Ni los otros, aquellos castos del remanso.
Ellos fueron la tarde,
un libro de cristal en las arenas,
nosotros el esfuerzo de aprender melancolías.
Vayan por mi sombra
a juntar el sueño de las piedras.
No arrojen tanta pena,
que se apaga de celos el verano.
Espero donde termina el sonido
midiendo tus orillas de nutria.
Busquémonos suavemente y que lloren de una vez
las golondrinas.
Al norte de la tierra, horizontales indios
derrumban sus malones.
Qué ganas de morir lleva el querernos
con tu manera infértil de sembrar el agua.
Alcánzame la noche, voy a lustrar el corazón del cielo.
Se disfraza la tarde de últimas palomas, y muero.
Ahora descubro tu difícil pollera de innumerables vidas.
Guitarras morenas tocan mi resurrección celeste
y vengo a salpicar tu cuerpo.
Arrima el carnaval a tu regazo de tumbas.
Sabes que el amor, tu amor dolido
ahoga en el fondo de la hembras
un hombre innecesario.
Felipe Rojas