«Primer sábado de mes, en honor al Inmaculado Corazón de María»

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POR FACUNDO GALLEGO, ESPECIAL PARA LA BANDA DIARIO

Sábado IX del Tiempo Ordinario

Primer sábado de mes, dedicado al Inmaculado Corazón de María

–En honor y devoción a su Inmaculado Corazón–

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos (12,38-44)

Dijo Jesús a sus discípulos: «Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes;  que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad».

Luego, se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir».

Palabra del Señor

 

Comentario

El pasaje que la Iglesia nos propone hoy puede iluminarnos en un aspecto importante de nuestra vida cristiana: la recta intención.

Los escribas eran personas muy familiarizadas con la Sagrada Escritura: eran los que se ocupaban de transcribirla, leerla, rezarla y enseñarla. Sin embargo, su intención no era la servir a sus hermanos con la riqueza de la Palabra, sino de ser famosos, queridos, notables. Se aprovechaban de su inteligencia para devorar el poco dinero de los pobres, especialmente de las viudas.

Por otra parte, Jesús señala a todos aquellos que depositan grandes cantidades de dinero en la ofrenda al Templo; sin embargo dan de lo que les sobra, solamente para que los demás tengan de ellos un buen concepto, o para quedar con la conciencia tranquila.

A ambos personajes se contrapone la viuda, que deposita dos pequeñas monedas: “todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir” (v. 44). Las viudas tenían un problema muy grande en la época de Jesús: sin marido y sin hijos, estaban condenadas a la pobreza y a la exclusión social. Ella, compartiendo su pesar, sabiendo en carne propia lo que acarreara su situación particular, abre su corazón para ayudar a quienes están en su misma penuria. No da lo que le sobra (es más, podría haber guardado las monedas para sus gastos necesarios), da todo lo que tenía para aliviar el dolor de sus hermanos.

Por eso, a pesar de no ser letrada ni millonaria, su servicio tiene una recta intención: el bien del hermano, anónimo a sus ojos, con nombre y apellido ante Dios.

Ese es el ejemplo que todos los cristianos debemos seguir: ya sea con talentos o con dinero, o con escucha y tiempo, nunca debemos dar lo que nos sobra, sino incluso hasta lo que nos duela; como Cristo mismo, “siendo de condición divina… se rebajó a sí mismo y tomó la condición de esclavo, asumiendo la condición humana” (Flp 2,6.7).

 

Recemos juntos en honor a la Inmaculada Concepción:

Dios te salve, María. Llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Inmaculado Corazón de María: sed la salvación del alma mía. Amén.

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