas mediáticas por cuestiones ultraperentorias, había gente que estaba en otra, construyendo -sin llamar la atención- algo que ahora empieza a hacerse visible.

Parte de esa revolución silenciosa es el lugar mismo donde se realizó la cena,  el Instituto Superior de Seguridad Pública, un centro académico que empezó a funcionar en el 2008, donde se forman profesionales altamente especializados y reconocidos en el mundo. Fue la respuesta de Macri a la negativa del kirchnerismo de traspasarle la Policía Federal y, desde ahí, se está diseñando -no sin dificultades- la nueva Policía de la Ciudad. Está en el Bajo Flores, y se llega hasta ahí desde el centro de la Ciudad en media hora, gracias a una bajada de la Autopista que se construyó especialmente.

Uno de los hijos de Barrientos se graduó de oficial de la Policía Metropolitana en una ceremonia a la que asistió Macri. Tal vez por eso la líder social tiene especial empatía con ese Instituto que, además, llevó la seguridad y el estudio al Bajo Flores (también el asfalto y el transporte público), a pocas cuadras de donde vive. Un año hizo la cena anual en el Tattersal, pero ella volvió a elegir este lugar.

El viernes por la noche, en la mesa principal, Margarita sentó a las personas a las que está más agradecida. Primero, Carlos Pedrini, durante años titular de la Unidad de Gestión de Intervención Social (UGIS), hoy secretario de Gestión y Articulación Institucional en la Nación. Al lado, Awada y Macri. Frente a ellos,  Federico Salvai, ministro de Gobierno del gobierno de María Eugenia Vidal, y su esposa, Carolina Stanley, la ministro de Desarrollo Social de la Nación. Ese equipo fue el responsable de la política social de la Ciudad, y ahora se divide entre la Nación y la provincia de Buenos Aires.

Macri no habría llegado a la presidencia sin ellos, sin las decenas de voluntarios sin nombre, sin Margarita Barrientos y su equipo que trabajan a sol y sombra para hacer de Villa Soldati y el Bajo Flores un espacio de oportunidades para los que menos tienen.

El viernes a la noche, en una de esas mesas se planificaba una campaña en un pueblo para ganar en el 2017 tres concejales y competir en el 2019 por la intendencia. En otra se analizaba si Daniel Scioli irá de candidato a senador por la provincia de Buenos Aires o si será Cristina quien querrá competir por ese cargo. Más allá, se discutía si en Santa Fe conviene colaborar en la campaña de un candidato propio (PRO) o a un candidato de la UCR. En la mesa de al lado se fueron temprano, porque «mañana (por ayer sábado) tenemos que salir a timbrear».

Entre la ceo cracia y el voluntariado, con más Facebook y menos Plaza de Mayo, los que festejaron con Margarita Barrientos son la maquinaria electoral de Macri, los militantes de la nueva política.

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