Pequeña historia de la Rubia Moreno

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Doña Santos Moreno, más conocida por la Rubia Moreno, cuyo nombre recogido por la población y la leyenda ha pasado al lugar donde transcurrió su existencia extraordinaria, era hija de un carretero, que con el cargo de capataz, condujo por muchos años, las tropas de carretas y carros,  entre Tucumán y Rosario.

Cansado ya de esa vida azarosa estableció una pequeña pulpería sobre la margen izquierda del Rio Dulce, un poco al norte de la Bajada de los Besares, es decir, frente la ciudad capital. Este  paso, conocido por Horno Bajada, era el punto de partida del camino del mismo nombre que conducía a las regiones del Salado, donde Don Antonino Taboada estableció su principal estancia y campamento de sus tropas. San Isidro.

Infancia y Juventud

Única hija, huérfana a los pocos años de edad. creció ayudando a su padre en los menesteres propios de la vida rural; medio hostil y semibárbaro, que nos recuerda la tiranía de Ibarra y las Vicisitudesde aquel tiempo de degüello y matanza.

Con las memorias y antecedentes que me proporcionó Don Clodomiro Carabajal, nacido en 1866, trataré de reconstruir su vida, su participación  en las luchas civiles y su gravitación  en el ambiente total de la época.

Niña aún, concurrió a la escuela de la ciudad vecina, donde aprendió a leer y los rudimentos de la numeración, con ejercicios de cuentas. En el hogar de su padre tomó contacto  diario con toda clase de hombres y mujeres, de condición tosca y bravia, viendo a su padre el trato rudo con los que los manejaba.

Sus grandes ojos verdosos, sobre una tez blanca, ligeramente pálida, de mirar penetrante y dominador a veces, dulces y tiernos en otras, eran la característica de su continente severo.

Junto al paso de río, permanecía casi todos los días, por mandato de su padre, para controlar el transporte de pasajeros y cargas a la orilla opuesta, en un bote de su propiedad.

Allí se entretenía en nadar diariamente, con tal arrojo y destreza que pronto pudo competir  con los más hábiles. En las grandes crecidas del rio, era de verla vencer las olas y la impetuosa correntada con maestría y valor.

Otro de sus juegos predilectos, era el «visteo». Consistía éste en la esgrima de manos; tiznándose la cara. Con ágiles esguinces y desplazamientos veloces, engañaban al adversario y pronto llego a sobresalir netamente entre los varones de su edad. Más tarde paso a competir con los mayores, esta vez con palitos, imitando al puñal, para no herirse mutuamente. Juraba con la baraja al truco y llegó hacer muy hábil con ta taba.

Su finteo elegante era seguido por la muchacha que hacía rueda como en riña de gallos festejando ruidosamente los mil lances de la simulada pelea. Entre los mirones se originaban apuestas por algunos reales y monedas de plata, que los carreteros traían del norte.

A los quince años, su padre le autorizo a llevar puñal, regalandole uno mediano, con una empuñadura de plata. No lo llevaba atrás,, la manera gaucha, sino al costado izquierdo, semiculto bajo una faja roja. este era para defenderse solamente, en un eventual ataque.

Ademas llevaba siempre en la mano, un rebenque o talero con el cual podía derribar al atacante con un golpe en la frente. Al  entregarle este obsequio su padre le hizo comprender, que el cuchillo no se usaba para herir, ni para hacer alarde de guapeza, sino como signo de su capacidad y agregaba: Ojalá en tus manos no corte jamás a otra persona, porque ante Dios, todos somos hermanos. Pero la rubia por intuición, por bondad innata no hacia alarde de destreza

Extracto del Liberal, 18 de noviembre de 1979 Escrita por Cristóforo Juárez (Primera Parte)

Fuente: La Narrativa Histórica de Santiago del Estero

 

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