Revista «El punto y la coma»: Diez años difundiendo la cultura de Santiago del Estero

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La revista «El punto y la coma”  está cumpliendo sus primeros 10 años de vida difundiendo la cultura. En esta edición, se le brinda un homenaje al reconocido periodista Juan Manuel Aragón, se comparte un breve diccionario para entender el quichua, entre otros temas.

La edición 122 ya está en la calle y la convierte en la revista cultural de mayor permanencia en la provincia.  LA BANDA DIARIO le hizo una entrevista a su editor Juan Manuel Aragón (h) para conocer algunos aspectos de su trabajo.

Primero una pregunta obvia, ¿por qué surge la revista y por qué de cultura?

—Con Ariel Sequeira, que fue el director de la publicación durante su primera etapa, pensamos que no había en Santiago la suficiente divulgación de las obras de la gente que hace cultura. Observamos estupefactos que una revista de Buenos Aires, más concretamente “Ñ”, echaba un vistazo sobre las provincias, muy a vuelo de pájaro, como un compromiso molesto. Así y todo, era una mirada muy porteña sobre lo que se hace en la provincia, nada profunda, elemental diríamos. Creímos que era necesario ahondar en lo que hacen los creadores locales primero y luego, con la ayuda de un gremio nacional, nos expandimos hacia el resto de las provincias del norte y de toda la Argentina.

—¿Conserva la misma fuerza, el impulso del principio?

—Trato, en cada número, de no aburguesar la publicación, brindar a los lectores otros aspectos de la realidad que no le van a mostrar los grandes periódicos de la región. Podría haber caído en la tentación del “copiar y pegar”, pero hasta el momento, gracias a Dios, he tenido colaboradores que me han facilitado su material, inédito siempre, para seguir mostrando la realidad desde uno de los costados fundamentales, como la cultura.

—Justo le iba a preguntar por eso, ¿por qué cultura?, ¿por qué no economía, política, derecho, salud, deportes cualquier otro rubro, digámoslo así?

—Injustamente ninguneada, la cultura está en la base de todo el conocimiento humano. Quien diga que una novela, un cuadro, una escultura, una obra de teatro, una música, son inocentes, miente o está desinformado. Sobre la concepción cultural de la vida se asienta todo el resto de las actividades que desarrollamos, desde la política hasta los modos de producción, pasando por la publicidad, la arquitectura y obviamente la manera en que nos relacionamos con los demás. Profundizar sobre la cultura es sacar a la luz pensamientos profundos de creadores que viven en una sociedad determinada, trabajan desde, por y para ella e intentan transformarla desde las bases. Mientras en muchos casos la política actúa sobre las consecuencias, los hacedores de la cultura saben que tienen ante sí un trabajo más arduo, que es transformar la sociedad empezando por el modo de pensar.

—Pero, me imagino que tiene en claro que, en la cultura como en la sociedad, hay pensamientos antagónicos. ¿En qué lugar se coloca la revista en la sorda lucha entre güelfos y gibelinos?

—He tratado de reflejar todas las posiciones, sin tener en cuenta ni la tendencia ni el nombre de quien provenía cada trabajo que he publicado. Y nunca me he quedado con la última palabra, como hacen algunas otras revistas, ya sea de manera directa, respondiendo a los colaboradores o buscando la que la contraparte, digamos con la que acuerdo, tenga más espacio que aquella con la que no concuerdo de manera total o parcial. Hasta el momento tanto unos como otros han sabido que tenían las puertas abiertas para publicar sus ideas. En ese sentido, lo único que pido es que sean colaboraciones inéditas. Me molesta que me confundan con aquellos que creen que se trata de una actividad fácil porque sólo se trata, repito de copiar y pegar. Algo que odio cuando veo en otras partes porque me siento estafado.

—Sus críticos sostienen que muchas veces su revisa baja el nivel y que ha publicado obras que no son, para decirlo suavemente, de muy buena factura.

—Tienen razón. Pero eso es lo que se está publicando y lo que se piensa en el Santiago del Estero de hoy. No soy quién para juzgar la calidad de las obras de gente que toca la puerta de mi casa y me entrega sus escritos. Por otra parte, eso es lo que somos. He publicado notas, ensayos, de gente que piensa Santiago desde alturas que quizás sean inalcanzables para el resto y de otros que no vuelan tan alto. Y los dos hacen su aporte, los dos valen y cualquiera de ellos podría ser la base para comenzar algo distinto en la provincia. Quién soy yo para saberlo, nadie.

—Otra crítica que le han hecho es que tiene publicidad del Estado…

—No voy a caer en la trampa de preguntar quién lo dice, porque en realidad no importa. El hecho es que sí tengo una publicidad, cuyo precio me ayudó a solventar la revista durante estos años. Pero también he tenido otras ayudas, en forma de publicidad, de particulares y nadie me cuestionó, nadie dijo si este, ese o aquel empresario no son dignos de figurar en El punto y la coma: todos hacen hincapié en el aporte del Estado, quizás con mucha razón, porque es dinero de todos los contribuyentes. Me gustaría saber quién cuestiona, dónde y cuándo, la pauta que reciben otros medios, infinitamente más sustanciosa que el humilde aporte para mi publicación. De todas maneras, desde el gobierno nadie nunca me bajó líneas sobre cuáles debían ser las normas Iram de El punto y la coma. Pero, ¿cuál es el problema?, ¿no recibe una ayuda el 99 por ciento de las publicaciones de la Argentina? Si fuera una cantidad millonaria, una pauta enorme, podríamos hablar de una transacción, un “do ut des” espurio, pero es una cantidad ínfima para los montos que manejan los grandes medios de la región. Y la cantidad de ejemplares que se distribuyen (1000 por número, de ocho páginas cada uno, una vez al mes), más allá de que son muy leídos, algo que me consta por la respuesta que recibo en mi correo electrónico, no le podrían hacer mella a ningún gobierno, por más que quisiera hacerlo. Por último, la publicidad oficial está pautada como una ayuda a los pequeños periódicos, para a los que hacen cultura, porque distribuimos gratuitamente el pensamiento de los creadores del pueblo, no para los grandes, pensados como empresas que usa la información como moneda de cambio de sus negocios, digámoslo así, para no ahondar en otros temas que no son el mío.

—¿Qué le falta a la revista?

—Páginas. Quisiera tener más lugar para publicar todo lo que me llega. En tan poco espacio como el que cuento es muy difícil explayarse en algunos asuntos que merecen un tratamiento más profundo. Cuando empezamos, llegamos a tener 24 paginas, lo que nos obligaba, no solamente a nosotros sino también a nuestros lectores a un ejercicio de la comprensión mucho más amplio. Me gustaría volver a visitar algunos temas que han sido tratados con anterioridad, pero vistos con los anteojos de esta nueva realidad que estamos viviendo gracias a los nuevos medios de comunicación, las llamadas redes sociales y esta nueva concepción del mundo que está naciendo.

—¿Cómo quisiera que recuerden la publicación cuando usted no esté más?

—Como una fiel testigo de este momento que vivimos. No quiero que la publicación sea mejor que la sociedad que la da cabida, sino que empareje el pensamiento de los grandes filósofos que se han entrevistado con el de los creadores más pequeños, los artesanos, los poetas, los cuentistas, los artistas de teatro, los músicos. Que sea la base para futuras investigaciones, para nuevas indagaciones sobre quiénes somos, qué queremos, hacia dónde vamos y a qué lugares no quisiéramos regresar. Que quien la lea, esté seguro de que va encontrar un intrínseco reflejo de este tiempo, con sus grandezas y con sus miserias. Pero si el destino de El punto y la coma es ser una hoja volando en el tiempo del olvida, no me importa, pues sé que he puesto mi mejor esfuerzo en cambiar el estado actual de cosas y hasta ahora nadie me ha demostrado que perseguir utopías no es un acto de justicia, primero con el prójimo y luego con uno mismo.

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