Puente Carretero: Cuna de mil recuerdos

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Por Pablo Donadio

Añoranzas, melodías, encuentros y finales… tanto más que sus hierros carga consigo el puente Carretero. Bien lo saben aquí. A comienzos del siglo XX Santiago ya había delimitado su centro con las avenidas Rivadavia, Alsina, Roca y Moreno, y había nomenclado varias calles importantes. El Mercado Armonía agrupaba los productos de fincas y chacras, y sus paisanos empezaban a caminar las plazas Belgrano e Independencia. En 1908 se estrenaba el Colegio Nacional, y un par de años después el Teatro 25 de Mayo. Las inauguraciones se sucedían unas detrás de otras, pero faltaba algo: cómo llegar a uno y otro lado del caudaloso Mishki-Mayu, como llamaron los pueblos originarios a ese divisor natural de La Banda y el corazón urbanístico de la provincia. “Mis padres, que eran del campo, solían viajar cada tanto en sulky hacia Santiago para hacer trámites y comprar provisiones. Yo era changuito, y recuerdo que llegábamos a la orilla del río Dulce, dejábamos el caballo atado y cruzábamos en balsa”, cuenta Pedro Ramírez, hoy director de Cultura de La Banda, reconocida cuna de poetas y cantores populares.

Obra de vanguardia en su época, aún hoy impresiona por tamaño, estructura y diseño.
MITOS Y VERDADES Según la historia oficial, el puente fue gestionado por la presidencia de Hipólito Yrigoyen, la gobernación local de Manuel Cáceres y una reconocida ferroviaria. Pero se cuenta también que la inmensa obra fue donada íntegramente por el gobierno alemán como acto de reparación hacia nuestro país, aunque algunos aseguran que “es otro de los mitos santiagueños, como el de la Telesita o la Salamanca”. Durante la Primera Guerra Mundial los europeos habrían confundido dos barcos de la República Argentina con los del enemigo, hundiéndolos a cañonazos. Así, un acuerdo diplomático habría dado inicio a la obra estrenada en 1927, tres años después de la primera excavación, generando gran expectativa local. Empresa nada sencilla, había que cruzar el poderoso río en diferentes tramos, sorteando las crecidas y los misterios del Dulce.

Toda la población vivenció el alboroto en los alrededores: enormes y continuos movimientos de arena en estación invernal sentaron de a poco los pilares sustentadores 16 metros bajo tierra. Rodillos de 30 centímetros de diámetro, fabricados en acero cementado, serían los encargados de absorber las vibraciones, manejando asimismo la dilatación y contracción derivada de las cambiantes temperaturas norteñas. Ya con 12 tramos de 70 metros, el Carretero se erigía como una obra de vanguardia por tamaño y características estructurales. Era un gran mecano que tomaba forma con los días, y cuyas piezas, traídas desde la ciudad alemana de Rhur, sumaban 6400 toneladas de acero plateado. Sólo por citar un número curioso, se estima que fueron empleados dos millones y medio de remaches. Famoso por sus riadas, el Dulce no daba tregua, y la empresa Müller-Binda, gestora de la construcción, debió suspender varias veces los trabajos durante el verano. Pero el destino estaba sellado, y de a poco fueron cobrando vida los 14 metros de altura de su parte central, arqueándose hacia los extremos, sobre los cuales se apoyaban las vías del ferrocarril y el paso automovilístico. “He nacido en 1921, así que usted se encuentra delante de alguien más viejo que el propio puente”, bromea Oscar Alberto Vélez desde el tinglado bandeño donde aún sigue trabajando metales. En su taller guarda una verdadera reliquia de esta historia: “Esta máquina alemana trabajó en la defensa del río Dulce, en plena construcción del puente. Es una pieza única, que aún agujerea redondo y cuadrado, y corta perfiles universales”. Si bien la tecnología moderna ha superado con máquinas más pequeñas esta mole de hierro, para aquellos tiempos era valiosísima; ya se podía trabajar con ella sin electricidad y en distintos turnos, sin hacer fuerza, a través de principios matemático-mecánicos. “Al terminar el Carretero los alemanes debían plata de jornales e indemnizaciones a los obreros, y a muchos los compensaron con máquinas como esta, eternas…”

RIO DE HISTORIAS Algunos viejos pobladores como Vélez y otros cientos de santiagueños que trabajaron en el puente han hecho crecer la leyenda de Salvador Catálfamo, uno de los capataces de remachadores que dirigieron la obra. Catálfamo llegó a Santiago del Estero desde su Italia natal a comienzos de la década del ’20, y rápidamente se encargó de una parte central de la construcción. En pleno trabajo, un día entregó un bulón macizo igual al resto de los que sostienen el puente, pero no era de acero, sino de oro. Su lugar sería estratégico y se debía “atornillar y olvidar”. Si se toma en cuenta el libro de la Dirección Nacional de Puentes y los inventarios de la firma Ruhr, que no dan mínima pista de su existencia, ¿verdaderamente está allí? Cómo saberlo. Lo que sí queda claro es que el puente Carretero atesora historias del folklore local que van más allá de los mitos y las leyendas. La música es, tal vez, uno de lo campos más destacables, y en ese rubro tiene su propia canción: “Desde el puente Carretero”, de don Carlos y Peteco Carabajal: “Es cuna de mil recuerdos / de amores y de nostalgias / corazón entrelazado / entre Santiago y La Banda”. Otras chacareras, escondidos y zambas lo mencionan como parte de la riqueza local, como un icono de principios y finales, de amores y de olvidos, y un enclave propio de la magia de esta tierra.

Como toda obra añosa, el puente sufrió el desgaste del tiempo: por eso su refacción y remodelación, concluida hace un par de meses, lo tuvo en el centro de la escena nuevamente. Tras las obras de ensanchamiento y desmantelamiento de la parte ferroviaria, se amplió la calzada y se creó una nueva vereda peatonal. También se lo pintó de un naranja furioso de punta a punta, y se instalaron nuevas luminarias para darle aún más notoriedad. Al estreno de la obra asistieron vecinos de ambas ciudades, que disfrutaron de un desfile de autos antiguos bajo un cielo iluminado por fuegos artificiales. La celebración fue una suerte de unión entre municipios, que más allá de disputas históricas han tenido en el puente un paso obligado entre el norte y el sur del país desde viejos tiempos. Debajo, el río Dulce, que “todo lo sabe y conoce”, sigue marcando su curso inferior hacia Córdoba, tras haber besado 14 departamentos santiagueños.

VIVIR LA CULTURA Llegar a Santiago invita a descubrir sitios donde se forjó la cultura folklórica norteña. Cargada de memorias y esencia bandeña, la casa de la abuela Carabajal es apenas uno de los lugares para darse una vuelta y recordar el patio donde nacieron muchas de las canciones que marcaron el cancionero nacional. Frente a la vieja estación del tren, hoy remodelada y también paseo didáctico, la oficina de la Dirección de Cultura de La Banda invita a exposiciones itinerantes de pintura. En tanto, los encuentros musiqueros y de hombres de letras son parte de una agenda permanente que en los próximos días tendrá un nuevo desafío: un proyecto busca agregarle “y bailarines” al slogan de La Banda, que podría quedar compuesto como “Cuna de Poetas, Cantores y Bailarines”, ya que la ciudad cobija a los primeros ganadores de los certámenes de Cosquín, y lleva adelante programas ejemplares como el de la profesora Alicia Pereyra, directora de una casa de arte que enseña diferentes ritmos a personas con discapacidades. Hacia la ciudad capital, la biblioteca Pablo Trullenque invita a interactuar con escritos y memorias, mientras la casa-museo de don Andrés Chazarreta, hito de la cultura local, muestra las pertenencias del folclorista que durante más de 50 años recopiló y compuso decenas de piezas que hoy se escuchan en la voz de artistas de renombre. Antes de la despedida, es imposible eludir la visita al Patio del Indio Froilán González, el luthier de bombos, y despuntar el vicio de los zapateos y zarandeos bajo el grito marrón de la chacareras

Fuente: www.pagina12.com.ar

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