Setenta

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Foto Web
De la Finca de Ramos venía un negro con fama de volador, muy bueno, sin ninguna perdida. No quería igualar peso, pero que no va, y me toca en la última, después lo iba a dejar al mío para que saque cría.
Dicen que es sangriento, capaz que sí, ¿no?, pero más sangre se come con la morcilla y nadie se queja, eso que no falta en los asados. La patrona rezonga porque los huevos de las finas son más chicos y los pollos tienen poca carne. “¿Por qué no criamos pavonas?”, pregunta.
“Dejame aunque sea que tenga un vicio”, le contesto.
Algunos quieren prohibir los gallos, ¡ahá!, digamé cómo van a hacer, si hay pueblos en que todos los hombres son galleros: los policías, los maestros, el cura, los empleados, los patrones, los comerciantes, los albañiles desde el capachero hasta el maestro mayor de obra, el intendente, el que recoge la basura, el que barre la calle. Pobres y ricos crían gallos. Y el que no, aunque sea va a mosquetear a la riña.
El bataraz me salió bueno, lo hice topar en el Misqui Mayu y en Santiago. En Las Termas no: ahí tallan los tucumanos, gente peleadora. Uno sale a distraerse un rato, ver cómo topan los animales, tomar un buen vino, pero menos a boxear. Apenas tengo dos o tres, como para despuntar el vicio. El bueno tiene cuatro ganadas y una tabla: me la pidió un ricacho, porque lo iba llevando mal. Después del baño, para protegerlo al mío se la entregué. Antes le pedí: “Setenta — treinta y levantamos”. Yo llevaba el 70 por ciento de la parada y él, el 30 restante.
Primero reculó, pero el bataraz le tiró un punzazo en el ojo y como vio que podía quedar tuerto, aceptó. En su lugar hubiera hecho lo mismo, amigo. Muchos de esos gallos son brasileros, animales de primera que traen en avión y todo. Los de nosotros, el pobrerío, son de aquí nomás, cruzas que hacemos a la criolla, a la bartola.
Los jugadores piensan que del último peso se puede volver a juntar una fortuna. Pero no fue por eso, sino por orgullo que no levanté a mi bataraz cuando me lo ofrecieron, pobre animalito. No creo que nunca más vuelva a tener uno como él.
Tirando para no aflojar. En el Canalito.
Autor Juan Manuel Aragón

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