Un cruel ensañamiento contra una ex presidenta

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En 1976 se instaló en la Argentina la dictadura más inhumana y cruel de toda su historia. En ese momento, gobernaba el país por primera vez una mujer. Se llamaba María Estela Martínez. Había sido electa democráticamente como vicepresidente en una fórmula encabezada por su marido, el general Juan Domingo Perón, a quien sucedió después de su muerte. Martínez, a quien todo el mundo conocía como «Isabelita», fue encarcelada durante cuatro años. Ningún otro presidente democrático en la historia argentina sufrió tanto tiempo de prisión. Luego fue obligada a exiliarse en España. Pero la crueldad no terminó con el fin de la dictadura militar.

La democracia la castigó con un silencio estremecedor. Ninguno de los presidentes que gobernaron el país desde 1983 la incluyó entre los mártires de la dictadura, pese a que había sido derrocada y detenida por ella. En la Casa Rosada existe un busto que recuerda al presidente democrático que la precedió, Juan Domingo Perón, y también al que la sucedió, Raúl Alfonsín. Pero ella, la primera mujer, no está: tamaño gesto de machismo. No hay un busto, una calle, una cortada, un puente, una escuela que lleve su nombre. Cada vez que Cristina Fernández de Kirchner, la segunda mujer presidente de la historia, denuncia que es perseguida, dice: «Como Yrigoyen, como Perón». Omite, curiosamente, a la única mujer, la que sufrió aún más que sus antecesores.

Ese contrasentido está señalado en la biografía de Isabel Perón que publicó el año pasado la prestigiosa historiadora María Sáenz Quesada. Es un libro interesantísimo porque reconstruye con riquísimas fuentes la vida cotidiana de Juan Domingo Perón en el exilio, donde conoció a la ex presidenta. Perón, como se sabe, también sufrió persecuciones: fue derrocado y estuvo diecisiete años en el exilio. Volvió, luego de unas elecciones en las que fue proscripto. Perón e Isabelita no fueron los únicos. Hipólito Yrigoyen murió en prisión luego de su derrocamiento. Más atrás en la historia, José de San Martín y Juan Manuel de Rosas murieron en el exilio. Otros dirigentes, como Lisandro de la Torre o José Ignacio Rucci fueron asesinados en diversas épocas por enemigos de diverso signo político.

Esta semana, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner denunció en el Senado que sufre una persecución. Tal vez, en parte, tenga razón, y en otra parte no. Una mirada histórica permite entender, de cualquier manera, cuál es la real dimensión de su aparente martirio y qué dice eso acerca del nivel de la democracia argentina.

La verdad es que la vida de los presidentes argentinos hace décadas que no es cómoda, entre otras razones porque fatalmente les espera el tremendo destino de ser ex presidentes. Desde que, en 1928, Marcelo T. de Alvear le entregó el poder a su sucesor, Hipólito Yrigoyen, todos los presidentes terminaron derrocados, presos o debieron entregar antes de tiempo el bastón de mando. Fernando de la Rúa renunció dos años después de asumir, Carlos Menem fue detenido unos meses después de abandonar la Casa Rosada, Raúl Alfonsín se fue de la Casa Rosada seis meses antes de tiempo, todos los dictadores terminaron presos, Isabel fue derrocada y presa y así, hasta muy atrás. En los últimos 80 años, hubo una sola y privilegiada excepción: Cristina Fernandez de Kirchner.

En un país tan convulsionado como la Argentina, los presidentes suelen tener que rendir cuentas ante la Justicia y esto agita a los medios de comunicación. Así le sucedió a Fernando de la Rua, en el caso de los sobornos del Senado. Como el lector recordará, ese escándalo se inició cuando el diario La Nación reveló que se había distribuido dinero para que los senadores aprobaran una ley que reclamaban los empresarios. De la Rua fue humillado por la prensa y luego debió soportar un largo proceso judicial. Carlos Menem fue investigado por el tráfico de armas a Perú y Ecuador. Esa denuncia la inició el diario Clarín.

Menem fue detenido como jefe de asociación ilícita en ese caso. Tal vez se pueda interpretar que Cristina, en estos días, está siendo perseguida. Pero su situación no difiere de la que sufrieron otros ex presidentes: la prensa los trató mal, la Justicia los sentó en el banquillo de los acusados, ambos sin reparar demasiado en la línea ideológica que marcaron sus Gobiernos.

En este contexto, Cristina goza del beneficio de los fueros que, afortunadamente, impiden que un juez exaltado la detenga antes de una condena. Eso garantiza el funcionamiento de la democracia. Una ex presidente que además es senadora y la líder más destacada de la oposición no debería ser detenida hasta que las evidencias sean comprobadas por el más alto nivel de la Justicia. Pero ese privilegio no protegió a Isabel Perón ni a Carlos Menem.

Tampoco los fueros protegen a la inmensa mayoría de los argentinos, inclusive a personalidades muy renombradas que terminaron presas. Entre ellas: Diego Armando Maradona, Ernestina Herrera de Noble, los banqueros Ruben Beraja o los hermanos Carlos y José Rohm, o sindicalistas como Omar «Caballo» Suárez o Juan Pablo «Pata» Medina. El dirigente ferroviario Rubén Sobrero y el secretario de Seguridad macrista Jorge «Fino» Palacios fueron detenidos por jueces que obedecían al gobierno de Cristina: tampoco gozaban del halo protector.

Si se la mira con un ojo, Cristina aparece como una perseguida. Si se la mira con el otro: es una de las personas más protegidas a intocables del país, defendida además por bufetes de carísimos abogados.

En su discurso del jueves, la ex presidenta discrepó con los senadores que, en la sesión, habían defendido los fueros con el argumento de que a cualquiera de ellos le podía ocurrir lo mismo que a CFK. «Error!! Error!!», gritó la ex presidenta. «Eso solo nos sucede a los dirigentes populares». Y recordó la situación de Luis Inacio «Lula» da Silva en Brasil y Rafael Correa en Ecuador.

Una vez más, los datos relativizan su percepción. Si la Justicia y la prensa hostigan solo a «dirigentes populares», ¿cómo se explican la prisión de Carlos Menem o la destitución de Fernando de la Rúa?  Y eso solo en la Argentina. ¿Por qué cayó Fernando Collor de Melo en Brasil y Mariano Rajoy en España o empresarios muy poderosos como la familia Odebrecht en Brasil? ¿Solo los amigos de Cristina son los perseguidos? ¿O el fenómeno es mucho más amplio y se explica por otras razones?

La referencia de Cristina a Brasil y Ecuador es especialmente delicada por las omisiones en las que incurre. En realidad, los lugares de América donde ser opositor es más riesgoso, en estos días, son Venezuela y Nicaragua, donde la represión a opositores es calificada por los más respetables organismos de derechos humanos como terrorismo de Estado. Cientos de personas han sido asesinadas. Los líderes opositores están detenidos o exiliados. Los parapoliciales trabajan a su antojo. Pero Nicolás Maduro y Daniel Ortega son líderes amigos de la ex presidente. ¿Le preocupan a ella las persecuciones reales de las que son víctimas muchas personas o las supuestas persecuciones que afectan a ella, a algunos de sus amigos, y ninguna otra más?

Hay dos miradas extremas sobre lo que le ocurre en estos días a Cristina. Una la suya propia: es una líder popular perseguida sin piedad por aquello que Andrés Larroque definió como «una conspiración internacional» para evitar que vuelva al poder. La otra sostiene que Cristina es una ladrona y es de lo más natural que el Poder Judicial la investigue: lo contrario sería asegurar la impunidad de los poderosos. Tal vez Cristina esté apenas atravesando el mismo destino que otros ex presidentes, pero más protegida que ellos: puede volver a ser candidata, no será detenida en ese proceso, no debió huir antes de tiempo.

Un allanamiento es algo molesto y no solo molesta a Cristina: Amado Boudou armó un escándalo ante el primer allanamiento decidido por el juez Rafecas en 2012 y logró que el gobierno de entonces apartara de la causa al juez, al fiscal y al procurador general de la Nación. Pero también es una medida bastante habitual en causas penales.

Mientras tanto, más allá de esas molestias, un país que discute enardecido si un abogado puede presenciarlo o no, o que mantiene los fueros de la líder opositora para que la Justicia pueda investigarla pero no detenerla, o que garantiza que ella misma pueda haber sido candidata el año pasado y lo sea el año próximo, es justamente un país muy democrático, lo que no quiere decir que sea perfecto.

Perseguida, lo que se dice perseguida, fue María Estela Martinez de Perón.

Su recuerdo fue prohibido por los usos y costumbres, como si fuera un tabú.

Los países y las personas prefieren olvidar, por razones misteriosas, partes de su pasado.

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