En un país como Estados Unidos, donde el voto es indirecto y está segmentado, sirve de poco un estudio que sume la intención de voto que tiene cada candidato a nivel nacional. Es que para llegar a la Casa Blanca no es necesario sumar más votos que el rival.
Los ciudadanos estadounidenses no eligen al presidente, sino a representantes que luego transmiten su voluntad en el Colegio Electoral. Cada estado tiene asignado un número fijo de esos electores, en relación a su población. California es el que más tiene, con 55. Lo siguen Texas, con 38, y Nueva York y Florida, ambos con 29. En total son 538, y para ganar se necesitan 270.
¿Por qué no necesariamente gana el que más sufragios suma? Porque con las únicas excepciones de Maine y Nebraska, en el resto de los estados basta ganar la elección por un voto para llevarse el 100% de los electores. En 2012, a Mitt Romney lo votaron 4,2 millones de personas en California, pero como Barack Obama lo superó, no le sirvieron de nada. Habría sido lo mismo si no lo apoyaba nadie. George W. Bush llegó a la presidencia en 2000 a pesar de que Al Gore obtuvo medio millón de votos más que él.
Entonces, las encuestas sirven, pero sólo las que se hacen al nivel de los estados, porque permiten proyector cuántos electores sumaría cada postulante. Es un ejercicio más engorroso, pero mucho más útil. De todos modos, hay formas de simplificarlo, porque en gran parte del país el electorado está muy volcado en favor de uno u otro partido, y no suele haber cambios.
Hay una constante: los republicanos dominan más estados, pero con la excepción de Texas, tienen poca población. En cambio, los demócratas tienen menos, pero están más poblados, lo que establece un equilibrio en el número de electores «seguros» que tiene cada uno. Por eso, lo que define el resultado de las elecciones es lo que pasa en un tercer grupo de estados, los «oscilantes» (swing en inglés), que son muy disputados y pueden ir para cualquier bando.
Un repaso de los sondeos a dos días de los comicios del martes 8 de noviembre muestra que Hillary Clinton tiene casi asegurados seis estados, entre los que se destacan California, Nueva York y Massachusetts, y a los que hay que sumar el distrito federal, Washington DC.
Además hay 11 estados en los que, si bien no tiene tanta ventaja, probablemente gane: Illinois, Nueva Jersey y Minnesota, entre otros. Clinton sumaría así 18 estados y 217 electores.
Por su parte, Donald Trump sabe que tiene nueve estados incondicionales, entre ellos Alabama, Kentucky y Oklahoma. Y cuenta también como propios a otros 14, con Texas, Georgia y Arizona a la cabeza. La suma le da 23 estados y 191 electores.
El empresario no sólo tiene 26 electores menos que su rival, sino que algunos de los que da por seguros quizás no lo estén. «Un estado sorpresivamente competitivo es Arizona, con el que los republicanos suelen contar. Las encuestas sugieren que va a ser, como mínimo, una disputa pareja. Los sondeos en Georgia también están más reñidos de lo que uno normalmente esperaría, a pesar de ser un estado en el que los republicanos ni siquiera se molestan en hacer campaña», dijo Kevin K. Banda, profesor de ciencia política de la Universidad de Nevada, Reno, consultado por Infobae.
De todos modos, los últimos números indican que seguramente se mantendrá la hegemonía republicana en ellos. «En su mejor momento, un mes atrás, parecía que Clinton podía ser competitiva en Arizona e incluso en Georgia. Pero a esta altura los datos sugieren que esos estados se acomodaron según sus alineamientos tradicionales. Las sorpresas son siempre posibles y esta campaña ha sido particularmente diferente. Aún así, lo más probable es que definan los estados oscilantes», explicó Thomas M. Carsey, profesor de ciencia política de la Universidad de Carolina del Norte-Chapel Hill, en diálogo con Infobae.
¿Cuáles son esos estados que van a terminar definiendo la elección? Ordenados según la cantidad de votos que entregan en el Colegio Electoral, son Florida (29), Pensilvania (20), Ohio (18), Carolina del Norte (15), Virginia (13), Wisconsin (10), Colorado (9), Iowa (6), Nevada (6), y Nuevo Hampshire (4).
«Son todos estados en los que el número de demócratas y de republicanos en el electorado está muy equilibrado —dijo Banda—. La información más actualizada de las encuestas muestra que Clinton tiene una pequeña ventaja en todos, menos en Ohio».
Según el promedio de las principales consultoras que realiza la revista Politico, el magnate republicano sólo se impondría en tres de los diez: Florida, por un margen de apenas 0,4%; Iowa, por 3,2%; y Ohio, por 2,2 por ciento. La ex secretaria de estado ganaría en los siete restantes. En Colorado, Pensilvania, Virginia y Wisconsin, por entre cuatro y seis puntos. En Nevada, Nuevo Hampshire y Carolina del Norte, por dos puntos o menos.
«Clinton ha tenido pequeñas ventajas en esos estados durante gran parte de la campaña, aunque nunca pudo comprar más de un par de puntos porcentuales. Pero parece que Trump tendrá que ganar en todos ellos si quiere imponerse. A Clinton puede que le alcance con sólo uno o dos de ellos, particularmente Carolina del Norte y Florida», dijo Carsey.
Una encuesta bien hecha tiene casi siempre en torno a un 3% de margen de error, que se debe a que no se aplica sobre toda la población, sino sobre una pequeña muestra. Eso significa que toda diferencia inferior a ese margen debería ser considerada poco relevante, porque puede ser accidental.
¿Qué pasaría si el ex reality show terminara triunfando en los cinco estados en los que la distancia es inferior a tres puntos (Florida, Ohio, Nevada, Nuevo Hampshire y Carolina del Norte)? En el «Escenario A» presentado en el tercer gráfico se puede ver la cantidad de electores que obtendrían los candidatos en caso de que los resultados del martes sean exactamente como lo indica el promedio de los sondeos: Hillary se impondría cómodamente con 294 electores. En el «Escenario B» aparece la distribución si el magnate se llevara esos cinco estados: ambos quedarían empatados en 269 electores.
El Congreso de Estados Unidos aprobó en 1804 la 12ª Enmienda Constitucional, que estableció los pasos a seguir en caso de empate en el Colegio Electoral. El mismo proceso se aplicaría si ninguno llegara a los 270 electores, aunque no haya empate.
Según la norma, el presidente debería ser nombrado por la Cámara de Representantes elegida en la misma elección. Pero no sería por voto directo. Si bien tiene 435 miembros, sólo hay 50 sufragios, uno por estado. Eso significa que los congresistas de cada uno deben ponerse de acuerdo en qué candidato elegir. Luego, el que obtenga el apoyo de al menos 26 estado es investido presidente. El vicepresidente, en cambio, es elegido por el Senado. En su caso, cada uno de los 100 senadores tiene un voto.
Claro que acá también podría haber un empate. Si el Senado logró acordar un vice, éste asume provisionalmente la presidencia el 20 de enero siguiente, hasta que se destrabe el bloqueo. Si el empate se da en ambos cargos, el que asume es el presidente de la Cámara de Representantes, a la espera de que los legisladores se pongan de acuerdo.
Aunque es muy difícil que ocurra con la cantidad de estados y de electores que hay en la actualidad, hay tres antecedentes de empate, todos en el siglo XIX. El primero fue en las elecciones de 1800, cuando Thomas Jefferson y Aaron Burr estaban empatados en el Colegio Electoral. El Congreso votó y eligió al primero como presidente y al segundo como vicepresidente, ya que así lo establecía la Constitución en ese momento. Ese conflicto llevó a la sanción de la 12ª Enmienda.
El segundo bloqueo se produjo en 1824, cuando ninguno de los postulantes logró conseguir el apoyo de la mayoría de los electores. La Cámara de Representantes terminó eligiendo a John Quincy, relegando a Andrew Jackson.
El último antecedente data de 1837, pero fue diferente. El Colegio Electoral designó por mayoría a Martin Van Buren como presidente, pero no logró consensuar un vice. Entonces intervino el Senado para nombrar a Richard Mentor Johnson.