Ricardo Rojas

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Ricardo Rojas en la biblioteca Rivadavia de La Banda.

Ricardo Rojas nació en Tucumán el 16 de setiembre de 1882 y falleció en Buenos Aires el 29 de julio de 1957. Fue periodista y escritor. Provenía de una de las familias más influyentes de Santiago; su padre fue gobernador de la provincia. Pasó su infancia en Santiago y luego se trasladó a Buenos Aires, donde prosiguió su formación.

Llegó a ser rector de la Universidad de Buenos Aires entre 1926 y 1930. Desde este año militó en la Unión Cívica Radical, lo que le valió la cárcel; fue enviado preso a la Isla Grande de Tierra del Fuego, en el Penal de Ushuaia, donde escribió su obra Archipiélago, que trata sobre la historia de los yaganes y los onas, su religión y el pensamiento de Darwin hacia ellos.
Escribió poesía de corte neorromántico y tradicional y obras de teatro basadas en temas incas. Entre sus obras, los críticos consideran que la más importante es su monumental Historia de la literatura argentina en ocho volúmenes. Se le deben, también, libros de indagación histórica, crónicas de viajes y biografías.
Sus escritos fueron elogiados por Miguel de Unamuno, Leopoldo Lugones, Manuel Gálvez, Arturo Jauretche y muchos otros.
Una de sus obras más ambiciosa fue La restauración nacionalista, de 1909. Su libro, El santo de la espada, sobre la vida de José de San Martín, fue llevada al cine en 1970 por Leopoldo Torre Nilsson.
El texto fue tomado de Wikipedia. la foto es de La Bada, imágenes y recuerdos, de Lidia Grana de Manfredi y María de las Nieves Salido de Martínez.
Bandeña
De San Ramón al Rosario,
cabalgando iba una vez,
cuando encontré en mi camino,
a la niña Antajé.
Margaritas florecían
donde tocaba su pie;
y era una senda de flores
el camino de Antajé.
A la sombra de los álamos,
junto a la acequia la hablé,
y al verla se estremecieron
los álamos de Antajé.
Los pájaros revolaban
como en un amanecer;
revolaban y cantaban
en los nidos de Antajé.
De los blandos alfalfares
por siempre me acordaré…
No volverán esos tiempos,
tardecitas de Antajé.
No era cual la serranilla,
que encontró y cantó el Marqués;
era mejor mi bandeña,
la bandeña de Antajé.

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